Escuchadme bien, panda de snobs, es hora de hablar de un artista que hace explotar las convenciones pictóricas con la sutileza de una supernova en plena efervescencia: Huang Yuxing, nacido en 1975 en Pekín. Aquí hay un pintor que transforma el lienzo en un campo de batalla donde los colores fluorescentes bailan un vals desenfrenado con la milenaria tradición china. Es como si Kandinsky hubiera tomado LSD en un templo budista, y creedme, el resultado es absolutamente hipnótico.
En sus pinturas monumentales que pueden alcanzar varios metros de altura, Huang Yuxing juega con nuestras percepciones como un maestro zen haciendo malabares con sables láser. Su técnica, basada en el tradicional “Gongbi Zhongcai” chino, explota literalmente bajo el asalto de colores fosforescentes que harían parecer una rave party una reunión de bibliotecarios. Pero no os equivoquéis, detrás de esta orgía cromática se esconde una profunda reflexión sobre la propia naturaleza de nuestra existencia.
Tomemos sus series de ríos y montañas. Huang Yuxing desarrolla allí una visión del tiempo que habría hecho sonreír a Henri Bergson en su tumba. Para el filósofo francés, el tiempo era una duración pura, un flujo continuo imposible de segmentar en instantes distintos. ¿Y qué hace nuestro artista? Nos presenta ríos que parecen fluir desde la eternidad, remolinos de colores que se entrelazan como tantos momentos fusionados en una conciencia cósmica. Estos ríos no son simples cursos de agua, son metáforas visuales del tiempo mismo, un tiempo que fluye inexorablemente mientras permanece eternamente presente.
Sus paisajes no son meras representaciones de la naturaleza, eso sería demasiado fácil, demasiado banal para una mente tan atormentada como la suya. No, Huang Yuxing nos ofrece una meditación visual sobre el concepto budista de la impermanencia, el famoso “anitya”. Cada pincelada, cada superposición de colores fluorescentes narra la historia de un mundo en perpetuo cambio. Sus montañas no están fijadas en la piedra, laten, vibran, parecen disolverse ante nuestros ojos como caramelos psicodélicos en un océano de conciencia pura.
La manera en que manipula el color es simplemente revolucionaria. Imagine por un instante que Rothko decidió dar un paseo por una tienda de pinturas fluorescentes después de haber meditado durante diez años en un monasterio tibetano. Huang abre sus botes de pintura una semana antes de usarlos, reduciendo su viscosidad hasta alcanzar la consistencia perfecta. Es un alquimista moderno que no transforma plomo en oro, sino la materia pictórica en pura energía visual. Sus lienzos no solo reflejan la luz, parecen generarla desde el interior, como si cada centímetro cuadrado estuviera animado por una vida propia.
En su serie de las “Burbujas”, el artista lleva aún más lejos su reflexión sobre la temporalidad y la existencia. Estas burbujas que flotan en sus composiciones no son simples formas geométricas, sino metáforas visuales de nuestra propia existencia efímera. Es como si Parménides, ese viejo filósofo griego obsesionado con la inmutabilidad del ser, se enfrentara a la realidad cuántica donde todo es probabilidad y cambio. Las burbujas de Huang Yuxing están y no están al mismo tiempo, sólidas y frágiles, eternas e instantáneas. Nos recuerdan que nuestra existencia es solo un breve destello en la inmensidad del cosmos.
La manera en que trata el espacio en sus composiciones es igual de fascinante. Utiliza la perspectiva tradicional china de los “puntos dispersos”, creando ambientes que desafían toda lógica euclidiana. Es un espacio mental más que físico, un territorio donde las leyes de la perspectiva occidental no aplican. En “Seven Treasure Pines”, crea un cosmos entero en siete paneles, cada uno representando uno de los tesoros del budismo: coral, ágata, perla, oro, plata, concha y turquesa. Esta obra monumental no es solo una demostración de virtuosismo técnico, es una auténtica cosmogonía pictórica.
La influencia del budismo zen en su trabajo es innegable, pero Huang Yuxing no es del tipo que nos ofrece una versión edulcorada de la espiritualidad oriental para occidentales sedientos de exotismo. No, toma estos conceptos ancestrales y los fuerza a entrar en el siglo XXI, creando una colisión frontal entre tradición y modernidad que produce chispas visibles a años luz. Sus pinturas son como koans visuales, esos enigmas zen destinados a cortar el pensamiento racional para hacernos acceder a una comprensión más profunda de la realidad.
Lo que hace su trabajo tan relevante hoy es que trasciende la división Oriente-Occidente. Mientras que tantos artistas contemporáneos chinos se limitan a jugar la carta del exotismo o la occidentalización extrema, Huang Yuxing crea su propio lenguaje visual. Un lenguaje que habla tanto de la tradición pictórica china como del expresionismo abstracto americano, tanto del budismo zen como de la física cuántica. No busca reconciliar estas diferentes influencias, sino que las deja colisionar, creando en el proceso algo totalmente nuevo.
Su técnica de superposición de colores, donde deja reposar la pintura durante días antes de aplicarla, crea efectos de profundidad que marean. Las capas sucesivas de pigmentos crean abismos cromáticos donde el ojo se pierde como en un agujero negro. Es pintura cuántica, donde cada pincelada existe simultáneamente en varios estados, como el gato de Schrödinger en su caja. Este enfoque único de la materia pictórica no es un simple efecto de estilo, es una verdadera filosofía de la pintura.
Tome por ejemplo su serie “Mountain Layer”, donde fusiona la pintura tradicional china con tinta con la tradición del paisaje británico. El resultado es impresionante. Las montañas parecen surgir de un sueño psicodélico, sus contornos se disuelven en olas de colores fluorescentes que desafían toda descripción. Es como si Turner hubiera conocido a un maestro de pintura chino en una dimensión paralela donde las leyes de la física ya no se aplican.
Su uso de colores fluorescentes no es un simple capricho estético. Como él mismo ha declarado, “el color fluorescente es el color de nuestra generación”. No existe tal sistema de colores en la pintura tradicional de caballete. Es especial, como una especie de vitalidad vigorosa comprimida o liberada. Estos colores son la expresión visual de nuestra época, una época de estimulación constante, luminosidad artificial y realidad aumentada.
En sus obras más recientes, Huang Yuxing continúa explorando los límites de lo posible en la pintura. Sus paisajes se vuelven cada vez más complejos, con capas de color que se acumulan como estratos geológicos, creando territorios pictóricos que parecen existir en varias dimensiones a la vez. Es como si cada lienzo fuera una ventana abierta a un universo paralelo donde las leyes de la física han sido reescritas por un poeta bajo ácido.
Su forma de tratar la naturaleza es especialmente reveladora de su visión del mundo. A diferencia de la tradición occidental que coloca al hombre por encima de la naturaleza, o de la tradición oriental que ve al hombre como parte de la naturaleza, Huang Yuxing crea un tercer espacio donde estas distinciones ya no tienen sentido. En sus cuadros, la naturaleza no es ni un decorado ni una fuerza mística, sino un campo de energía en perpetua transformación.
Los críticos a menudo han comparado su trabajo con el de Peter Doig, pero esta comparación no hace justicia a la originalidad de su visión. Donde Doig explora los límites entre memoria y realidad, Huang Yuxing afronta cuestiones más fundamentales sobre la naturaleza misma de la existencia. Sus pinturas no son ventanas a un mundo imaginario, sino portales a una realidad más amplia y extraña que todo lo que podemos concebir.
Su reciente éxito comercial, con obras que se venden regularmente por millones de euros, podría hacer pensar que ha encontrado una fórmula ganadora y se aferra a ella. Nada podría estar más alejado de la realidad. Cada nueva serie muestra una evolución, una voluntad de llevar más lejos las posibilidades de la pintura. No se conforma con repetir lo que ha funcionado, continúa explorando, experimentando, tomando riesgos.
Miren su serie reciente inspirada en el “Mille li de rivières et montagnes” de Wang Ximeng, esa obra maestra de la dinastía Song del Norte. Huang Yuxing no se limita a reinterpretar esta obra clásica, la deconstruye completamente para extraer la esencia y reconstruirla según su propia visión. El resultado es una serie de pinturas que son tanto un homenaje a la tradición como una declaración de independencia radical.
Entonces sí, panda de snobs, podéis seguir maravillándoos con vuestras instalaciones conceptuales minimalistas o vuestras performances post-postmodernas. Mientras tanto, Huang Yuxing continuará pintando universos enteros con sus colores fluorescentes, demostrando que la pintura no está muerta, solo está mutando en algo más extraño y maravilloso de lo que podríamos haber imaginado. Él es la prueba viviente de que el arte contemporáneo puede estar profundamente enraizado en la tradición y, al mismo tiempo, estar resueltamente orientado hacia el futuro, que puede ser accesible y complejo, comercial y profundamente personal.
















