Escuchadme bien, panda de snobs, hay algo profundamente perturbador en el universo de Izumi Kato (1969). Sus criaturas de ojos vacíos, que nos observan desde sus lienzos y pedestales con una intensidad inquietante, habitan un espacio liminal entre dos mundos. No son simplemente figuras artísticas, sino presencias que nos confrontan con nuestra propia extrañeza, con nuestra naturaleza profundamente ambigua de seres a la vez naturales y artificiales.
Mientras que el arte contemporáneo a menudo se pierde en juegos conceptuales estériles, el trabajo de Kato impacta por su fuerza telúrica, su autenticidad visceral. Sus criaturas embrionarias, ni completamente humanas ni del todo otras, llevan en sí una carga existencial que trasciende su aparente simplicidad. Nos remiten a algo fundamental, arcaico, mientras están resueltamente ancladas en nuestro presente.
No puedo evitar pensar en lo que Martin Heidegger llamaba el “desvelamiento del ser” cuando me encuentro frente a estas figuras antropomorfas. Estos seres, con sus cabezas bulbosas y sus miembros delgados, nos confrontan con la esencia misma de lo que significa existir en un mundo donde la tecnología ha tomado el control sobre nuestra conexión primitiva con la naturaleza. La decisión de Kato de pintar directamente con sus manos enguantadas en látex, rechazando la mediación del pincel, resuena profundamente con la crítica heideggeriana de la técnica moderna como obstáculo entre el hombre y su relación auténtica con el mundo.
Este enfoque táctil de la creación no es simplemente una técnica más. Constituye el fundamento mismo de su práctica artística, un método que le permite establecer un contacto directo, casi chamánico, con la materia. Cuando Kato aplica la pintura con los dedos, no se trata simplemente de crear efectos de textura o materia. Es un acto casi ritual, una manera de conjurar presencias a través del contacto físico con el lienzo.
La práctica de Kato también se inscribe en una reflexión que resuena con las teorías de Maurice Merleau-Ponty sobre la fenomenología de la percepción. Sus esculturas de madera de alcanfor, donde las marcas del cincel permanecen visibles como cicatrices en su superficie, nos recuerdan que nuestra relación con el mundo es primero corporal, táctil, encarnada. Las huellas de sus dedos sobre el lienzo, las articulaciones visibles de sus esculturas, todo participa en esta estética del contacto directo que caracteriza su obra.
Lo que me interesa especialmente en el trabajo de Kato es que crea un diálogo sutil y complejo entre tradición y contemporaneidad. Originario de la prefectura de Shimane, una región de Japón donde el animismo sintoísta sigue profundamente arraigado en la cultura local, el artista se nutre de este legado a la vez que lo reinventa radicalmente. Sus criaturas no son yokai tradicionales, sino más bien manifestaciones de una espiritualidad contemporánea que busca reinventarse en un mundo desencantado.
El uso que hace Kato de los materiales es particularmente revelador de esta tensión entre lo antiguo y lo moderno. Tomemos por ejemplo sus esculturas de vinilo blando, creadas desde 2012. Este material, típicamente empleado en la fabricación de juguetes, se convierte en sus manos en el medio de una expresión que evoca a las ídolos primitivas. Hay algo profundamente inquietante en estas figuras que parecen salidas de un pasado inmemorial, aunque manifiestamente producidas por nuestra sociedad industrial.
Esta dualidad también se encuentra en su forma de tratar el espacio. Las instalaciones recientes de Kato crean ambientes que funcionan como santuarios contemporáneos. Cuando cuelga sus criaturas del techo, como en su exposición destacada en la Galería Perrotin Nueva York en 2021, transforma el espacio de la galería en un lugar ritual donde sus figuras flotantes se convierten en los oficinantes de una ceremonia cuyos códigos desconocemos. Es precisamente en esta tensión entre lo sagrado y lo profano donde su obra encuentra su mayor fuerza.
El artista lleva aún más lejos esta exploración de las contradicciones de nuestra época a través del uso de materiales encontrados. Las piedras que recoge cerca de su estudio en Hong Kong se convierten en elementos de esculturas compuestas donde la materia bruta dialoga con textiles contemporáneos. Estos ensamblajes crean puentes inesperados entre el mundo natural y el universo industrial, como tótems para nuestra era antropocena.
En una obra particularmente impactante presentada durante su exposición “LIKE A ROLLING SNOWBALL” en el Museo de Arte Contemporáneo Hara, Kato combina una piedra bruta con un textil sintético para crear una figura que parece emerger de un entre dos mundos. La piedra, elemento primitivo por excelencia, se transforma gracias a su asociación con el tejido industrial, creando una tensión visual que resume perfectamente las paradojas de nuestra época.
La elección deliberada del artista de dejar sus obras sin título no es casual. Nos obliga a abandonar nuestros reflejos de categorización, a confrontarnos directamente con el enigma de su presencia. Estas criaturas sin nombre nos miran con sus ojos vacíos, invitándonos a un encuentro que sucede más allá del lenguaje, en un espacio donde las palabras pierden su poder de definición y control.
Esta estrategia del innombrado forma parte de un enfoque más amplio que busca mantener la obra en un estado de apertura máxima. Las figuras de Kato resisten toda interpretación definitiva, flotan en un espacio de indeterminación que las hace aún más poderosas. Como destacó Robert Storr, el curador que descubrió su trabajo para la Bienal de Venecia de 2007, estas obras poseen una cualidad “abrasiva” que las distingue de la producción artística japonesa habitual.
No puedo evitar ver en este enfoque un paralelismo fascinante con el pensamiento de Walter Benjamin sobre el aura de la obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica. Las criaturas de Kato, incluso cuando se producen en serie como sus esculturas de vinilo, conservan un aura misteriosa que desafía la reproducción mecánica. Cada una parece portar en sí una presencia única, irreductible a su materialidad.
Esta presencia es especialmente palpable en sus grandes lienzos donde las figuras parecen emerger de un fondo abstracto como apariciones. La frecuente división del lienzo en secciones cromáticas distintas crea espacios mentales complejos donde las criaturas parecen flotar entre diferentes estados de conciencia. Esta estrategia pictórica evoca las reflexiones de Gilles Deleuze sobre la pintura de Francis Bacon, un artista que Kato menciona entre sus influencias.
Las obras recientes del artista muestran una evolución fascinante de su práctica. Las figuras ganan en complejidad estructural sin perder su fuerza primitiva. Los ensamblajes de materiales diversos crean seres híbridos que parecen encarnar físicamente las contradicciones de nuestra época. Esta complejización de su lenguaje plástico se acompaña de una reflexión cada vez más sofisticada sobre la naturaleza de la imagen y la representación.
En sus últimas instalaciones, Kato explora nuevas formas de activar el espacio. Sus criaturas ya no son simplemente objetos para contemplar, sino que se convierten en los actores de una puesta en escena que transforma el espacio de exposición en un teatro metafísico. Los juegos de sombra y luz, la disposición de las obras en el espacio, todo contribuye a crear una experiencia inmersiva que nos sumerge en un universo paralelo.
El artista desarrolla también una reflexión cada vez más profunda sobre la noción de serie y variación. Sus figuras, aunque siempre reconocibles, sufren metamorfosis sutiles que las hacen oscilar entre diferentes estados de ser. Esta exploración sistemática de las posibilidades formales recuerda las investigaciones de Morandi sobre el bodegón, pero trasladadas a un registro fantástico e inquietante.
Lo que hace que el trabajo de Kato sea especialmente relevante hoy es que nos hace sentir simultáneamente nuestra alienación y nuestra conexión profunda con el mundo que nos rodea. Sus criaturas son como espejos deformantes que nos devuelven una imagen de nuestra humanidad a la vez familiar y extraña. En un mundo donde la tecnología nos promete una trascendencia desincorporada, Kato nos recuerda obstinadamente nuestra condición de seres encarnados, atados a la tierra por vínculos misteriosos.
El uso recurrente de materiales orgánicos como la madera y la piedra, combinado con elementos industriales, crea una tensión fértil que resuena con las preocupaciones ecológicas contemporáneas. Las criaturas de Kato parecen portar en sí la memoria de un mundo preindustrial y al mismo tiempo estar resueltamente inscritas en nuestro presente tecnológico. Nos recuerdan que nosotros mismos somos seres híbridos, producto de una larga historia natural y cultural.
Hay en el trabajo de Kato algo que resiste firmemente la tentación de la nostalgia. Sus criaturas no son vestigios de un pasado idealizado, sino presencias bien vivas que nos interpelan aquí y ahora. Nos recuerdan que lo primitivo no está detrás de nosotros sino dentro de nosotros, que lo sagrado no ha desaparecido sino que se ha transformado, y que nuestra tarea no es recuperar una pureza perdida sino inventar nuevas formas de relación con el mundo.
Esta dimensión prospectiva de su trabajo es particularmente evidente en sus experimentaciones con materiales sintéticos. El vinilo flexible, por ejemplo, no se usa de manera irónica o crítica, sino como un material auténtico que porta sus propias posibilidades expresivas. Kato logra darle una dignidad inesperada, transformándolo en medio de una nueva forma de sagrado adaptada a nuestra época.
Las instalaciones más recientes del artista llevan aún más lejos esta reflexión sobre nuestra relación con lo sagrado en un mundo desagrarizado. Al crear ambientes inmersivos donde sus criaturas parecen habitar el espacio como presencias espectrales, Kato nos invita a repensar nuestra relación con lo invisible y el misterio. Estos espacios funcionan como zonas de contacto entre diferentes dimensiones de la realidad, lugares donde lo cotidiano y lo misterioso se encuentran y se contaminan mutuamente.
La fuerza del trabajo de Kato reside en su capacidad para mantener en tensión estas diferentes dimensiones sin nunca resolverlas en una síntesis fácil. Sus criaturas permanecen enigmáticas, resistiéndose a cualquier intento de reducirlas a un sentido único. Nos recuerdan que el arte más poderoso es aquel que logra mantener viva la tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo material y lo espiritual, entre lo que sabemos y lo que jamás podremos comprender completamente.
La obra de Kato nos enfrenta a una cuestión fundamental: ¿cómo habitar poéticamente un mundo desencantado? Sus criaturas, a la vez primitivas y futuristas, naturales y artificiales, nos sugieren una vía posible: no el imposible regreso a un origen mítico, ni la huida hacia adelante en un futuro tecnológico, sino la invención paciente de nuevas formas de presencia en el mundo, nuevas maneras de estar juntos, humanos y no humanos, en la extrañeza compartida de nuestra condición contemporánea.
















