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Cuerpos y decadencia: La lucidez de Michael Kvium

Publicado el: 17 Junio 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 10 minutos

Michael Kvium crea obras pictóricas que exponen sin compromisos los aspectos de la vida que preferimos ocultar. Sus personajes grotescos con cuerpos estirados y deformados funcionan como espejos perturbadores, obligándonos a enfrentar nuestras propias fragilidades y la realidad de nuestra condición mortal.

Escuchadme bien, panda de snobs. Cuando hablamos de Michael Kvium, no hablamos simplemente de un pintor danés nacido en 1955 en Horsens. Hablamos de un artista que ha hecho de nuestro malestar existencial su materia prima, que ha transformado nuestras negaciones colectivas en cuadros de una belleza perturbadora. Desde la década de 1980, Kvium nos obliga a mirar lo que preferimos ignorar: nuestra propia decrepitud, nuestra hipocresía, nuestra fragilidad.

Su universo pictórico está poblado de criaturas andróginas, deformes, a menudo desnudas, con rostros a veces similares al suyo. Seres con cuerpos alargados, espaldas encorvadas, miembros desproporcionados. Seres que nos reflejan a nosotros mismos, despojados de los artificios que nos tranquilizan a diario. No es casualidad que el primer choque sentido ante sus obras dé rápidamente paso a una extraña familiaridad. Lo que vemos no es el otro en su monstruosidad, sino nosotros mismos sin nuestras máscaras habituales.

En “The Naked Eye on a Welldressed Lie III” (2012), Kvium nos presenta a una bailarina calva con el rostro que toma sus propios rasgos. Esta figura, a la vez grotesca y graciosa, cristaliza toda la ambivalencia de su obra. La belleza clásica de la danza se confronta con la crudeza de un cuerpo que rechaza la idealización. El propio título nos invita a mirar más allá de las apariencias, a superar la mentira bien vestida que constituye nuestra relación con el cuerpo y la estética.

Los personajes de Kvium suelen llevar atributos reconocibles: una sotana de sacerdote, un tutú de bailarina, una toga de juez. Estos atuendos funcionan como símbolos de autoridad, que el artista se apresura a subvertir mediante la representación cruda de los cuerpos. En “Tail to Tail” (2012), un cardenal vestido de rojo señala al cielo mientras un juez vestido de negro nos señala con el suyo. Estas dos figuras de autoridad, una religiosa y otra jurídica, están unidas por una cola de rata, un símbolo poco sutil de la corrupción del poder. Kvium no se limita a criticar, analiza las estructuras sociales que nos gobiernan.

La relación con el teatro es fundamental en la obra de Kvium. Sus lienzos evocan escenas, sus personajes son actores interpretando un papel. Esta teatralidad no es gratuita, sirve a un propósito esencial: nuestras vidas transcurren entre dos cortinas, la del nacimiento y la de la muerte. Todo lo demás es solo representación, juego social, puesta en escena. Esta visión encuentra un eco sorprendente en el pensamiento del sociólogo Erving Goffman, para quien la vida social es una constante representación teatral donde cada uno interpreta un rol [1]. Como escribe Goffman, “el mundo entero no es un teatro, claro está, pero no es fácil definir precisamente en qué se distingue”. Esta analogía teatral impregna la obra de Kvium hasta en sus aspectos formales: encuadre, composición, iluminación, todo contribuye a crear esta impresión de escena donde se juega el drama humano.

No es casualidad que Kvium cofundara en 1981 el grupo de performance “Værkstedet Værst” (El Taller de lo Peor) junto con Erik A. Frandsen y Christian Lemmerz. Esta experiencia colectiva nutrió su reflexión sobre el cuerpo en representación, sobre el límite difuso entre el actor y su papel. Con este grupo exploró los límites de lo aceptable, de lo visible, prefigurando los temas que luego rondarían su pintura. El propio Kvium explica: “Lo que el arte puede hacer es crear una escena donde nos atrevemos a enfrentar problemas que no nos atrevemos a mirar en el mundo real”.

Su trabajo con Christian Lemmerz en la película “The Wake”, inspirada en “Finnegans Wake” de James Joyce, ilustra perfectamente esta aproximación. Esta película muda de ocho horas proyecta simultáneamente tres secciones diferentes, creando un montaje caótico de imágenes surrealistas y barrocas. Hombres y mujeres gritan, beben, bailan, pelean, vomitan, permanecen sentados desnudos en estados cercanos a la catatonia. Este caos visual, esta sobrecarga sensorial, esta ausencia de narración lineal recuerdan curiosamente la obra literaria que la inspira. Joyce, como Kvium, buscaba superar las formas convencionales para alcanzar una verdad más profunda sobre la condición humana. Ambos artistas comparten esta voluntad de deconstruir el lenguaje, ya sea verbal o visual, para revelar lo que habitualmente oculta.

Esta conexión entre Kvium y Joyce no es anecdótica, revela una afinidad profunda con la literatura modernista de principios del siglo XX. Así como Joyce desestructuraba la sintaxis para expresar mejor los flujos de conciencia, Kvium deforma los cuerpos para revelar mejor nuestras angustias existenciales. En ambos casos se trata de romper con las convenciones estéticas para acceder a una verdad más auténtica, aunque esta sea difícil de mirar.

Esta búsqueda de autenticidad también se manifiesta en el tratamiento que Kvium reserva al paisaje. Sus exposiciones en ARoS Aarhus Kunstmuseum (2006) y Ordrupgaard (2007) incluían grandes obras que evocaban relaciones con el paisaje y la naturaleza. Al igual que con sus figuras humanas, sus paisajes están marcados por la deformación, la extrañeza, una forma de melancolía. Los árboles desnudos adoptan actitudes antropomórficas, como si la naturaleza misma compartiera nuestra condición de seres solitarios y aislados.

“El paisaje en el horizonte es para mí una fuente eterna oculta de asombros”, confiesa el artista. “Esta mirada hacia la eternidad con árboles parcialmente desnudos como único signo de vida terrenal. Son casi siempre escenas de otoño o invierno que señalan melancólicamente hacia el verano pasado y hacia la hibernación estéril del invierno. ¿Qué somos nosotros, los humanos, sino almas oscuras en una búsqueda eterna de la luz y de la comprensión de lo imprevisible, que se materializa aquí en el espacio infinito de la eternidad?”

Estos paisajes evocan el concepto de lo Sublime tal como lo definieron Edmund Burke y los filósofos románticos. Lo Sublime designa esa experiencia estética que nos supera, nos arrolla, casi nos aterroriza por su grandeza [2]. En la obra de Kvium, lo Sublime no solo está presente en sus paisajes, sino también en su representación del cuerpo humano. Este cuerpo se convierte en el lugar de una experiencia límite, entre atracción y repulsión, belleza y fealdad, familiar y extraño.

Si la dimensión filosófica de la obra de Kvium es innegable, su técnica pictórica es igualmente destacable. Formado en la Real Academia de Bellas Artes de Dinamarca bajo la dirección de Albert Mertz y Stig Brøgger, Kvium domina perfectamente su medio. Sus cuadros al óleo evidencian una virtuosidad técnica que contrasta con la brutalidad de los temas representados. Esta tensión entre la belleza formal y la crudeza del contenido crea un efecto de disonancia cognitiva en el espectador, reforzando el impacto emocional de la obra.

Kvium no es un artista cómodo. Rechaza deliberadamente tranquilizarnos, confortarnos en nuestras ilusiones. “Los humanos tienden siempre a alejarse de lo incómodo”, dice. “Hay un gran peligro en evitar lo incómodo y encuentro interesante explorar ese malestar, debe estar ahí por una razón. Debe contener una forma de honestidad que deberíamos tomar en serio”.

Esta honestidad, Kvium la busca en la representación de lo que preferimos ocultar: el envejecimiento, la decrepitud, la fragilidad del cuerpo. En una cultura obsesionada con la juventud eterna, donde la cirugía estética permite borrar los signos del tiempo, Kvium nos recuerda que el declive forma parte integral de nuestra condición. “Si pasas toda tu vida luchando contra los signos de la mortalidad, entonces solo vives a medias”, afirma. “No debes vivir en tu pasado o tu futuro, sino en tu presente. ¡Y eso es realmente difícil!”

Esta dificultad para vivir plenamente en el presente, para aceptar nuestra finitud, nuestra imperfección, constituye el núcleo de la reflexión de Kvium. Su obra puede leerse como una invitación a superar nuestros miedos, a mirar de frente aquello que nos angustia para dominarlo mejor. En este sentido, a pesar del aparente pesimismo de sus representaciones, hay en su enfoque una forma de esperanza, una posibilidad de liberación mediante la confrontación directa con nuestros demonios interiores.

Algunos críticos han reprochado a Kvium una cierta complacencia en lo macabro, una insistencia excesiva en los aspectos oscuros de la existencia. Eso olvida que su trabajo también posee una dimensión satírica, incluso humorística. Las deformaciones grotescas de sus personajes, sus posturas absurdas, sus interacciones incongruentes provocan a veces una risa nerviosa, una forma de humor negro que aligera momentáneamente la gravedad del mensaje. Es lo que el propio artista llama lo “tragicómico” de sus obras.

Si Kvium se interesa tanto en la ceguera voluntaria de los seres humanos, es porque ve en ella no solo una fuente de sufrimiento individual sino también un peligro colectivo. Establece un paralelismo explícito entre nuestra negativa a ver nuestra propia realidad y los mecanismos que permitieron el advenimiento de los totalitarismos: “Si miras lo que pasó en la Alemania nazi, es el peor ejemplo de todos. Es, de hecho, la mentalidad y la exigencia de que las personas que parecen diferentes, piensan diferente, creen diferente, no tienen justificación”.

Esta dimensión política de su obra, aunque rara vez explícita, es fundamental. Al obligarnos a mirar lo que preferimos ignorar, Kvium nos invita a una forma de lucidez que también es una resistencia contra las ilusiones peligrosas que a veces nos impone la sociedad. Como él mismo dice: “Todo buen arte es político. Incluso las obras generalmente humanas. El arte termina donde te conformas con satisfacer una necesidad. El arte está donde rasca, donde es incómodo para los que están en el poder y para los que quieren dormir en su vida. Puedes hacer arte bello cuando es la belleza la que duele. La obra debe plantear preguntas que arañen la superficie. Y entonces es política”.

Esta voluntad de rascar bajo la superficie, de revelar lo que se oculta tras las apariencias, Kvium la expresa con una coherencia notable desde hace casi cuarenta años. Sus obras de los años 80 y 90, dominadas por tonos marrones oscuros, caóticas en su composición, han ido dando paso progresivamente a cuadros más luminosos, más estructurados, sin perder nada de su potencia subversiva. Esta evolución formal testimonia una madurez artística que no se acompaña de un suavizamiento del mensaje.

Al contrario, Kvium parece haberse refinado con el tiempo, cincelando sus metáforas visuales para hacerlas más contundentes. Las obras recientes como la serie “Contemporary Fools”, donde utiliza metal y silicona para crear objetos que llevan la huella de la mano humana, o “A Dancing Show”, que representa a bailarinas sosteniendo pequeñas marionetas, evidencian una búsqueda constante de nuevas formas para expresar sus obsesiones.

Lo que hace la grandeza de Michael Kvium es su capacidad para transformar nuestras ansiedades existenciales en imágenes de un poder visual innegable. No se limita a mostrarnos lo que no queremos ver, lo hace con una inteligencia formal, un dominio técnico, una inventiva que elevan su trabajo más allá de la simple provocación. Como los grandes escritores, los grandes músicos, los grandes cineastas, logra dar forma a lo informe, expresar lo indecible, hacer visible lo invisible.

En un mundo saturado de imágenes suaves, idealizadas, conformes a nuestros deseos más que a nuestra realidad, la obra de Kvium resuena como un grito de verdad. Nos recuerda que el arte verdadero no está para confortarnos sino para confrontarnos, no para arrullarnos con ilusiones sino para despertarnos. Y aunque esta confrontación a veces sea dolorosa, también es profundamente liberadora. Porque al fin y al cabo, lo que nos ofrece Michael Kvium es una forma de liberación mediante la lucidez. Al obligarnos a mirar de frente nuestra condición mortal, nuestra fragilidad, nuestra hipocresía, nos permite paradójicamente vivir más plenamente, más auténticamente. Como él mismo dice: “Mi mensaje más importante es hacer que mi entorno sea consciente de nuestra ceguera. De cuántos trucos sucios nos jugamos para evitar mirarnos a nosotros mismos”.

En esta empresa de revelación, Kvium se muestra no como un misántropo cínico, sino como un humanista exigente, que rechaza los consuelos fáciles para ofrecernos una verdad más difícil pero más auténtica. Su pintura es un espejo deformante que, paradójicamente, nos permite vernos con mayor claridad. Y quizá ahí reside su mayor hazaña: hacernos amar lo que tememos ver.


  1. Goffman, Erving. “La presentación de la vida cotidiana”, Les Éditions de Minuit, París, 1973.
  2. Burke, Edmund. “Investigación filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello”, Vrin, París, 2014.
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Referencia(s)

Michael KVIUM (1955)
Nombre: Michael
Apellido: KVIUM
Otro(s) nombre(s):

  • Michael Otto Albert Kvium

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Dinamarca

Edad: 70 años (2025)

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