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El vertiginoso atlas de Andreas Gursky

Publicado el: 9 Marzo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

Andreas Gursky captura nuestra civilización globalizada con una precisión quirúrgica. Su ojo omnisciente sobrevuela el mundo como un dios frío, documentando las colmenas humanas, templos del comercio y catedrales de las finanzas con una obsesión maníaca por la exhaustividad.

Escuchadme bien, panda de snobs. Estas escandalosas orgías visuales, estas colosales sinfonías de píxeles firmadas por Andreas Gursky, no son simples fotografías. Son autopsias heladoras de nuestra civilización globalizada, cartografías metódicas del capitalismo tardío, radiografías despiadadas de nuestro planeta enfermo.

Entended bien esto: Gursky no es sólo un hombre con una cámara. Es un antropólogo clínico que diseca nuestra época con una precisión quirúrgica. Su ojo omnisciente sobrevuela nuestro mundo como el de un dios frío y distante, sin juicio aparente pero sin ninguna complacencia.

Desde su torre de cristal en Düsseldorf, este antiguo alumno de los Becher recorre el planeta para capturar las colmenas humanas, los templos del comercio, las catedrales de las finanzas. Fotografía los lugares donde se escribe nuestro destino común, bolsas, fábricas, puertos, supermercados, edificios anónimos, con una obsesión maníaca por la exhaustividad. Cada fotografía es un mundo completo, hiperreal, una totalidad que nos sumerge.

Recordad bien, por ejemplo, “Rhein II” (1999), esa imagen irrealmente perfecta del Rin alemán que batió todos los récords convirtiéndose en la fotografía más cara jamás vendida. ¡Qué ironía! Una imagen de austeridad absoluta, casi abstracta, representando un paisaje domesticado, racionalizado, optimizado, exactamente como nuestra economía global. El río reducido a una simple línea horizontal, enmarcada por franjas de césped desolado, bajo un cielo gris uniforme. Gursky borró digitalmente una central eléctrica que estropeaba su composición. ¡Claro que lo hizo! No es periodista, es artista. Su visión trasciende el simple documental y se aventura en el territorio de la verdad esencial.

El panóptico contemporáneo: Foucault y la vigilancia visual

Si se busca entender la obra de Gursky, es imposible ignorar su parentesco con el pensamiento de Michel Foucault. Las fotografías de Gursky funcionan como enormes panópticos visuales [1]. Este concepto foucaultiano, tomado de la arquitectura carcelaria, define un sistema donde todo puede ser observado desde un punto central sin que el observador sea visible. ¿No es exactamente la posición que ocupa Gursky en sus obras? El fotógrafo nos coloca en una posición de vigilancia total, donde podemos ver todo, escrutarlo todo, desde una posición de autoridad invisible.

Toma “París, Montparnasse” (1993), esa fachada de edificio modernista donde cada apartamento, cada vida privada, se expone simultáneamente en una cuadrícula implacable. O “Bolsa de Tokio” (1990), donde los traders son reducidos a partículas agitadas en un sistema que los sobrepasa. O también “Amazon” (2016), que revela las entrañas laberínticas de un almacén gigante, símbolo de nuestro consumo desmaterializado. ¿Acaso estas imágenes no son la manifestación visual perfecta de lo que Foucault llamaba los dispositivos de poder? ¿Sistemas que controlan, normalizan y disciplinan cuerpos y mentes a través de arquitecturas específicas?

El enfoque fotográfico de Gursky, con su punto de vista elevado y distante, su nitidez absoluta y su perspectiva frontal, crea lo que Foucault habría llamado una “mirada omnividente”. Una mirada que naturaliza la vigilancia en nuestra sociedad, hasta el punto de que la aceptamos como algo normal. Como escribía Foucault en “Vigilar y Castigar”, el poder moderno funciona precisamente por esta visibilidad permanente que asegura el funcionamiento automático del poder. Los sujetos saben que potencialmente siempre están siendo observados, lo que les lleva a auto-disciplinarse.

En “Pyongyang” (2007), Gursky lleva esta lógica a su paroxismo documentando las grandes misas coreano-norteñas coreografiadas, donde miles de individuos son reducidos a píxeles coloreados en una masa perfectamente coordinada. El individuo desaparece completamente en favor de un organismo colectivo desindividualizado. Pero la ironía es que esta visión totalitaria no es más que la exageración de nuestra propia condición en el capitalismo globalizado que Gursky documenta en otros lugares.

Como habría señalado Foucault, el poder ya no se ejerce exclusivamente de manera represiva, sino productiva, incentivando comportamientos, moldeando deseos. Ya no es el Gran Hermano quien nos vigila, sino la estructura misma de nuestro sistema económico y social la que nos constriñe. Los espacios fotografiados por Gursky, centros comerciales, hoteles de lujo, estadios, son dispositivos que producen ciertos tipos de comportamientos y subjetividades.

La compresión espacio-temporal: David Harvey y el capitalismo acelerado

Si Foucault nos ayuda a comprender la dimensión política de los espacios fotografiados por Gursky, la teoría de la “compresión espacio-temporal” del geógrafo marxista David Harvey [2] nos permite analizar su dimensión económica. Harvey mostró cómo el capitalismo avanzado reconfigura radicalmente nuestra experiencia del espacio y el tiempo, acelerando los flujos de información, mercancías y capitales, hasta crear una sensación de aniquilación del espacio por el tiempo.

Las fotografías de Gursky son la visualización perfecta de esta teoría. Sus imágenes captan precisamente los lugares donde opera esta compresión: bolsas globalizadas, puertos automatizados, industrias deslocalizadas, infraestructuras turísticas estandarizadas. “Chicago Board of Trade” (1999) muestra la agitación frenética de una sala de mercados donde las transacciones se realizan a la velocidad de la luz. “Salerno” (1990) revela un puerto donde se amontonan contenedores multicolores, símbolos del comercio mundial acelerado. “99 Cent” (1999) presenta la uniformización mundial del consumo de masas, con sus estanterías reproducidas infinitamente.

Harvey explica que esta compresión provoca una desestabilización de nuestras identidades, un sentimiento de desorientación e inseguridad. Las fotografías de Gursky, con su escala descomunal, su nitidez irreal y su perspectiva aplanada, reproducen precisamente esa sensación de vértigo. No solo nos muestran el capitalismo, sino que nos hacen sentir sus efectos psicológicos.

Los inmensos paisajes industriales de Gursky, como “Nha Trang” (2004) donde cientos de trabajadoras vietnamitas fabrican muebles para IKEA, o “Greeley” (2002) que muestra una ganadería industrial en Estados Unidos, documentan lo que Harvey llama “la acumulación flexible”: la capacidad del capital de desplazarse instantáneamente para explotar las diferencias de costos a escala global. Los cuerpos humanos aparecen ahí como simples variables de ajuste en un sistema globalizado.

Harvey también analiza cómo el capitalismo contemporáneo transforma el espacio en mercancía, reduciendo los lugares a su valor de intercambio. Las fotografías de Gursky capturan perfectamente esta mercantilización: los paisajes naturales a menudo se presentan como recursos explotables o terrenos de juego (“Engadin”, 2006), los espacios urbanos como inversiones (“Shanghai”, 2000), incluso el arte aparece como un valor especulativo (“Turner Collection”, 1995).

La estandarización de los espacios es otro síntoma de esta compresión espacio-temporal. En hoteles internacionales, aeropuertos o centros comerciales que fotografía Gursky, ya no sabemos dónde estamos, tanto se parecen estos no-lugares de un continente a otro. Lo local se borra en favor de una uniformización global que el fotógrafo registra con precisión clínica.

El trabajo de Gursky expone también lo que Harvey llama “spatially fixed capital”, las inversiones masivas en infraestructuras inmóviles (carreteras, fábricas, centros comerciales) que intentan fijar el capital a pesar de su tendencia a la movilidad. Sus fotografías de centrales solares (“Les Mées”, 2016), autopistas o complejos industriales revelan estos anclajes espaciales del capital, planteando la cuestión de su perdurabilidad en un mundo en aceleración constante.

La belleza aterradora de nuestro mundo

El genio de Gursky es que consigue hacer esta análisis visualmente seductora, casi adictiva. Sus imágenes nos atraen por su extraordinaria belleza formal, su riqueza cromática, su estructura rigurosa, antes de mostrarnos el horror de lo que representan. Hay algo obsceno en el placer estético que sentimos ante estos cuadros de nuestra autodestrucción colectiva.

Tomen “Bahrain I” (2005), con su circuito de automovilismo que serpentea por el desierto como una cinta de terciopelo negro sobre arena dorada. O “F1 Pit Stop” (2007), esa coreografía perfecta de un equipo de Fórmula 1 en plena acción. O también esas fotografías de raves donde los bailarines forman patrones abstractos luminosos. Estas imágenes son hermosas, al tiempo que documentan actividades fundamentalmente absurdas en un mundo al borde del colapso.

Esta tensión entre belleza formal y crítica implícita hace de Gursky un artista profundamente ambiguo. No es ni un esteta puro, ni un activista explícitamente comprometido. Nos presenta el mundo tal como es, en toda su esplendor aterrador, y nos deja sacar nuestras propias conclusiones. Esta ambigüedad es lo que hace su trabajo tan poderoso y perturbador.

Porque Gursky comprende una verdad fundamental: para ver realmente el mundo contemporáneo, hay que distanciarse de él. Sus imágenes no son instantáneas, sino construcciones meticulosas, a menudo ensambladas digitalmente a partir de múltiples tomas. No es manipulación, es clarificación. Al liberarse de las limitaciones de la visión humana, nos permite ver lo que nunca podríamos percibir por otros medios.

He aquí por qué las fotografías de Gursky son tan grandes: deben engullirnos físicamente para hacernos entender realidades que nos sobrepasan. Funcionan como experiencias corporales, ambientes en los que penetramos más que imágenes que miramos a distancia.

Cuando uno está delante de un Gursky, se siente como un insecto frente a un mundo que se ha vuelto demasiado vasto, demasiado complejo, demasiado rápido para ser comprendido a escala humana. Y tal vez ese sea, en definitiva, el mensaje esencial de su obra: hemos creado un mundo que nos supera, que se nos escapa, que nos reduce a la insignificancia. Un mundo del que ya no somos más que espectadores impotentes, en lugar de actores.

Andreas Gursky no es solo un fotógrafo, es un cartógrafo del antropoceno, un archivista del capitalismo tardío, un testigo lúcido de nuestra propia desaparición como sujetos autónomos. Sus imágenes son los frescos de nuestra época, monumentos que quedarán cuando todo haya desaparecido.

Y vosotros, panda de snobs, que os extasiáis ante sus obras en galerías y ferias de arte, sabed que no estáis simplemente contemplando fotografías. Estáis mirándoos a vosotros mismos, en el espejo ampliado e implacable que Gursky tiende a nuestra civilización.


  1. Foucault, Michel, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión, Gallimard, París, 1975.
  2. Harvey, David, La condición de la posmodernidad: Una investigación sobre los orígenes del cambio cultural, Blackwell, Oxford, 1989.
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Referencia(s)

Andreas GURSKY (1955)
Nombre: Andreas
Apellido: GURSKY
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Alemania

Edad: 70 años (2025)

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