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Davood Roostaei: Las manos sucias de la verdad

Publicado el: 1 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 5 minutos

En su búsqueda radical de la verdad artística, el artista iraní-estadounidense Davood Roostaei creó el Criptorealismo, una técnica donde sus dedos reemplazan los pinceles para tejer capas de realidad que desafían nuestra percepción convencional del arte contemporáneo.

Escuchadme bien, panda de snobs, Davood Roostaei (1959-2023) no fue solo un pintor iraní exiliado en Los Ángeles. Fue un genio que reinventó la pintura con sus dedos cuando los pinceles ya no eran suficientes para expresar la complejidad de nuestro mundo fracturado. Mientras algunos se extasiaban ante lienzos monocromos vendidos por millones, él creó un nuevo lenguaje pictórico: el Criptorealismo.

Encarcelado durante dos años por el régimen iraní por atreverse a hacer graffitis subversivos, Roostaei salió de su celda con una visión radical: pintar la realidad ocultándola. Como Walter Benjamin tan bien teorizó en su ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, la autenticidad de una obra reside en su “hic et nunc”, su aquí y ahora. Roostaei lo entendió mejor que nadie, cada uno de sus lienzos es un testimonio vivo que solo se revela a quienes se toman el tiempo de mirar más allá de las apariencias.

Su técnica es única: sin pinceles, solo sus dedos para crear capas sucesivas de imágenes y sentidos. Es como si Pollock y Bacon tuvieran un hijo criado por Deleuze y Guattari. La multiplicidad de planos, la superposición de realidades, todo eso hace eco al concepto de “rizoma” desarrollado por estos filósofos franceses. No hay ni principio ni fin en sus obras, solo conexiones infinitas entre las imágenes ocultas.

En 1986 abandonó definitivamente el pincel. Es un acto radical, como cuando Duchamp abandonó la pintura para su “Grand Verre”. Pero donde Duchamp buscaba matar el arte, Roostaei busca resucitarlo a través del contacto directo con la materia. Sus dedos se convierten en extensiones de su espíritu, como en la fenomenología de Merleau-Ponty donde el cuerpo es el vehículo del ser-en-el-mundo.

El Criptorealismo que inventa no es un simple estilo, es una filosofía visual. Como escribió Hanns Theodor Flemming, es “una forma de arte de expresión enigmática con motivos realistas extraídos de un amplio abanico de temas, de la antigüedad al presente y al futuro”. En otras palabras, es un desorden organizado que tiene sentido cuando uno se toma el tiempo de descifrarlo.

Tomen “Glasnost” (1988), pintado tres años antes del colapso de la Unión Soviética. En el centro, Cristo crucificado en las flechas del Kremlin. En la Plaza Roja, vacía, un tanque solitario con su estrella roja. En la esquina superior izquierda, una paloma ensangrentada. Es más que una pintura, es una profecía visual que anticipa el fin del comunismo. Roostaei hace lo que Theodor Adorno pensaba imposible después de Auschwitz: poesía con el horror de la historia.

Su período alemán (1984-2000) está marcado por la influencia de “die neue Wilde”, ese nexo-expresionismo salvaje que sacude Alemania. Pero Roostaei va más allá. No se conforma con pintar la emoción, la oculta bajo capas de realidad como un arqueólogo invertido que enterraría tesoros para generaciones futuras.

Los Ángeles marca un punto de inflexión. La luz californiana transforma su paleta. Los colores explotan como si Matisse hubiera tomado LSD. Sus obras se vuelven más complejas, más densas. Las imágenes se superponen como en una película de David Lynch donde realidad y sueño se confunden. Es Jacques Rancière en pintura: el “reparto de lo sensible” se vuelve literal, cada espectador crea su propia narración según lo que percibe.

Su proceso es fascinante: primero, ancla escenas realistas en el lienzo con sus dedos, luego las oscurece con salpicaduras de pintura al estilo Pollock. Es como si Nietzsche tuviera razón: la verdad solo puede ser aprehendida tras velos. Cuanto más se mira, más se descubre. Es lo opuesto al arte de Instagram: aquí no hay gratificación instantánea, sino una revelación progresiva que requiere tiempo y compromiso.

Sus últimas obras como “Turnings” (2023) muestran un dominio absoluto de esta técnica. Los gestos son más seguros, los colores más audaces. Es como si, al final de su vida, hubiera alcanzado lo que Heidegger llamaba la “verdad del ser”: una autenticidad total en la expresión artística.

Roostaei nos recuerda que el verdadero arte requiere tiempo, tiempo para crear, tiempo para mirar, tiempo para comprender. Como escribió Roland Barthes en “La Cámara lúcida”, existe el studium (el interés general por una imagen) y el punctum (ese detalle que nos atraviesa). En las obras de Roostaei, el punctum está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, escondido bajo capas de pintura que esperan ser descubiertas.

Su último gran proyecto, “Imagine, 2022”, un lienzo monumental de 2,4 x 3,7 metros valorado en un millón de euros, debía recaudar fondos para Ucrania. Incluso al final, usaba su arte como un arma contra la injusticia, como cuando pintaba en las paredes de Teherán. Algunos dirán que es ingenuo creer que el arte puede cambiar el mundo. Pero como decía Theodor Adorno, en un mundo falso, la verdad solo puede existir en los extremos. Y Roostaei era un maestro de los extremos.

Murió demasiado pronto, a los 63 años, dejándonos un legado visual que seguirá revelándose mucho tiempo después de su desaparición. Como los manuscritos medievales que escondían textos paganos bajo oraciones cristianas, sus lienzos son testimonios modernos que cuentan la historia de nuestro tiempo a quienes saben leerlos.

Roostaei nos recuerda que la pintura aún puede ser revolucionaria. Solo hace falta tener el coraje de sumergir las manos en la materia y crear algo nuevo. Incluso si eso significa pasar dos años en prisión por ello.

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Referencia(s)

Davood ROOSTAEI (1959-2023)
Nombre: Davood
Apellido: ROOSTAEI
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Irán

Edad: 64 años (2023)

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