Escuchadme bien, panda de snobs: Guillermo Kuitca no es un pintor ordinario. Este argentino de 64 años, que expone desde los trece, ha construido una obra que desafía nuestras certezas sobre lo que puede y debe ser la pintura contemporánea. Lejos de las tendencias efímeras y de los golpes mediáticos, Kuitca desarrolla desde hace más de cuatro décadas un lenguaje pictórico de una coherencia notable, donde cada lienzo funciona como una pieza de un rompecabezas existencial más amplio. Su última exposición “Kuitca 86” en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires revela a un artista que, bajo la aparente frialdad conceptual de sus mapas, planos y diagramas, esconde una sensibilidad profundamente humana frente a las cuestiones de memoria, identidad y desplazamiento.
El legado teatral: Pina Bausch y la escenografía de lo íntimo
El encuentro de Kuitca con el universo de Pina Bausch en 1980 constituye una de las claves para comprender su obra. Esta revelación, que él describe como “devastadora”, no se limita a una simple influencia estética sino a una verdadera conversión conceptual. Bausch había revolucionado la danza partiendo del principio de que “los seres humanos pueden caminar, y caminar basta”, un enfoque esencialista que fascina inmediatamente al joven pintor argentino. Esta filosofía del movimiento mínimo, esta capacidad de crear sentido a partir de gestos elementales, impregna ahora toda la producción de Kuitca.
En sus primeras series como “El Mar Dulce” (1983-84) y “Siete Últimas Canciones” (1986), la influencia de Bausch se manifiesta mediante un enfoque escenográfico del espacio pictórico. Las composiciones se despliegan como escenarios fragmentados donde los cuerpos adquieren densidad corporal e interactúan en escenas simultáneas y disjuntas. Hombres que arrastran mujeres, niños que tiran de su cabello hacia abajo, sillas y mesas dispersas: estas imágenes recuerdan el léxico gestual de la coreógrafa alemana. Pero Kuitca no se limita a tomar prestado un vocabulario visual; se apropia de la misma lógica del Tanztheater, esta capacidad de transformar el espacio en territorio emocional.
La teatralidad en Kuitca nunca consiste en una simple puesta en escena. Procede más bien de una concepción de la pintura como “arena teatral”, para usar sus propias palabras, donde el artista asume el papel de director. Este enfoque explica por qué sus lienzos, incluso los más abstractos, conservan siempre una dimensión narrativa latente. Los planos de apartamentos, mapas viales y diagramas de teatros funcionan como decorados vacíos que llevan la huella fantasmagórica de dramas humanos. La ausencia de figuras humanas en sus obras maduras no representa una huida del ser humano sino, al contrario, una presencia definida por la ausencia, para retomar la fórmula de los críticos.
Esta estética de la ausencia encuentra su origen en la experiencia teatral de Kuitca. Habiendo dirigido él mismo producciones teatrales en los años 1980, especialmente la obra “El Mar Dulce” codirigida con Carlos Ianni en 1984, comprende que el espacio escénico conserva la memoria de los cuerpos que lo habitaron. Sus pinturas posteriores funcionan según esa misma lógica: son espacios encantados, arquitecturas de la memoria donde aún resuenan los ecos de presencias desaparecidas. Este enfoque le permite ir más allá de la simple representación para crear una verdadera dramaturgia del espacio.
La serie “Seven Last Songs” marca el apogeo de esta influencia de Pina Bausch. El espacio se dilata mientras los cuerpos se retiran, dejando solo rastros físicos (camas y sillas) y atmosféricos. Esta disolución progresiva de la figura humana no constituye un empobrecimiento, sino una intensificación: al vaciar el espacio de su dimensión figurativa, Kuitca lo carga con una densidad psicológica inédita. El espacio doméstico se convierte en el lugar donde se inscribe la memoria, transformando cada lienzo en una partitura silenciosa de un drama íntimo.
Esta influencia perdura en sus obras más recientes, especialmente en “Kuitca 86” (2024), esa maqueta de taller de artista donde cada elemento lleva las huellas de salpicaduras de pintura. Esta obra funciona como un mise en abyme del acto creador, un teatro en miniatura donde se juega el eterno misterio de la creación artística. Kuitca revela allí su deuda hacia Bausch: esa capacidad de transformar un espacio aparentemente neutro en un territorio cargado de afectos, esa alquimia que permite hacer surgir la emoción de la más pura abstracción.
Arquitectura y psicoanálisis: Los planos del inconsciente
La dimensión arquitectónica de la obra de Kuitca no puede entenderse independientemente de su formación intelectual en la Argentina de los años 1970-80, un país donde el psicoanálisis goza de una influencia cultural considerable. Este enfoque analítico del espacio tiene sus raíces en el pensamiento freudiano y lacaniano que impregna por entonces Buenos Aires, metrópoli donde cohabitan arquitectos, analistas y artistas en un diálogo permanente sobre las relaciones entre estructura y psique.
Los planos de apartamentos que obsesionan a Kuitca desde finales de los años 1980 no se deben a una simple fascinación estética por las formas geométricas. Funcionan como cartografías del inconsciente, topologías donde se dibujan los territorios íntimos de la experiencia humana. Esta serie nace de un proceso de “zoom out” que el artista describe con precisión: de la cama a la habitación, de la habitación al apartamento, del apartamento a la ciudad, de la ciudad al mundo. Esta progresión escalonada revela una lógica analítica que recuerda la cura psicoanalítica, donde el paciente asciende progresivamente desde sus síntomas hacia sus causas profundas.
El apartamento tipo que Kuitca pinta obsesivamente funciona como el icono de la familia urbana de clase media. Esta insistencia en un modelo arquitectónico estandarizado refleja su fascinación por las estructuras que organizan secretamente nuestra existencia. Así como el analista revela los mecanismos inconscientes que gobiernan nuestros comportamientos, Kuitca desvela los dispositivos arquitectónicos que moldean nuestra intimidad. Estos planos nunca son neutrales: a veces llevan una corona de espinas, se agrietan, se llenan de huesos o se adornan con manchas que evocan fluidos corporales. Esta organicidad de la arquitectura revela la dimensión pulsional del espacio doméstico.
La serie de “People on Fire” lleva esta lógica más allá al transformar los mapas geográficos en genealogías familiares. Kuitca reemplaza los nombres de lugares por nombres de personas, creando mapas relacionales que evocan los árboles genealógicos usados en la terapia familiar sistémica. Esta sustitución revela la influencia de su madre, psicoanalista, pero también una comprensión intuitiva de los mecanismos de transmisión psíquica. Los vínculos familiares se geografican, revelando su dimensión territorial: cada familia constituye un territorio con sus fronteras, sus zonas de influencia y sus conflictos de poder.
Este enfoque psicoanalítico del espacio explica por qué Kuitca privilegia los lugares cargados de afectos: teatros, hospitales, prisiones y cementerios. Estas instituciones funcionan como condensadores de emociones colectivas, espacios donde se cristalizan las angustias fundamentales de la existencia humana. Sus planos de salas de teatro, especialmente los de prestigiosas instituciones como el Metropolitan Opera o La Scala, sufren deformaciones que revelan la carga fantasmal de estos lugares. Bajo el efecto de tratamientos con agua caliente o fría, estos diagramas se licúan, deforman y migran a través del papel como formaciones del inconsciente que afloran a la superficie.
La obra “L’Encyclopédie (siete partes)” (2002) constituye la culminación de esta reflexión sobre las estructuras del conocimiento. En referencia al proyecto de Diderot, Kuitca interroga nuestra obsesión por la clasificación y el archivo del saber. Sus planos de planta cubiertos de manchas y goteos parecen derrumbarse sobre sí mismos, negando su función primordial. Esta serie revela la influencia de Michel Foucault [1], cuyos trabajos sobre las instituciones disciplinarias (hospital, prisión, asilo) iluminan la dimensión política de la arquitectura. En Kuitca, los espacios institucionales nunca son neutrales: llevan la marca de las relaciones de poder que los han moldeado.
La reciente serie “Family Idiot” (2020), cuyo título toma prestado de Jean-Paul Sartre [2], lleva esta lógica a su término. Inspirado en el estudio monumental que Sartre dedica a Flaubert, Kuitca aplica allí un método analítico total, cruzando marxismo, psicoanálisis, filosofía y sociología para entender la formación de un artista. Este enfoque interdisciplinario revela su deuda con la tradición psicoanalítica argentina, esa capacidad para articular estructura familiar y creación artística en un mismo análisis.
La poética del desplazamiento
La obsesión cartográfica de Kuitca encuentra sus raíces en la experiencia histórica de Argentina, país formado por migraciones sucesivas y desplazamientos forzados. Esta dimensión geopolítica de su obra nunca constituye una denuncia directa sino que procede de un enfoque más sutil, donde la poesía del desplazamiento sustituye al discurso militante.
El artista descubre los mapas en el momento preciso en que Argentina sale de la dictadura militar (1976-1983), periodo durante el cual aproximadamente 30.000 personas “desaparecieron”. Esta coincidencia temporal no es fortuita: los mapas de Kuitca funcionan como anti-monumentos a los desaparecidos, espacios donde puede inscribirse la memoria de quienes no tienen sepultura. A diferencia de los mapas tradicionales que sirven para orientarse, los de Kuitca están concebidos como “dispositivos para perderse”, según sus propias palabras. Esta inversión funcional traduce la experiencia de una generación que creció en la incertidumbre, privada de puntos de referencia estables.
Su primer mapa, dedicado a Alemania en 1987, revela la dimensión personal de esta obsesión geográfica. La elección de este país no es casual: cristaliza las tensiones de la historia familiar de Kuitca, cuyos abuelos huyeron de los pogromos rusos para refugiarse en Argentina, país que más tarde acogería a criminales nazis. Esta estratificación histórica transforma el mapa en un testimonio temporal, donde se superponen las huellas de sucesivas migraciones. Alemania se convierte así en el símbolo de una geografía embrujada, donde cada nombre de lugar lleva la memoria de dramas colectivos.
Los mapas sobre colchones constituyen el cénit de esta reflexión sobre el desplazamiento. Al pintar directamente sobre estos objetos íntimos, Kuitca crea un choque impresionante entre la escala del cuerpo y la del territorio. Estas obras evocan inmediatamente la experiencia de los refugiados, obligados a llevar sus escasas pertenencias en el exilio. Los colchones se convierten en islotes de domesticidad en la inmensidad geográfica, fragmentos de intimidad preservada a pesar del desarraigo del territorio natal.
Esta poética del desplazamiento encuentra su expresión más lograda en la instalación de veinte colchones presentada en la Documenta IX de Kassel en 1992. Alineados en el espacio expositivo como en un dormitorio improvisado, estos objetos evocan simultáneamente los campos de refugiados, los hogares de acogida de emergencia y los lugares de agonía hospitalarios. Cada colchón lleva un mapa fragmentado de Europa, puntuado con botones en las ubicaciones de las grandes ciudades: Berlín, Varsovia, Sarajevo. Estas obras adquieren una resonancia trágica particular en el contexto de las guerras balcánicas que entonces ensangrentaban Europa.
La evolución reciente de Kuitca hacia los planos de salas de espectáculo prolonga esta reflexión sobre la movilidad. Estos lugares de representación funcionan como microcosmos donde se reproduce constantemente la dialéctica de lo cercano y lo distante. El espectador ocupa un lugar asignado, pero su imaginación puede llevarle a territorios infinitos. Esta ambivalencia entre fijación y movimiento caracteriza toda la obra de Kuitca: sus mapas inmóviles llevan en sí la posibilidad del viaje, sus planos estáticos vibran con desplazamientos potenciales.
El legado modernista revisitado
Desde 2007, con la serie “Desenlace”, Kuitca realiza un retorno crítico hacia la herencia modernista que revela la madurez de su reflexión estética. Este enfrentamiento con los maestros de la abstracción, Jackson Pollock, Joaquín Torres García, Georges Braque y Lucio Fontana, no es ni un homenaje respetuoso ni una deconstrucción iconoclasta, sino una apropiación creativa que revela su comprensión profunda de los desafíos de la pintura contemporánea.
Esta serie marca un giro en la obra de Kuitca porque asume explícitamente su relación con la historia del arte. Hasta entonces, sus referencias permanecían implícitas, integradas en un enfoque que privilegiaba la invención sobre la cita. Con “Desenlace”, da un paso más al cuestionar directamente la autoridad de las vanguardias históricas. Sus representaciones de estas formas icónicas de la abstracción funcionan como “cáscaras vacías”, según la expresión de los críticos, artefactos familiares pero despojados de la autoridad prescrita.
Este enfoque revela la influencia subterránea de Jorge Luis Borges [3], cuya obra literaria explora constantemente las relaciones entre original y copia, entre auténtico y simulacro. Como el escritor argentino, Kuitca desarrolla una estética de la reproducción crítica donde la fidelidad aparente oculta una subversión fundamental. Sus “Pollock” o sus “Braque” no son pastiches sino meditaciones sobre la posibilidad misma de la originalidad en el arte contemporáneo.
Esta serie forma parte de una reflexión más amplia sobre la transmisión cultural que obsesiona a Kuitca desde sus inicios. Como él recuerda en sus entrevistas, su formación artística se realizó en un “terreno baldío” cultural, sin una verdadera tradición artística argentina en la que apoyarse. Esta condición de huérfano estético explica su fascinación por los mecanismos de transmisión y herencia. Sus obras recientes funcionan como ejercicios de genealogía artística, intentos de reconstruir una filiación creativa en un contexto poscolonial.
El estilo “cubitoide” que caracteriza sus obras más recientes prolonga esta reflexión. Estos motivos fragmentados y formas angulares que organizan sus composiciones desde 2007 no constituyen un simple préstamo del cubismo histórico, sino una reinvención de sus principios en el contexto contemporáneo. En ellos, Kuitca desarrolla una síntesis original entre abstracción y figuración ilusionista que revela su dominio de los retos pictóricos contemporáneos.
Esta evolución va acompañada de una ampliación de su práctica hacia la instalación y la creación de ambientes. Sus intervenciones en espacios tridimensionales, especialmente en Somerset House para Hauser & Wirth o en la Fundación Cartier con “Les Habitants”, revelan su voluntad de superar los límites tradicionales de la pintura. Estas experiencias confirman la influencia persistente de su experiencia teatral: Kuitca concibe ahora el espacio de exposición como un escenario donde el espectador se convierte en actor de su propio recorrido hermenéutico.
Hacia una cartografía de lo íntimo
La obra de Kuitca encuentra su coherencia en esta tensión permanente entre lo íntimo y lo político, entre lo particular y lo universal, entre lo local y lo global. Sus mapas nunca describen territorios geográficos sino paisajes interiores, topologías del afecto donde se dibujan los contornos de nuestra condición contemporánea. Esta dimensión introspectiva explica por qué sus obras resuenan más allá de las fronteras nacionales: hablan de esa experiencia universal del desplazamiento que caracteriza nuestra época.
La fuerza de Kuitca reside en su capacidad para transformar las herramientas más prosaicas de nuestra vida cotidiana, planos de apartamento, mapas de carreteras y programas de teatro, en soportes de meditación existencial. Esta alquimia no procede de ningún misterio: se debe a una inteligencia pictórica que sabe revelar la poesía latente de nuestros entornos familiares. Sus obras funcionan como reveladores que nos permiten ver finalmente lo que miramos todos los días sin verlo.
La exposición “Kuitca 86” revela a un artista que ha alcanzado una forma de serenidad creativa. La pieza homónima, esta maqueta de taller constelada de trazos de pintura, funciona como un autorretrato indirecto donde Kuitca interroga la naturaleza misma de la creación artística. Esta obra sintetiza cuarenta años de investigaciones: combina la dimensión teatral de sus comienzos, la obsesión arquitectónica de su periodo intermedio y la reflexión meta-artística de sus obras recientes.
Esta madurez no significa un adormecimiento. Al contrario, le permite a Kuitca asumir plenamente la radicalidad de su proyecto: hacer de la pintura un instrumento de investigación de la realidad que rivaliza con las ciencias humanas en su capacidad de revelar las estructuras ocultas de nuestra existencia. Esta ambición coloca a Kuitca en la línea de los grandes creadores que supieron transformar su arte en un modo de conocimiento.
Su práctica curatorial reciente, especialmente sus colaboraciones con la Fundación Cartier, revela otra dimensión de su trabajo: esa capacidad para crear vínculos entre las obras, tejiendo redes de significado que superan las divisiones disciplinarias. Como David Lynch, con quien dialoga en “Les Habitants”, Kuitca desarrolla un arte total que toma sus herramientas de todos los ámbitos de la creación contemporánea.
La obra de Guillermo Kuitca constituye uno de los intentos más logrados de nuestra época por mantener viva la tradición pictórica sin caer en la nostalgia ni en el academicismo. Su capacidad para integrar las aportaciones de la teoría contemporánea, psicoanálisis, filosofía y sociología, sin sacrificar jamás la especificidad de la pintura lo convierte en un modelo para las generaciones futuras. En un mundo saturado de imágenes, recuerda que pintar sigue siendo un acto irreductible de resistencia y creación de sentido.
Su influencia en la escena artística internacional da testimonio de la vitalidad del arte latinoamericano contemporáneo, pero también de la capacidad de Buenos Aires para producir creadores de talla mundial. Kuitca encarna esa generación de artistas que supieron superar las categorías geográficas para imponerse como voces singulares del diálogo artístico global. Su obra nos recuerda que la universalidad siempre nace del ahondamiento radical de la experiencia particular.
En esta época de incertidumbres en la que los referentes tradicionales desaparecen, el arte de Guillermo Kuitca ofrece una brújula valiosa. Sus mapas imposibles, sus planos deformados, sus teatros en ruinas nos enseñan a navegar en un mundo convertido en ilegible. Más que un pintor, Kuitca se afirma como un cartógrafo de la condición humana contemporánea, un guía para todos aquellos que intentan orientarse en el laberinto de nuestra modernidad.
- Michel Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión, Gallimard, París, 1975.
- Jean-Paul Sartre, El idiota de la familia: Gustave Flaubert de 1821 a 1857, Gallimard, París, 1971-1972.
- Jorge Luis Borges, Ficciones, traducido del español por P. Verdevoye e Ibarra, Gallimard, París, 1957.
















