Escuchadme bien, panda de snobs: este joven tailandés que cubre las paredes de Nueva York con sus agujeros negros antes de regresar triunfante a Bangkok merece que dejemos de reírnos por un momento. Kantapon Metheekul, que firma como Gongkan, no se parece a nada de lo que estáis acostumbrados a ver en vuestras galerías asépticas. Su trabajo huele a sudor, nostalgia y esa clase de rabia silenciosa que sube cuando te encuentras atrapado entre dos mundos sin poder elegir.
Nacido en 1989 en Bangkok, Gongkan siguió el camino clásico del buen estudiante que termina en publicidad, esa lenta muerte del alma creativa. Pero a diferencia de tantos otros que se pudren allí, él tuvo el valor de dejarlo todo por Nueva York, esa ciudad que aplasta a los soñadores de docenas en docenas. Tres años luchando, pegando sus pegatinas en el metro, pintando portales negros en las paredes, antes de comprender que la verdadera batalla se libraba en otro lugar. De vuelta a Bangkok, no trajo un brillante título americano, sino algo mucho más valioso: una visión.
El legado de Dalí o la belleza de la ansiedad
Cuando Gongkan afirma: “Estoy inspirado por Salvador Dalí, a través de su uso de colores intensos para evocar un sentimiento de introspección pensativa; momentos surrealistas y silenciosos en el tiempo que son a la vez hermosos de mirar pero cargados de ansiedades ocultas”, no se limita a citar una influencia conveniente [1]. Establece una filiación que merece que se le preste atención, pues revela los mecanismos profundos de su propio lenguaje pictórico.
Salvador Dalí, ese catalán flamante nacido en 1904, construyó su obra sobre una tensión similar entre superficie seductora y profundidad inquietante. El maestro español desarrolló su famosa método paranoico-crítico para bucear en su inconsciente, creando “fotografías de sueños pintadas a mano” donde objetos realistas se encuentran yuxtapuestos de manera irracional [2]. Gongkan toma este camino, pero lo reduce a lo esencial: figuras humanas, cielos graduales y esos agujeros negros obsesionantes que funcionan como portales.
Las paletas de colores de ambos artistas revelan una parentesco inquietante. Dalí utilizaba beige y azules para crear contrastes surrealistas, paisajes desérticos sin vida pero cautivadores. En Gongkan encontramos esos mismos gradientes que van del azul oscuro al verde claro, del violeta profundo al rosa y luego al amarillo pálido. Esta técnica del aerógrafo combinada con pinceladas crea una dimensión que recuerda a los cielos españoles de Dalí, esas vastedades que parecen a la vez infinitas y claustrofóbicas.
Pero donde Dalí pinta el tiempo que se funda, Gongkan pinta el desplazamiento imposible. Sus personajes no esperan a que los relojes blandos les digan que es demasiado tarde, saltan al vacío. Los agujeros negros de Gongkan funcionan como los relojes blandos de Dalí: símbolos de fluidez en un mundo que pretende ser rígido. Excepto que donde el catalán cuestiona la naturaleza del tiempo, el tailandés interroga la del espacio, el territorio, la pertenencia.
Esta filiación estética oculta una diferencia fundamental de intención. Dali buscaba visualizar su inconsciente personal, sus obsesiones eróticas, sus miedos íntimos. Gongkan, en cambio, pinta para todos aquellos que se sienten atrapados, discriminados, atrapados en un cuerpo o una sociedad que no les conviene. Sus personajes sin sonrisa, esas figuras planas y gráficas que emergen o desaparecen en portales, encarnan una angustia colectiva. El artista lo dice él mismo: “El Teleport Art viene de mi depresión, mis experiencias personales y los problemas sociales alrededor de temas como la desigualdad de género y los derechos humanos”.
El surrealismo de Gongkan no es el del juego gratuito o del choque estético. Es un surrealismo de la supervivencia, donde lo fantástico se convierte en la única salida posible ante una realidad inaceptable. Sus estanques de agua que reemplazan progresivamente los agujeros negros en su obra reciente funcionan como espejos deformantes, superficies reflectantes que nunca muestran lo que uno quisiera ver en ellos. “Lo que ves es solo la punta del iceberg”, advierte. Bajo la superficie apacible de sus colores pastel se esconden la pobreza, la corrupción y la discriminación contra la comunidad LGBTQ.
El peso de los Garudhammas
Si Gongkan merece que se le preste atención seria, también es por su capacidad de transformar la crítica social en imagen sin caer en un didactismo plano. Su obra Gender Equality And Righteousness ataca de frente una de las hipocresías más persistentes del budismo: la desigualdad estructural entre monjes y monjas.
El budismo theravada, religión dominante en Tailandia, impone a las bhikkhunis (monjas) reglas llamadas “garudhammas”, literalmente “reglas pesadas”, que las colocan en una posición de inferioridad perpetua respecto a los monjes [3]. La primera de estas reglas estipula que una monja ordenada desde hace cien años debe levantarse y saludar con respeto a un monje ordenado el mismo día. Estas ocho reglas, cuya autenticidad es cuestionada por numerosos investigadores que las ven como adiciones posteriores al canon original, han servido durante siglos para desalentar la ordenación de mujeres en Asia.
Gongkan explica su enfoque: “Esta obra critica la desigualdad de género encontrada en los principios básicos del budismo y otras religiones. La igualdad y la rectitud son partes vitales de los derechos humanos fundamentales, y sin embargo en muchas ideologías religiosas, lamentablemente, no se extienden a las mujeres. Esta obra representa cómo se espera que las mujeres sean puras pero nunca alcanzarán los reinos superiores del budismo debido a su sexo”.
Atacar el budismo en Tailandia es como escupir en la bandera durante un desfile nacional. Pero Gongkan no busca la provocación fácil. Pinta, con sus colores suaves y formas depuradas, contradicciones que nadie quiere ver. La imagen del Buda aparece en su trabajo no como un ícono intocable, sino como el testigo silencioso de un sistema que ha traicionado sus propios principios de igualdad.
La teoría budista de los “cinco obstáculos” estipula que una mujer debe renacer como hombre antes de poder proseguir adecuadamente el Noble Óctuple Sendero y alcanzar la perfección budhística [4]. Esta doctrina, enseñada durante siglos, crea una inferioridad ontológica de la mujer. Gongkan no filosofea sobre estas cuestiones, las pinta. Sus estanques de agua se convierten en metáforas de esta profundidad limitada de la percepción humana, donde lo que se ve en la superficie nunca refleja las injusticias estructurales que yacen debajo.
Lo que hace que su enfoque sea particularmente efectivo es que rechaza el maniqueísmo. Sus imágenes no gritan, susurran. Sus personajes no protestan, desaparecen o aparecen. Esta estrategia del silencio visual obliga al espectador a llenar los vacíos, a cuestionar la ausencia de sonrisa, a preguntarse a dónde conducen exactamente esos portales que prometen libertad.
El artista ancla su crítica en una experiencia vivida. Originario de la comunidad Teochew, etnia china establecida en Tailandia, conoce íntimamente las tensiones entre culturas, las expectativas contradictorias, el peso de las tradiciones. Sus obras recientes integran motivos chinos, esos cuencos de porcelana azul y blanca que se convierten en bañeras para sus personajes, creando colisiones visuales entre legados culturales.
Su serie Introspection lleva este enfoque aún más lejos, explorando la psicología individual como reflejo de los disfuncionamientos sociales. En una época donde los problemas de salud mental se disparan pero siguen siendo tabú, Gongkan se atreve a mostrar la ira, el resentimiento, el miedo, la sospecha. Expone su propia vulnerabilidad, ese lado más oscuro de su mente, mientras crea un espacio de reflexión para el espectador. Sus instalaciones digitales interactivas, sus investigaciones psicológicas que acompañan las exposiciones, convierten la galería en un laboratorio de introspección colectiva.
La exposición Asynchronous Affinities de 2025 en Hong Kong resume este enfoque: la idea de “buena persona, mal momento” aplicada no sólo a las relaciones interpersonales sino a las relaciones con los lugares, las culturas, las sociedades. Gongkan se representa a sí mismo junto a figuras de diferentes géneros y razas, creando un sentimiento narrativo sin jamás dar suficiente información para completar la historia. Esta técnica deja al espectador en un estado de incertidumbre productiva, justo donde comienza el pensamiento crítico.
El arte del desplazamiento vertical
Entonces, ahí lo tienes. Kantapon Metheekul no es ni el nuevo Dalí ni el Banksy asiático, y afortunadamente. Construye otra cosa: un lenguaje visual que habla de migración interior, de claustrofobia social, de libertad imposible. Sus agujeros negros y sus piscinas de agua no son elementos gráficos, sino propuestas existenciales. Plantean una pregunta simple y terrible: ¿a dónde ir cuando ningún lugar es habitable?
Lo que hace que su trabajo sea necesario es precisamente que rechaza las consolaciones. Sus colores son hermosos, sí, pero esa belleza no promete nada. Sus personajes encuentran portales, pero nadie sabe qué les espera al otro lado. Esta brutal honestidad, envuelta en una estética seductora, crea una tensión que permanece mucho después de haber salido de la galería.
El mercado lo ha entendido, por cierto. Cuando Tim Cook, CEO de Apple, compra cuatro de sus cuadros en un día, no es sólo porque los colores sean bonitos. Es porque incluso los titanes de Silicon Valley sienten confusamente que ellos también son prisioneros de un sistema, en busca de un portal hacia otro lugar. El genio de Gongkan es haber encontrado una forma que habla simultáneamente a los jóvenes tailandeses discriminados y a los multimillonarios californianos en busca de sentido.
Pero atención: si su trabajo gusta, no es porque ofrezca respuestas tranquilizadoras. Al contrario. Cada cuadro recuerda que la pureza exigida, por la religión, la sociedad y la familia, es una trampa mortal. Que los reinos superiores prometidos a los puros son mentiras para mantener las jerarquías. Que la única salvación posible pasa por la aceptación de la impureza, la mezcla, el desplazamiento constante.
Gongkan pinta para quienes han entendido que el mundo no cambiará lo suficientemente rápido, que las estructuras son demasiado sólidas, que las garudhammas seguirán ahí dentro de cien años. Entonces ofrece portales. No hacia un más allá mejor, no es lo suficientemente ingenuo para eso, sino hacia un más allá diferente. Y en un mundo que se endurece, que se cierra, que levanta muros por todas partes, pintar agujeros se convierte en un acto fundamental de resistencia.
Por eso este artista que nunca sonríe en las fotos merece algo mejor que vuestras miradas de reojo. Construye, pacientemente, una obra que documenta nuestra época mejor que mil discursos militantes. Pinta nuestros callejones sin salida con una elegancia que los hace soportables sin hacerlos aceptables. Y si aún no entendéis por qué importa, quizá el problema no sea él. Quizá seáis vosotros, atrapados en vuestro propio agujero, incapaces de imaginar que se pueda salir de él de otra manera que escalando.
- Cita de Kantapon Metheekul, entrevista con Thanarat Asvasirayothin, Made in Bed, 2021.
- Salvador Dali, “Paranoiac-Critical Method”, The Art Story.
- “Eight Garudhammas”, artículo de Wikipedia consultado en octubre de 2025.
- “Women in Buddhism”, artículo de Wikipedia consultado en octubre de 2025.
















