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William Monk: El Pasador de los mundos invisibles

Publicado el: 23 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 6 minutos

En sus grandes lienzos que parecen haber absorbido toda la esencia psicodélica de los años 60, William Monk nos lanza a un universo donde la realidad se desintegra como el azúcar en una taza de té inglés demasiado caliente.

Escuchadme bien, panda de snobs, ya es hora de hablar de William Monk, nacido en 1977 en Kingston upon Thames, Reino Unido. Aquí tenemos a un artista que se niega obstinadamente a quedarse atrapado en los cómodos moldes de nuestro pequeño mundo del arte contemporáneo, prefiriendo navegar por las aguas turbias entre la figuración y la abstracción con una insolencia que haría sonrojar a un Rothko.

En sus grandes lienzos que parecen haber absorbido toda la esencia psicodélica de los años 60, Monk nos impulsa a un universo donde la realidad se desintegra como un azúcar en una taza de té inglés demasiado caliente. Sus obras, particularmente las de la serie “The Ferryman” (2019-2022), nos confrontan con una meditación visual sobre el paso, no del tiempo, sino del tránsito entre los mundos, entre los estados de conciencia. Esas figuras enigmáticas que emergen de sus paisajes coloridos como espectros benevolentes no son ajenas al concepto de “Dasein” de Heidegger, ese “estar-ahí” que se encuentra perpetuamente en situación de diálogo con su entorno, buscando entender su lugar en la existencia.

Sus paisajes tienen la inquietante particularidad de no existir en ningún lugar, pero al mismo tiempo parecen extrañamente familiares. Ahí reside justamente el genio de Monk: nos hace aceptar lo imposible como una evidencia. Sus horizontes inciertos, sus cielos encendidos con colores improbables, todo ello nos remite a la fenomenología de Merleau-Ponty, para quien la percepción no era una simple recepción pasiva del mundo exterior, sino una danza compleja entre el sujeto que percibe y el objeto percibido. Cuando Monk pinta una montaña en su serie “Smoke Ring Mountain”, no es tanto la montaña lo que nos interesa, sino nuestra forma de percibirla, sentirla, vivirla.

Lo más interesante de Monk es que crea obras que funcionan como mantras visuales. Tomemos sus lienzos circulares de la serie “Nova” (2021-2022): esos círculos que parecen palpitar con una energía interior nos hipnotizan literalmente, obligándonos a ralentizar nuestra mirada acostumbrada al desplazamiento frenético de las redes sociales. Estas obras son meditaciones sobre la lentitud en un mundo que corre hacia su perdición.

Pero detrás de esta aparente simplicidad se esconde una complejidad diabólica. Monk juega con nuestras percepciones como un gato con una bola de lana, desenrollando poco a poco los hilos de nuestra comprensión convencional del espacio y el tiempo. Sus pinturas son portales, umbrales hacia otras dimensiones de la conciencia. Y ahí es donde entra en juego la filosofía de Henri Bergson, especialmente su concepto de “duración pura”, esa experiencia subjetiva del tiempo que escapa a toda medida matemática. En las obras de Monk, el tiempo no es una línea recta sino una espiral que nos atrae hacia el interior.

Hay algo profundamente subversivo en la manera en que Monk usa el color. Sus paletas son a la vez seductoras y perturbadoras, como si intentaran incomodarnos en nuestra propia percepción. Los rosas pálidos conviven con azules eléctricos, los naranjas terrosos dialogan con violetas profundos, creando vibraciones cromáticas que resuenan en algún lugar entre nuestra retina y nuestra corteza cerebral. Eso es precisamente lo que Bergson llamaba la “data inmediata de la conciencia”, esa experiencia pura antes de que nuestra mente racional venga a catalogarla y etiquetarla.

Su serie “The Ferryman” es particularmente reveladora de este enfoque. Estas figuras misteriosas que se alzan en el centro de sus composiciones no son simples siluetas, sino presencias que interrogan nuestra relación con la otredad. Están allí sin estarlo, como fantasmas benévolos que nos guiarían hacia una comprensión más profunda de nuestra propia existencia. Podríamos ver en ello una ilustración perfecta de lo que Heidegger llamaba el “ser-para-la-muerte”, esa conciencia aguda de nuestra finitud que, paradójicamente, da sentido a nuestra vida.

Las instalaciones de Monk son tan importantes como sus pinturas individuales. La forma en que dispone sus obras en el espacio transforma las galerías en verdaderas cámaras de resonancia donde cada lienzo dialoga con los demás, creando una sinfonía visual que supera la suma de sus partes. Esto es particularmente evidente en exposiciones como “Psychopomp” en el Long Museum de Shanghái (2024), donde sus lienzos circulares suspendidos crean una coreografía espacial que nos hace repensar nuestra relación con la gravedad misma.

Lo notable en Monk es que mantiene una coherencia artística mientras evoluciona constantemente. Sus series se desarrollan como variaciones musicales sobre un tema, cada nueva iteración aportando un matiz, una profundidad adicional al todo. Es como si cada cuadro fuera una nota en una partitura más amplia, una partitura que explora los límites de nuestra percepción y comprensión del mundo.

La manera en que Monk trata la superficie de sus lienzos es igualmente reveladora. Sus pinceladas, a veces delicadas como una caricia, otras enérgicas como una bofetada, crean texturas que invitan a la mirada a perderse en sus meandros. En estos detalles se revela toda la profundidad de su reflexión sobre la naturaleza misma de la percepción. Como señalaba Merleau-Ponty, nuestra percepción del mundo no es una simple recepción pasiva de información, sino una interacción activa y constante con nuestro entorno.

Los paisajes de Monk no son representaciones de lugares existentes, sino estados de ánimo materializados en el lienzo. Tome su serie “Smoke Ring Mountain”: esas montañas brumosas que parecen disolverse en el aire no son tanto montañas como metáforas de nuestra propia búsqueda de trascendencia. Es como si el artista nos invitara a escalar esas cumbres imaginarias para alcanzar un estado de conciencia superior, una comprensión más profunda de nuestro lugar en el universo.

La influencia de la música y del cine en su trabajo es innegable, pero Monk no se limita a simples referencias. Transmuta estas influencias en algo profundamente personal y universal a la vez. Sus composiciones a menudo presentan la estructura rítmica de una partitura musical, con sus repeticiones, variaciones, crescendos y silencios. Es esa musicalidad visual la que otorga a sus obras su poder hipnótico.

La luz también desempeña un papel principal en su obra. Ya sea radiante como en sus soles circulares o difusa como en sus paisajes crepusculares, parece emanar siempre desde el interior de los lienzos en lugar de iluminarlos desde el exterior. Es como si Monk hubiera encontrado una manera de pintar la luz misma, no como un fenómeno físico, sino como una manifestación de la conciencia.

Lo que hace que el trabajo de Monk sea tan relevante hoy en día es que crea espacios de contemplación en un mundo que carece gravemente de ellos. Sus obras nos obligan a desacelerar, a mirar realmente, a comprometernos en una forma de meditación activa que es tanto un desafío como una recompensa. En una época obsesionada con la velocidad y la instantaneidad, Monk nos recuerda que algunas verdades solo se revelan a aquellos que se toman el tiempo para buscarlas.

Su arte es una invitación a la exploración interior, un recordatorio de que la realidad no siempre es lo que parece a primera vista. A través de sus lienzos, Monk nos guía hacia una comprensión más profunda no solo del arte, sino de nuestra propia experiencia de la existencia. ¿Y no es ese el papel más noble que pueda desempeñar un artista?

Si piensas que lo has entendido todo sobre William Monk, es porque no has entendido nada en absoluto. Su obra es un desafío permanente a nuestras certezas, una invitación constante a cuestionar nuestras presunciones sobre el arte y la percepción. En un mundo artístico a menudo prisionero de sus propias convenciones, Monk sigue siendo un electrón libre, un explorador incansable de las fronteras entre lo visible y lo invisible, entre lo conocido y lo desconocido. Y eso es precisamente lo que lo convierte en uno de los artistas más estimulantes de su generación.

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Referencia(s)

William MONK (1977)
Nombre: William
Apellido: MONK
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Reino Unido

Edad: 48 años (2025)

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