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El universo de lienzos ensamblados de Sarah Crowner

Publicado el: 28 Agosto 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 7 minutos

Sarah Crowner crea pinturas mediante el ensamblaje de lienzos cosidos y diseña instalaciones de azulejos de terracota que invitan al espectador a una experiencia física del arte. Su trabajo mezcla referencias modernistas y saber hacer artesanal para replantear las relaciones entre pintura, arquitectura y espacio teatral.

Escuchadme bien, panda de snobs: Sarah Crowner dibuja con tijeras y pinta con una máquina de coser. Esta artista de Brooklyn, nacida en Filadelfia, no hace caso de vuestras categorías elitistas ni de las fronteras bien establecidas entre pintura y escultura, entre artesanía y bellas artes. Desde hace más de quince años, ella recorta, ensambla y cose lienzos pintados para crear obras que cuestionan nuestra relación física con el arte y que nos obligan a repensar lo que una pintura puede ser.

Crowner pertenece a esa generación de artistas que rechaza el legado intimidante del modernismo triunfante para reinventarlo mejor por fragmentos. Sus lienzos cosidos evocan inmediatamente la abstracción geométrica de los años 1950-1960, ese período en que Ellsworth Kelly o Kenneth Noland exploraban los contornos nítidos característicos del movimiento “hard-edge” y los campos de color. Pero donde esos maestros buscaban la perfección industrial y la eliminación de la mano, Crowner reivindica la costura visible, la imperfección artesanal, la huella del gesto. Cada pieza de tela pintada mantiene su propia identidad dentro del conjunto, creando composiciones donde la unidad nace de la diversidad asumida de las partes.

Este enfoque encuentra sus raíces en una comprensión profunda de la arquitectura modernista y sus utopías. La artista no se limita a colgar sus obras en las paredes: crea plataformas de azulejos de terracota esmaltados que sobresalen del suelo quince centímetros, invitándonos literalmente a penetrar en el espacio del arte. Estas instalaciones recuerdan las ambiciones totalizadoras de la Bauhaus, donde Walter Gropius soñaba con un Gesamtkunstwerk, una obra de arte total que uniera arquitectura, pintura, escultura y artesanía en una experiencia inmersiva.

La arquitectura modernista, con su fe en la racionalidad constructiva y su voluntad de transformar la sociedad mediante el entorno construido, impregna todo el enfoque de Crowner. Como los arquitectos de los años 1920 que exponían la estructura de sus edificios en lugar de ocultarla, la artista muestra las costuras de sus pinturas, revela el proceso de construcción. Los azulejos de sus plataformas, fabricados artesanalmente en el taller Ceramics Suro de Guadalajara, llevan las huellas de su conformación y cocción, rechazando el anonimato industrial. Esta tensión entre proyecto modernista y saber hacer tradicional atraviesa toda su obra.

Sus instalaciones evocan los espacios utópicos imaginados por los arquitectos del movimiento moderno, esos lugares donde el arte y la vida cotidiana debían fusionarse. Cuando Crowner transforma la galería en un escenario teatral con sus plataformas elevadas, reactivando esta ambición arquitectónica al mismo tiempo que la subvierte. Su trabajo para el American Ballet Theatre, especialmente los decorados y vestuarios de “Garden Blue” coreografiado por Jessica Lang en 2018, prolonga esta reflexión sobre el espacio como marco de experiencia estética [1].

La arquitectura no constituye solo un referente conceptual para Crowner: se convierte en materia prima. Sus grandes lienzos panorámicos de más de seis metros de largo, como “Night Painting with Verticals” de 2020, dialogan directamente con el espacio arquitectónico de las galerías. La escala humana de estas obras, su capacidad para envolver la mirada, su relación con el suelo y el techo, todo contribuye a hacer de cada exposición un entorno total donde pintura y arquitectura se responden.

Este enfoque arquitectónico de la pintura encuentra un eco poderoso en el arte teatral, segundo territorio de investigación privilegiado de Crowner. El teatro, arte del espacio y del tiempo, arte de la presencia de los cuerpos en un lugar dado, ofrece a la artista un laboratorio para explorar las dimensiones performativas de sus obras. Desde sus primeras plataformas de 2011, Crowner piensa sus instalaciones como escenas potenciales, espacios de activación por el espectador-actor.

Esta dimensión teatral no es una anécdota: estructura profundamente su concepción del arte. Cuando Crowner habla de sus pinturas como “fondos de escenario” y de sus plataformas como “escenarios”, revela un pensamiento que rechaza la contemplación pasiva. Sus obras no solo piden ser observadas: exigen ser habitadas, recorridas, experimentadas físicamente. El espectador se convierte en performer a pesar suyo, consciente de su cuerpo en el espacio, de sus movimientos, de su presencia.

Este enfoque hace eco de las investigaciones teatrales más vanguardistas del siglo XX, de Gordon Craig a Robert Wilson, que exploraron las relaciones entre espacio escénico y percepción. Como estos creadores, Crowner comprende que el arte puede ser un dispositivo de despertar sensorial, un medio para revelar nuestra relación encarnada con el mundo. Sus colaboraciones con coreógrafos, músicos y bailarines prolongan esta intuición fundamental: el arte solo existe plenamente en el encuentro entre la obra y el cuerpo que la experimenta.

El teatro también ofrece a Crowner un modelo temporal alternativo al de la contemplación museística tradicional. Una representación teatral impone su duración, su ritmo, su progresión dramática. Del mismo modo, las instalaciones de la artista crean recorridos, secuencias de acercamiento y descubrimiento que temporalizan la experiencia estética. No se mira una obra de Crowner: se la visita, se la explora, se permanece en ella.

Esta dimensión temporal encuentra su traducción más literal en las performances que la artista organiza a veces dentro de sus instalaciones. Estos eventos, como “Post Tree” realizado en colaboración con James Hoff y Carolyn Schoerner en 2016, revelan el potencial dramático latente de sus espacios. La danza activa las formas geométricas de las pinturas, la música hace vibrar las superficies coloreadas, transformando la instalación en partitura para cuerpos y miradas.

Pero quizás sea en su comprensión de lo cotidiano teatral donde Crowner se muestra más sutil. Sus plataformas transforman el simple hecho de caminar en acto consciente, en gesto significativo. Subir a estas tarimas de quince centímetros es aceptar ser vista, convertirse en actriz de su propia visita. Esta teatralización mínima de lo cotidiano revela las dimensiones performativas ordinariamente invisibles de nuestra relación con el arte.

El arte de Crowner nace de esta doble filiación arquitectónica y teatral. Sus obras crean espacios-tiempo específicos donde la experiencia estética recupera su dimensión física, social, colectiva. En una época dominada por la virtualización de las relaciones humanas y la atomización de las experiencias, este trabajo propone una resistencia discreta pero tenaz. Nos recuerda que el arte aún puede ser un lugar de encuentro, un espacio de presencia compartida.

La técnica de la costura, central en la práctica de Crowner, materializa esta filosofía de la unión y el ensamblaje. Cada tela cosida es un manifiesto para el arte como construcción colectiva, como suma de singularidades. Al contrario del mito romántico del artista solitario, Crowner reivindica un arte hecho de colaboraciones: con sus asistentes que la ayudan a coser, con los artesanos mexicanos que fabrican sus azulejos, con los arquitectos que diseñan los espacios de exposición, con los intérpretes que activan sus instalaciones.

Esta estética de la cooperación encuentra su expresión más lograda en las grandes telas panorámicas recientes. Obras-paisajes a escala arquitectónica, no pueden ser captadas de una sola mirada y requieren un recorrido, un desplazamiento del espectador que se convierte él mismo en parte integrante de la obra. Como en las mejores colaboraciones artísticas, cada elemento mantiene su autonomía mientras contribuye a un conjunto que los supera.

Las referencias históricas que convoca Crowner, de Ellsworth Kelly a Lygia Clark pasando por los constructivistas rusos, dan testimonio de una cultura artística exigente puesta al servicio de una visión contemporánea. La artista no copia a estos maestros: los cita, los subvierte, los actualiza. Su versión de “Superficie Modulada” de Lygia Clark, realizada en 2009, inaugura su técnica de la pintura cosida al mismo tiempo que rinde homenaje a esta pionera del arte participativo brasileño.

Este enfoque citacional revela una concepción de la historia del arte como reservorio de formas para reactivar más que como patrimonio fijo a venerar. Crowner practica un reciclaje creativo de las vanguardias del siglo XX, filtrándolas a través de su sensibilidad contemporánea y de sus preocupaciones actuales. Ella muestra que la herencia modernista aún puede alimentar investigaciones artísticas vivas, siempre que sea replanteada y reinventada.

La obra de Sarah Crowner nos enseña finalmente que el arte contemporáneo puede recuperar sus ambiciones transformadoras sin renunciar a su complejidad crítica. Al reconciliar abstracción y artesanía, elitismo y accesibilidad, contemplación y participación, traza un camino original en el paisaje artístico actual. Sus pinturas cosidas y sus instalaciones de azulejos ofrecen una experiencia estética a la vez sofisticada e inmediatamente sensible, erudita y popular.

En un mundo del arte a menudo recluido en sus propios códigos, Crowner recuerda que el arte aún puede ser un lenguaje compartido, un espacio de encuentro entre sensibilidades diferentes. Sus obras crean situaciones donde la experiencia estética vuelve a ser colectiva, física y alegre. Nos invitan a habitar el arte en lugar de contemplarlo, a experimentarlo en lugar de descodificarlo.

Esta generosidad fundamental, esta fe en los poderes del arte como experiencia transformadora, hace de Sarah Crowner una voz singular y necesaria en el paisaje artístico contemporáneo. Su trabajo nos recuerda que el arte, lejos de ser un lujo reservado a los iniciados, puede volver a ser lo que nunca debió dejar de ser: un medio para ampliar nuestra percepción del mundo y enriquecer nuestra experiencia común de la existencia.


  1. Jessica Lang, “Garden Blue”, American Ballet Theatre, Lincoln Center, octubre de 2018, vestuario y decorados de Sarah Crowner.
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Referencia(s)

Sarah CROWNER (1974)
Nombre: Sarah
Apellido: CROWNER
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 51 años (2025)

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