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Yukimasa Ida: Capturar lo inasible

Publicado el: 5 Mayo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

Yukimasa Ida atraviesa la frontera entre la abstracción y el realismo para crear retratos explosivos donde las siluetas nostálgicas emergen de gruesas capas de pintura. Sus obras capturan la esencia del concepto japonés “Ichi-go Ichi-e”, el carácter único e irreemplazable de cada momento vivido.

Escuchadme bien, panda de snobs. El arte de Yukimasa Ida no espera a que existáis para existir. Sus retratos explosivos, esos montones caóticos de pinceladas furiosas, esos rostros que parecen simultáneamente construirse y descomponerse ante vuestros ojos, no piden vuestra opinión. Están allí, suspendidos en un momento que nunca volverá, encarnando ese concepto japonés al que el artista está tan apegado: “Ichi-go Ichi-e”, un momento único que nunca se repetirá exactamente de la misma manera.

Ida, nacido en 1990 en Tottori, esa prefectura costera japonesa donde el mar bravo se encuentra con montañas tranquilas, ha estado inmerso en la creación artística desde la infancia. Hijo del escultor Katsumi Ida, creció en el taller paterno, con un lápiz en la mano desde la edad en que la mayoría de los niños aprenden a hablar. Desarrolló una visión única donde la abstracción y la figuración se entrelazan sin anularse mutuamente. Se ha convertido en ese pintor cuyas obras ahora se exhiben desde el Museo Picasso de Málaga hasta el Museo de Arte KYOCERA de Kioto, pasando por las galerías más prestigiosas de París, Tokio, Hong Kong y Chicago.

Pero hablemos claro. ¿Qué busca Ida en esta obsesión por lo efímero, en esta voluntad obstinada de capturar lo inasible? Veo en sus lienzos algo que es tanto cine como pintura. Cada uno de sus retratos parece ser una imagen arrancada de una película, un fragmento temporal cristalizado en el lienzo. Sus gruesas capas de pintura al óleo adquieren cualidades escultóricas, mientras que sus cabezas de bronce conservan marcas que se asemejan al impacto de una espátula. Es ese ir y venir constante entre los medios lo que hace que su trabajo sea tan interesante.

Tomemos por ejemplo su serie “End of today”, esa crónica diaria en la que Ida pinta sistemáticamente una obra entre las 23h y la 1h de la madrugada, como para marcar el final de cada día. Son diarios íntimos visuales, testimonios de una existencia que transcurre inexorablemente. Hay algo proustiano en este enfoque, una búsqueda del tiempo perdido a través de la materia pictórica.

Marcel Proust, en “En busca del tiempo perdido”, nos recuerda que “los verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido” [1]. Eso es exactamente lo que hace Ida: transforma el paraíso perdido del instante vivido en un fragmento tangible de eternidad. Sus retratos no son representaciones fijas, sino momentos en movimiento, capturados en toda su intensidad emocional. Así como Proust buscaba recuperar el tiempo mediante las sensaciones, Ida utiliza la textura, el color y el movimiento para evocar no la apariencia exterior de sus sujetos, sino su misma esencia.

Un viaje a la India al inicio de sus veintes fue crucial en la formación de esta filosofía. Cuenta que quedó profundamente impactado por el encuentro con una niña en un barrio marginal, que rebuscaba en una pila de basura y, al encontrar un trozo de carne parcialmente comida, le sonrió antes de huir. “No podía olvidar su rostro y sus ojos, y pensé que probablemente nunca la volvería a ver, ni a ninguna de las personas que había conocido durante mi viaje”, explica el artista. Fue en ese momento cuando comprendió este concepto de tiempo único e irreversible, el “Ichi-go Ichi-e”.

Pero Ida no es solo un pintor de la melancolía. Hay en su obra una vitalidad explosiva, una energía bruta que nos recuerda que la vida, aunque efímera, está intensamente presente. Sus retratos parecen explotar en todas las direcciones, hacia adelante, hacia atrás, a la izquierda, a la derecha, arriba, abajo, mientras permanecen anclados en el centro por algo que se asemeja a una cabeza humana monumental. Las pinceladas y remolinos de pintura están dispuestos con tanto cuidado como los objetos en un bodegón.

Su trabajo podría compararse con el de los expresionistas abstractos japoneses de principios de siglo, pero con una diferencia fundamental: en Ida, la energía se despliega hacia el exterior en lugar de plegarse hacia el interior. Es como si el espíritu representado estuviera abrumado por la experiencia en lugar de estar desesperadamente retorcido y anudado.

También se puede establecer un paralelo con el cine de Akira Kurosawa, especialmente en la forma en que el director manipula el tiempo y captura momentos de pura intensidad humana. En “Rashômon”, Kurosawa nos presenta un mismo evento a través de diferentes perspectivas, mostrando así que la verdad es subjetiva y múltiple [2]. De igual manera, Ida nos ofrece retratos que son menos representaciones exactas y más experiencias emocionales vividas a través del prisma de su propia subjetividad.

Los retratos de Ida funcionan como secuencias de una película de Kurosawa: condensan en un solo instante una multitud de emociones y significados. No buscan darnos una versión definitiva de la realidad, sino más bien invitarnos a un espacio donde varias verdades pueden coexistir. Como dice el propio artista: “No quiero imponer nada al público. Me alegra si pueden sentir algo y reflexionar, pero la obra terminada ya no me pertenece. Pertenece a este mundo”.

Este enfoque cinematográfico de la pintura también se manifiesta en la manera en que Ida trata el color y la luz. Recuerda “las diversas gradaciones del azul al rosa y al verde en el cielo” de su región natal. “El mar tiene días de contrastes violentos y otros días está realmente calmado”, observa. Estos recuerdos visuales informan su paleta, creando obras que laten con los ritmos naturales de la luz cambiante.

En el Museo de Arte de la Ciudad de Yonago y el Museo de Arte KYOCERA de Kioto, su exposición “Panta Rhei, For As Long As The World Turns” de 2023 reveló una nueva dimensión de su trabajo. “Panta Rhei”, “todo fluye” en griego, es una expresión atribuida a Heráclito que evoca el flujo perpetuo de todas las cosas. Ida presentó allí no solo sus retratos característicos, sino también esculturas y una reinterpretación monumental de “La Última Cena” de Leonardo da Vinci, reemplazando a Jesús y sus discípulos por mujeres con enaguas al estilo de las “Meninas” de Velázquez.

Esta fusión de referencias culturales e históricas testifica la amplitud de la visión de Ida. No solo está preocupado por el momento presente, sino por la manera en que ese momento se inscribe en el gran continuo de la historia del arte. Hay humildad en este enfoque, un reconocimiento de que incluso las obras más personales forman parte de una conversación más amplia que atraviesa las épocas.

La exposición de 2021 en la Galería Mariane Ibrahim en Chicago, titulada “Here and Now”, reflejaba perfectamente esta filosofía. Como señaló el crítico Chris Miller: “La exposición se llama ‘Here and Now’, y así es como queremos que el arte sea bueno, ¿no es cierto? Queremos ser atrapados ahora, en el momento de la mirada, ya sea que las piezas hayan sido realizadas hace 3.000 años o la semana pasada” [3].

Pero donde difiero de este crítico es en la profundidad del trabajo de Ida. Él afirma querer “la presencia de algo que parezca importante para su vida, para la humanidad, para el universo”. Yo le respondería que eso es precisamente lo que ofrece Ida: una puerta de entrada hacia una comprensión más profunda de nuestra experiencia temporal, de nuestra presencia efímera en un universo en perpetuo cambio. El trabajo de Ida nos recuerda que siempre estamos simultáneamente presentes y ausentes, que cada momento es simultáneamente una ganancia y una pérdida. Sus retratos, que oscilan entre la abstracción y la figuración, son metáforas visuales perfectas de esa dualidad fundamental de la experiencia humana.

En su serie de cabezas de bronce, Ida lleva esta exploración aún más lejos. Sin focos para resaltar las formas, aparecen solo como masas negras y amenazantes. Como la escultura retratista japonesa de principios del siglo XX, deben mucho a la tradición japonesa de la cerámica wabi-sabi, tanto libre como meticulosa. La masa global nunca se cuestiona por los detalles expresivos del rostro en la superficie. Esta tensión entre la masa y el detalle, entre la forma general y las particularidades expresivas, refleja la tensión más amplia entre lo universal y lo particular que atraviesa toda la obra de Ida. Cada retrato es a la vez profundamente personal y extrañamente universal, como si al captar un momento específico, el artista tocara algo eterno.

Ida también ha colaborado con marcas prestigiosas como Dior, y sus obras han sido adquiridas por coleccionistas de todo el mundo, incluida la Fundación Leonardo DiCaprio. En 2018, fue seleccionado entre los “30 UNDER 30 JAPAN” por Forbes. Su obra “End of today, L’Atelier du peintre” incluso fue colocada en la Estación Espacial Internacional por Yusaku Maezawa, el primer civil japonés en viajar al espacio y alojarse en la ISS. Pero más allá de estos éxitos comerciales, lo que resulta impactante en la obra de Ida es su capacidad para mantener una integridad artística y filosófica. En un mundo del arte a menudo dominado por tendencias y modas pasajeras, él permanece fiel a su visión de un arte que captura la esencia misma de nuestra experiencia temporal.

“La memoria es algo vago”, observa el artista. “Cuando veo los rasgos de esta cosa, quiero eliminar lo superfluo. El resultado puede estar deformado, pero no es intencionado. Las cosas importantes están en el proceso de lucha intensa para obtener algo que está en el corazón de esa persona, ese objeto o ese paisaje.”

Esta búsqueda de lo esencial a través del proceso artístico recuerda la aproximación del escultor Constantin Brancusi, quien buscaba reducir sus sujetos a su forma más pura y esencial [4]. Como Brancusi, Ida entiende que a veces es al eliminar los detalles superfluos cuando se alcanza la verdad más profunda de un sujeto. Pero a diferencia de Brancusi, que tendía hacia una abstracción geométrica depurada, Ida abraza la complejidad y el caos de la experiencia vivida. Sus retratos son torbellinos de energía y emoción, reflejando la naturaleza tumultuosa e impredecible de la vida misma.

El arte de Yukimasa Ida nos recuerda una verdad fundamental: somos seres temporales, en constante flujo, nunca del todo iguales de un momento a otro. Sus retratos capturan esta realidad inasible con una brutal honestidad y una belleza asombrosa. Nos invitan a detenernos, a estar plenamente presentes, a reconocer la belleza y la precariedad de cada momento.

En un mundo donde estamos constantemente distraídos, donde el pasado y el futuro a menudo eclipsan el presente, las obras de Ida nos vuelven al “aquí y ahora”. Nos recuerdan que a pesar de toda nuestra tecnología y progreso, seguimos siendo fundamentalmente seres limitados por el tiempo, criaturas efímeras en un universo en constante evolución.

Así que, la próxima vez que te encuentres frente a una obra de Yukimasa Ida, no te limites a mirarla pasivamente. Entra en ella plenamente, permítete ser abrumado por su energía caótica, déjate llevar por su impulso. Porque solo aceptando la impermanencia, abrazando el “Ichi-go Ichi-e”, podemos verdaderamente apreciar la riqueza y la profundidad de nuestra existencia.


  1. Proust, Marcel. “En busca del tiempo perdido, Tomo VII: El tiempo recobrado”, Gallimard, 1927.
  2. Kurosawa, Akira. “Rashômon”, Daiei Film, 1950.
  3. Miller, Chris. “La emoción del momento: una reseña de Yukimasa Ida en Mariane Ibrahim”, NewCity Art, 2021.
  4. Chave, Anna C. “Constantin Brancusi: Cambiando las bases del arte”, Yale University Press, 1993.
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Referencia(s)

Yukimasa IDA (1990)
Nombre: Yukimasa
Apellido: IDA
Otro(s) nombre(s):

  • 井田幸昌 (Japonés)

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Japón

Edad: 35 años (2025)

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