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Yeh Tzu-Chi: La lentitud reveladora

Publicado el: 15 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 6 minutos

En sus lienzos meditativos, Yeh Tzu-Chi (叶子奇) transforma la naturaleza taiwanesa en una exploración metafísica. Su técnica hiperrealista, fruto de años de observación paciente, trasciende la simple representación para alcanzar una verdad más profunda sobre nuestra relación con el mundo natural.

Escuchadme bien, panda de snobs! Voy a hablaros de Yeh Tzu-Chi, nacido en 1957 en Hualien, Taiwán. No me pongáis esa cara de cansados como si ya conocierais todo sobre la escena artística taiwanesa. No es porque hayáis saboreado champán en tres inauguraciones en Taipei que podéis pretender entender la profundidad de su obra.

Ya han pasado diecinueve años desde que estuvo en Nueva York, de 1987 a 2006, antes de regresar a su isla natal como un Ulises asiático que regresa a su Ítaca personal. Pero no os equivoquéis, este retorno a las raíces no es en absoluto una retirada bucólica ni una huida romántica. Es una elección radical, casi militante, en un mundo del arte contemporáneo obsesionado con la velocidad y lo espectacular.

Toma sus series de árboles, que pinta obsesivamente desde 1998. Cada cuadro le lleva entre dos y cinco años de trabajo arduo. En nuestra época digital y de instantaneidad, esta lentitud deliberada podría parecer una afectación. Pero es todo lo contrario. Se inscribe en una reflexión profunda sobre la naturaleza misma del tiempo y de la experiencia artística. Henri Bergson, en su “Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia”, establecía una distinción fundamental entre el tiempo de los relojes, mecánico y espacializado, y la duración pura, esa experiencia interior del tiempo que escapa a toda medida cuantitativa. Los cuadros de Yeh Tzu-Chi son manifestaciones perfectas de esa duración bergsoniana.

Cuando pasa años observando y pintando un solo árbol, no es por manierismo o perfeccionismo patológico. Se sumerge en lo que Bergson llamaba “la continuidad indivisa del cambio”. Cada pincelada no es simplemente la adición de un detalle más, sino el registro de un momento vivido, de una experiencia directa de la duración. Las variaciones sutiles de la luz, los cambios imperceptibles de la vegetación, los movimientos ínfimos del aire, todo ello queda capturado no como una sucesión de instantes congelados, sino como un flujo continuo de conciencia.

Este enfoque hace eco al pensamiento de Martin Heidegger sobre la esencia de la obra de arte. En “El origen de la obra de arte”, el filósofo alemán desarrolla la idea de que el arte verdadero no es una simple representación de lo real, sino una “puesta en obra de la verdad”. Para Heidegger, esta verdad no es la correspondencia entre una representación y su modelo, sino un desvelamiento, una “aletheia”, que hace aparecer el ser de las cosas en su esencia. Los paisajes de Yeh Tzu-Chi, con su precisión casi sobrenatural, no son ejercicios de virtuosismo técnico, sino intentos de revelar la verdad oculta de la naturaleza taiwanesa.

Mira sus series de montañas de Taroko. La precisión del renderizado podría hacer creer en un enfoque puramente mimético. Pero es precisamente en esta tensión entre el hiperrealismo de la representación y la dimensión contemplativa del proceso creativo donde se revela la profundidad de su trabajo. Cada detalle minuciosamente representado no está ahí para impresionar al espectador, sino para participar en lo que Heidegger llama la “lucha entre mundo y tierra”, esa lucha fundamental donde la obra de arte hace surgir un mundo preservando el misterio de la materia.

Sus paisajes marinos, especialmente los realizados desde su regreso a Taiwán, ilustran perfectamente este enfoque. En “A Ship on the Misty Ocean”, el mar gris y las nubes se funden en una atmósfera que trasciende la simple descripción. La tradición del “shan shui” chino se reinventa a través del prisma de su experiencia occidental. Ya no es una cuestión de influencia o estilo, sino de verdad ontológica. El agua, las nubes, el horizonte incierto, todo participa en lo que Heidegger llama “la apertura del ente en su ser”.

La dimensión temporal de su trabajo no se limita a la duración de la creación. Impregna la experiencia misma del espectador frente a sus obras. Sus naturalezas muertas florales no son simples estudios botánicos, sino meditaciones sobre la temporalidad. La precisión casi clínica con que representa cada pétalo crea un efecto de presencia tan intenso que se vuelve metafísico. Estas flores congeladas en su perfección nos confrontan con lo que Bergson llamaba “los dos aspectos de la vida”, uno orientado a la acción inmediata, el otro a la contemplación pura.

El regreso de Yeh Tzu-Chi a Hualien no es una simple elección geográfica, es una postura filosófica. En una época en la que el arte contemporáneo a menudo se pierde en gesticulaciones conceptuales vacías, afirma la posibilidad de una pintura que sería a la vez anclada en la tradición y radicalmente contemporánea. Su técnica hiperrealista no es un fin en sí misma sino un medio para alcanzar lo que Heidegger llamaba “la tierra”, esa dimensión irreductible de lo real que resiste toda tentativa de objetivación.

Los paisajes que pinta desde su regreso a Taiwán no son simples representaciones de lugares familiares. Encarnan lo que Bergson llamaba “la memoria pura”, esa forma de recuerdo que no es una simple imagen del pasado sino una presencia activa en el presente. Cada cuadro es fruto de una observación paciente donde el tiempo cronológico se disuelve en la duración pura de la experiencia artística. La lentitud de su proceso creativo no es una elección estética sino una necesidad ontológica.

En un mundo del arte dominado por lo efímero y lo espectacular, Yeh Tzu-Chi nos recuerda que la pintura aún puede ser un acto de revelación, una búsqueda de verdad que trasciende las categorías establecidas. Su obra nos muestra que el hiperrealismo, lejos de ser un callejón técnico sin salida, puede convertirse en el vehículo de una experiencia metafísica profunda. En esto, se une al pensamiento de Bergson para quien el arte verdadero nos permite acceder a una percepción más pura, liberada de las restricciones de la acción práctica.

Sus árboles, sus montañas, sus mares no son copias de lo real sino manifestaciones de lo que Heidegger llamaba “el ser-obra” de la obra de arte. Cada cuadro es un mundo en sí mismo, un lugar donde la verdad se pone en obra, donde lo visible y lo invisible se encuentran en una tensión creadora. La paciencia casi monástica con la que trabaja no es una pose sino un método para acceder a esta dimensión fundamental de la experiencia artística.

Sí, pueden seguir maravillándose con las últimas instalaciones de moda de sus artistas conceptuales favoritos. Pero no olviden que en Hualien, frente al océano Pacífico, un hombre sigue pintando pacientemente, día tras día, año tras año, no para seguir una moda o impresionar a las galerías, sino para dar testimonio de esta verdad simple y profunda: el arte aún puede ser una forma de conocimiento, una vía de acceso a la esencia misma de lo real.

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Referencia(s)

YEH Tzu-Chi (1957)
Nombre: Tzu-Chi
Apellido: YEH
Otro(s) nombre(s):

  • YE Ziqi
  • 叶子奇 (Chino tradicional)

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Taiwán (República de China)

Edad: 68 años (2025)

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