Escuchadme bien, panda de snobs: ha llegado la hora de mirar más allá de vuestras certezas. En el paisaje contemporáneo saturado de conceptualismos vacíos y provocaciones gratuitas, una artista japonesa de treinta y un años trastoca nuestras percepciones con la despreocupada tranquilidad de los verdaderos visionarios. Etsu Egami, nacida en 1994 en Chiba, encarna esta tercera generación de artistas nipones de posguerra que, liberada del peso histórico y de las cuestiones identitarias de sus predecesores, explora con una audacia desconcertante los meandros de la condición humana universal. A través de sus retratos semiabstractos con colores prismáticos, revela lo más frágil y esencial de la comunicación.
El recorrido cosmopolita de Egami, de Estados Unidos a Europa y de China a Alemania, configura una práctica artística que hace de la incomprensión lingüística y cultural su terreno creativo más fértil. Graduada de la Academia Central de Bellas Artes de Pekín donde estudió bajo la dirección de Liu Xiaodong, y luego de la Universidad de Arte y Diseño de Karlsruhe, desarrolla un enfoque plástico que sublima los malentendidos en revelaciones poéticas. Esta itinerancia geográfica e intelectual nutre una obra donde las barreras lingüísticas se convierten paradójicamente en el vehículo de una comunicación más auténtica.
El arco iris como dialéctica cromática de la alteridad
Los lienzos de Etsu Egami llaman la atención por su construcción cromática singular: bandas horizontales translúcidas, con colores saturados pero matizados, que evocan un arco iris terrestre, ensuciado por el contacto con nuestra realidad imperfecta. Esta metáfora del espectro luminoso no es fortuita en la artista, que declara: “El arco iris contiene cada matiz purificado que brilla magníficamente” [1]. Esta simbología va más allá de la simple estética para erigirse en verdadera filosofía de la coexistencia.
En la tradición japonesa, el arco iris remite al puente flotante del paraíso (Ame-no-ukihashi) mencionado en el Tango no Kuni Fudoki, que según la leyenda se derrumbó para formar las tierras al oeste de Kioto. Esta referencia mitológica resuena con la obra de Egami, donde la caída del puente celestial simboliza tal vez la necesaria desilusión que precede a toda verdadera comprensión. Los colores de sus lienzos nunca se mezclan, coexisten en líneas paralelas, metáfora visual de esa diversidad humana que rechaza la uniformización.
La artista también se inspira en la simbología universal del arco iris como pasarela entre lo terrenal y lo transcendente. En la mitología nórdica, el Bifröst conecta Midgard con Asgard; en el budismo tibetano, el “cuerpo arco iris” designa la última etapa antes del despertar. Estas referencias permiten a Egami situar su trabajo en una dimensión espiritual que trasciende los particularismos culturales. Sus arcos iris “sucios” traducen la imperfección asumida de nuestra condición, pero también la esperanza persistente de una posible elevación.
La caligrafía como arquitectura secreta de la pintura
La influencia de la caligrafía en la obra de Egami constituye uno de los aspectos más sutiles y, sin embargo, fundamentales de su práctica. Lejos de ser anecdótica, esta impregnación caligráfica estructura su gestualidad pictórica en un nivel profundo. Durante una conferencia en el Museum of Fine Arts de Boston, un conservador le comentó: “Sus obras no son ni animación ni ukiyo-e, pero tienen una sensación oriental. Es porque siento un elemento de caligrafía en ellas” [2].
Esta observación revela la dimensión oculta del trabajo de Egami. Formada desde la infancia en la caligrafía por su padre, la artista JY, ella interioriza esta disciplina no como técnica de escritura sino como extensión corporal. “El pincel es elástico, y el fieltro bajo el papel también lo es. Cuando aprendía a escribir, la fuerza en mis manos y las ideas en mi corazón a menudo se absorbían y resistían mutuamente”, explica ella. Esta dialéctica entre intención y resistencia material informa su gestualidad pictórica.
La caligrafía oriental postula la unidad fundamental entre la escritura y la pintura (shuhua tongyuan). En Egami, esta tradición milenaria encuentra una actualización contemporánea sorprendente. Sus retratos no buscan la semejanza física sino captan lo que Xie He nombró en el siglo VI el “qi yun sheng dong”, la resonancia espiritual y la vitalidad. Cada pincelada se convierte en firma existencial, huella de un aliento vital que anima el lienzo.
El ritmo de sus composiciones evoca la alternancia inspiración-expiración del calígrafo. Las bandas horizontales funcionan como pausas respiratorias, mientras que las líneas sinuosas encarnan el impulso creador. Este enfoque somático de la pintura coloca el cuerpo de la artista en el centro del proceso creativo, en una tradición donde el arte se vuelve ejercicio espiritual tanto como expresión estética.
La influencia caligráfica también se refleja en su concepción del vacío. En la tradición china, el vacío (xu) no es ausencia sino potencialidad pura. Los espacios blancos entre los colores de Egami funcionan según este principio: no separan los elementos sino que los ponen en resonancia. Este dominio del vacío revela una comprensión profunda de la estética oriental, donde lo no dicho a menudo tiene más sentido que lo explícito.
El retrato como sismógrafo de lo inconmensurable
La serie de los filósofos marca un giro en la evolución artística de Egami. Inspirada por su lectura de “El Analecto y el Ábaco” de Shibusawa Eiichi, se propone retratar a los grandes pensadores de la Escuela de los Cien Pensamientos chinos. Laozi, Confucio, pero también Freud, Dostoievski, Kafka, Nietzsche, tantas figuras que han moldeado el pensamiento humano y que la artista resucita a través de su gestualidad cromática.
Estos retratos filosóficos revelan un enfoque revolucionario del género. Egami no se preocupa por la semejanza física; pinta la esencia intelectual de sus modelos. “No he limitado mi concepción convencional del retrato. He tratado de visualizar las ideas de la Escuela de los Cien Pensamientos a mi manera”, explica ella [3]. Esta liberación del corsé mimético permite un enfoque sinestésico donde los conceptos se vuelven colores, las filosofías se transforman en ritmos visuales.
El retrato de Freud ilustra este método: los ojos, la nariz y el mentón permanecen identificables, pero líneas que giran invaden la frente. La imagen evoca menos la apariencia física del psicoanalista que la experiencia de lectura de “La interpretación de los sueños”. Por el contrario, el Laozi de Egami escapa a cualquier reconocimiento facial, resolviéndose en bandas horizontales vibrantes y algunos trazos azules inescrutables, figuración perfecta del maestro taoísta que promovía el borrado del ego.
Este enfoque resuena con la tradición del retrato intelectual que atraviesa el arte occidental desde Arcimboldo. Pero donde el manierista italiano compone sus rostros con objetos simbólicos, Egami procede por disolución cromática. Sus filósofos nacen del color puro, una metamorfosis pictórica que traduce la transformación interior operada por la lectura de sus obras.
La obra como laboratorio de la incomprensión creadora
La exposición “Star Time” presentada en Ginza Six en 2021 revela otra faceta del arte de Egami. Consagrada a las figuras literarias de la época Meiji a Showa, Osamu Dazai y Natsume Soseki, esta serie prolonga su reflexión sobre la transmisión cultural y la herencia intelectual. Estos retratos de escritores se inscriben en la continuidad de su enfoque filosófico, revelando a la vez una proximidad particular con la tradición literaria japonesa.
El período de aislamiento pandémico favoreció esta inmersión en los textos fundadores. Egami descubre entonces las conexiones secretas entre literatura y pintura, entre pensamiento y sensación. Esta serie constituye el preludio a sus retratos de filósofos, revelando a una artista que construye su iconografía personal a partir de un diálogo constante con las obras del espíritu.
El proyecto fundacional “This is not a Mis-hearing game”, iniciado en 2016 y aún en curso, ilustra el método experimental de Egami. Ella hace escuchar un sonido a cientos de participantes de distintas nacionalidades, pidiéndoles que transcriban inmediatamente lo que perciben. Estos malentendidos recogidos se convierten en material artístico, revelando los mecanismos secretos de la comunicación humana.
Este enfoque etnográfico del arte sitúa a Egami en la línea de los artistas-antropólogos contemporáneos. Pero a diferencia de las prácticas conceptuales que exponen crudamente sus datos, ella transfigura estos materiales en pintura. Los rostros de los participantes, fotografiados y luego pintados, se convierten en archivos sensibles de la incomprensión fértil que caracteriza nuestros intercambios humanos.
Julie Champion, conservadora del Centro Pompidou, capta perfectamente esta dimensión: “Lo que es bello en sus obras es que ella ve todas estas especificidades como una fuente, no solo de incomprensiones, sino también de creación y de riqueza en las relaciones entre las personas” [4]. Esta alquimia transforma el obstáculo en oportunidad, el malentendido en revelación.
Hacia una estética de la impermanencia contemporánea
Las referencias al Hōjōki de Kamo no Chōmei en la exposición de Singapur en 2023 revelan una dimensión meditativa a menudo oculta en la obra de Egami. Este texto budista del siglo XIII, escrito desde una choza de un metro cuadrado, medita sobre la impermanencia y las catástrofes naturales. “El agua fluye sin cesar, y sin embargo nunca es la misma agua”, esta imagen fluvial resuena con los retratos fluidos de Egami, donde los rostros se forman y se disuelven según el ángulo de visión.
La artista actualiza esta sabiduría milenaria en nuestra época de aceleración tecnológica y distanciamiento social. Sus lienzos captan la esencia fugaz de los encuentros humanos, esos momentos de “ichigo ichie” (una vez, un encuentro) que no se reproducirán jamás igual. En un mundo dominado por la reproductibilidad digital, esta celebración de lo único toma una resonancia particular.
La impermanencia en Egami no genera melancolía sino asombro. Sus colores vibran con una alegría asumida, un optimismo lúcido que reconoce la fragilidad sin caer en el pesimismo. Esta postura ética tanto como estética la convierte en una artista profundamente contemporánea, capaz de enfrentar las incertidumbres de nuestra época con las armas de la belleza.
El éxito fulgurante de Egami en la escena internacional, su inclusión en la lista Forbes 30 Under 30 Asia y exposiciones en las instituciones más prestigiosas, evidencian una recepción crítica que va más allá de los círculos asiáticos. Sus obras forman parte de las colecciones del Garage Museum de Moscú, del CAFA Art Museum de Pekín y de la Fundación E-Land de Seúl. Esta difusión geográfica valida su ambición universalista.
Pero la artista mantiene una vigilancia saludable frente a las tentaciones del mercado. Lamentando la especulación que rodea sus obras, impone a sus galerías un acuerdo de no reventa de cinco años. “Mis obras de arte son como mis hijos, por eso espero que las obras puedan permanecer con la gente mucho más tiempo”, declara ella. Esta posición ética revela una artista consciente de sus responsabilidades, negándose a ver su trabajo reducido únicamente a su valor de mercado.
El horizonte cosmopolita: una pintura-mundo
La obra de Etsu Egami florece en el entrecruce, ese espacio liminar donde las certezas vacilan y surgen las revelaciones más profundas. Ni completamente japonesa ni totalmente occidental, su pintura encarna esa globalización cultural que caracteriza nuestra época. Demuestra que es posible nutrirse de tradiciones milenarias sin renunciar a forjar un lenguaje plástico decididamente contemporáneo.
Sus retratos-paisajes, esos rostros que se transforman en horizontes según el ángulo de visión, sintetizan magistralmente este enfoque. Revelan que el verdadero arte reside tal vez en esta capacidad de mantener abiertas todas las posibilidades interpretativas, en preservar el enigma en lugar de resolverlo.
En nuestra época de polarizaciones extremas y certezas dogmáticas, Etsu Egami propone una vía intermedia que convierte la incertidumbre en una riqueza. Sus lienzos nos recuerdan que la belleza suele nacer de la incomprensión asumida, que la verdadera comunicación quizás comienza allí donde las palabras se detienen. En eso, ella se une a la más alta tradición del arte: revelar lo invisible, dar forma a lo informe, transformar el obstáculo en trampolín hacia una comprensión superior.
El futuro nos dirá si esta generación de artistas cosmopolitas sabrá cumplir sus promesas. Pero ya, en el taller de Chiba donde continúa incansablemente sus investigaciones cromáticas, Etsu Egami dibuja los contornos de un arte verdaderamente universal. Un arte que convierte nuestras diferencias irreductibles no en un obstáculo, sino en el terreno fértil de una belleza inédita. Y quizás sea ahí, en esta alquimia cotidiana de la incomprensión creativa, donde reside el secreto de su genio emergente.
- Tang Contemporary Art, “Etsu Egami: RAINBOW”, catálogo de exposición, 2022
- Whitestone Gallery, “The Universal Philosophy Enticed by Etsu Egami”, 2023
- Ibid.
- Tang Contemporary Art, “In a Moment of Misunderstanding, All the Masks Fall”, comunicado de prensa, 2021
















