Escuchadme bien, panda de snobs. Si aún no han cruzado la mirada de un hombre-árbol de Yuichi Hirako, no han visto nada del arte contemporáneo japonés. No es solo un artista que pinta árboles sobre cuerpos humanos para embellecer nuestros salones burgueses. No. Detrás de esta imaginería que podría parecer ingenua a primera vista se esconde una reflexión profunda sobre nuestra relación con la naturaleza, sobre el antropocentrismo tóxico que define nuestra época, y sobre la belleza de un diálogo simbiótico con nuestro entorno.
Hirako, nacido en 1982 en la prefectura de Okayama en Japón, esa región montañosa donde la naturaleza exuberante se impone en cada rincón, no es fruto del azar. Su sensibilidad hacia la coexistencia entre humanos y naturaleza tiene su raíz en su infancia, que pasó recolectando insectos y pescando en soledad, lejos de las interacciones sociales que le incomodaban. Fue durante sus estudios en el Wimbledon College of Art en Londres cuando su visión artística se cristalizó, confrontado con el contraste impactante entre la naturaleza salvaje de su infancia y los espacios verdes urbanos cuidadosamente controlados de la metrópoli británica.
Lo que primero llama la atención en su trabajo es esa figura recurrente del “hombre-árbol”, ese personaje híbrido con cuerpo humano y cabeza de conífera adornada con cuernos de ciervo. Pero no nos equivoquemos. No se trata de una simple fantasía surrealista. A través de este personaje, Hirako nos ofrece un espejo deformante de nuestra propia relación con el medio ambiente. A la vez retrato del artista y retrato universal de cualquiera que mantenga una relación con la naturaleza, esta figura se convierte en el vehículo de una interrogante fundamental: ¿realmente estamos separados de lo que llamamos “naturaleza”?
Los paisajes que representa son de una belleza inquietante, oscilando entre lo familiar y lo extraño. En sus cuadros como “Lost in Thought” o “Green Master”, el artista nos transporta a un universo donde las fronteras entre interior y exterior, entre cultura y naturaleza, se desvanecen progresivamente. Plantas de interior conviven con árboles salvajes, objetos manufacturados se mezclan con elementos naturales en una armonía visual que cuestiona nuestras categorías mentales. La virtuosidad técnica de Hirako se manifiesta en su capacidad para fusionar estos mundos aparentemente opuestos sin caer nunca en el didactismo o la simplificación excesiva.
La filosofía de la ecología profunda subyace en toda su propuesta artística. Para quienes aún lo ignoran, esta perspectiva conceptual desarrollada especialmente por el filósofo noruego Arne Næss propone una visión holística en la que la humanidad es solo una parte de un ecosistema global interconectado [1]. Hirako traslada esta visión a su arte invitándonos a considerar la naturaleza no como un recurso para explotar o un decorado para admirar, sino como un socio igual en una relación de coexistencia. Intencionalmente difumina las fronteras entre lo natural y lo artificial para hacernos conscientes de lo arbitrario de esta distinción.
La obra “Pressed Flower 03” (2021) ilustra perfectamente esta capacidad de Hirako para crear un espacio meditativo donde la figura humano-árbol se sienta en posición de loto sobre un tronco caído, rodeada de una flora con tonos luminosos de melocotón y azul. Este lienzo monumental (249 x 333 cm) no deja de evocar las representaciones tradicionales de Buda, pero reinterpretadas a través del prisma del animismo sintoísta y de preocupaciones ecológicas contemporáneas. El artista nos ofrece una visión alternativa de la espiritualidad, anclada no en la superación de la naturaleza, sino en la inmersión total en ella.
Lo que distingue a Hirako de muchos otros artistas ecologistas es su rechazo al miserabilismo y al catastrofismo. No busca culpabilizarnos ni asustarnos con imágenes de apocalipsis ambiental. Al contrario, nos invita a redescubrir una relación más equilibrada con nuestro entorno a través de una estética atractiva y a veces incluso lúdica. Sus obras están habitadas por una alegría sutil que contrasta con la seriedad de su mensaje. Esta tensión entre la ligereza formal y la gravedad del fondo crea una experiencia estética singular que nos conmueve mucho más allá del intelecto.
La influencia del folclore japonés, en particular la leyenda de los kodama (espíritus que habitan los árboles centenarios), impregna profundamente el trabajo de Hirako. Como señala el propio artista: “Creo que es importante reflexionar sobre lo que deberíamos buscar cuando nos ponemos en el lugar de las plantas y la naturaleza. Ambos puntos de vista, el nuestro y el del otro lado, son correctos” [2]. Esta declaración revela una sensibilidad que supera el simple antropomorfismo para abrazar una forma de perspectivismo donde la visión del mundo de las plantas es considerada tan válida como la de los humanos.
La diversidad de los medios utilizados por Hirako, pintura, escultura, instalación, performance sonora, testimonia su voluntad de crear una experiencia inmersiva que involucre todos nuestros sentidos. Sus esculturas monumentales en madera, como la serie “Yggdrasill”, hacen referencia al árbol cósmico de la mitología nórdica, creando un puente inesperado entre tradiciones orientales y occidentales. Al nombrar sus obras de acuerdo con este árbol mítico que, en la cosmología nórdica, conecta todos los mundos, Hirako subraya la universalidad de su mensaje y su ambición de trascender los particularismos culturales.
A diferencia de muchos artistas contemporáneos que sucumben a la tentación de lo espectacular, Hirako desarrolla una obra que se aprecia a lo largo del tiempo, que se revela progresivamente al espectador atento. Sus composiciones ricas en detalles invitan a una contemplación activa, a una exploración visual que revela capa tras capa la complejidad de su pensamiento. En “Gift 15” (2021), el hombre-árbol está encuadrado en primer plano contra una pared cargada de imágenes, su cabeza frondosa floreciendo con diversas flores. Esta obra puede interpretarse como una metáfora de la creatividad artística misma, brotando de un diálogo fecundo entre cultura y naturaleza.
La dimensión autobiográfica de su trabajo es particularmente evidente en las escenas de interior, como en la serie “Lost in Thought”, donde el hombre-árbol se representa en espacios domésticos saturados de objetos significativos, libros, instrumentos musicales, plantas en maceta. Estas obras pueden interpretarse como alegorías de la condición del artista contemporáneo, que busca mantener un vínculo auténtico con la naturaleza mientras está inmerso en un mundo saturado de cultura y tecnología. Hirako no propone una huida romántica hacia una naturaleza idealizada, sino una negociación constante entre estos dos polos de nuestra existencia.
El arte contemporáneo japonés ha sido a menudo reducido, en la mirada occidental, a algunos clichés fáciles: la cultura kawaii, las referencias al manga y al anime, o incluso la estética minimalista del wabi-sabi. Hirako escapa a estas categorías simplistas desarrollando un lenguaje visual que, aunque arraigado en la cultura japonesa, dialoga libremente con la historia del arte occidental. Sus composiciones pictóricas a veces recuerdan a las naturalezas muertas flamencas del siglo XVII, pero transformadas por una sensibilidad contemporánea y una paleta cromática vibrante que evoca más a los fauvistas que a la tradición japonesa.
La dimensión temporal ocupa un lugar central en la obra de Hirako. En una cultura obsesionada con el instante y lo desechable, nos recuerda la temporalidad larga de los árboles, su paciencia milenaria, su arraigo en un suelo que porta las huellas de generaciones pasadas. Como escribe el historiador del arte Simon Schama en su obra “El paisaje y la memoria”, “antes de ser un descanso para los sentidos, el paisaje es una construcción del espíritu. Su decorado se construye tanto a partir de las capas de la memoria como de las de las rocas” [3]. Hirako parece haber integrado esta reflexión creando obras que convocan simultáneamente el tiempo geológico de las formaciones naturales y el tiempo cultural de las referencias artísticas.
Es tentador ver en la obra de Hirako una forma de crítica al capitalismo y su relación instrumental con la naturaleza. Sus hombres-árboles, ni totalmente humanos ni totalmente vegetales, pueden interpretarse como figuras de resistencia a la lógica de explotación que reduce la naturaleza a un simple recurso. Pero esta lectura política, aunque pertinente, no hace justicia a la complejidad de su enfoque. Más que una denuncia frontal, su trabajo propone una visión alternativa, una utopía concreta donde humanos y no humanos coexistirían en un respeto mutuo.
La dimensión poética de la obra de Hirako no debe ser subestimada. En un mundo artístico a menudo dominado por el cinismo y la ironía posmoderna, se atreve a afirmar una sinceridad refrescante. Su fe en el poder transformador del arte no es ingenua sino arraigada en una comprensión profunda de los desafíos contemporáneos. Como destacó el crítico de arte Nicolás Bourriaud, “el arte es un estado de encuentro” [4]. Las creaciones de Hirako encarnan perfectamente esta definición al facilitar un encuentro inédito entre el humano y lo no humano, entre el espectador y modos de existencia alternativos.
Lo que hace la fuerza de la obra de Yuichi Hirako es su capacidad para reconciliar oposiciones aparentes: tradición e innovación, Este y Oeste, naturaleza y cultura, seriedad y ludismo. En un mundo cada vez más polarizado, su arte nos recuerda la belleza de las zonas intermedias, de los espacios híbridos donde las certezas vacilan para dar lugar al asombro y al cuestionamiento. Si el arte aún tiene un papel que jugar en nuestras sociedades, es precisamente ese: ayudarnos a imaginar otros mundos posibles, otras formas de habitar la Tierra.
La próxima vez que cruces un árbol en la calle, tómate el tiempo de detenerte y mirarlo realmente. Estos seres silenciosos pueden reflejar nuestra propia mirada, a imagen de las figuras enigmáticas en los cuadros de Hirako. En este intercambio mudo podría hallarse el inicio de una conciencia ecológica renovada, lejos de los discursos moralistas y de las imposiciones culpabilizadoras. El arte de Hirako nos susurra que nuestra salvación no vendrá de una separación aún más radical de la naturaleza, sino de una inmersión consciente en ella, de un reconocimiento de nuestra interdependencia fundamental con todos los seres vivos.
Os dejo que meditéis sobre esto.
- Næss, Arne. “Lo superficial y lo profundo, Movimiento ecológico a largo plazo: Un resumen”, Inquiry, vol. 16, 1973.
- Hirako, Yuichi. Entrevista con ArtReview Asia, octubre 2021.
- Schama, Simon. El Paisaje y la Memoria, traducido del inglés por Josée Kamoun, Éditions du Seuil, 1999.
- Bourriaud, Nicolas. Estética relacional, Les presses du réel, 1998.
















