Escuchadme bien, panda de snobs que pensáis que lo sabéis todo sobre el arte contemporáneo, dejad que os hable de Jadé Fadojutimi, nacida en 1993 en Londres, una artista que hace explotar vuestras pequeñas certezas como una supernova en un cielo de verano. Ya sé lo que me vais a decir: “¡Otra joven artista sobrevalorada por el mercado!” Pero antes de volver a sorber vuestro champán añejo en vuestras inauguraciones mundanas, tomad un momento para escuchar por qué estáis completamente equivocados.
En su estudio del sureste de Londres, transformado en un laboratorio experimental digno de los más grandes alquimistas, ella baila frenéticamente con sus lienzos, a menudo por la noche, como una sacerdotisa moderna invocando a los espíritus de la creación. La comparación no es casual: ella misma califica su proceso creativo de “hechicería”. Y cuando se observan sus obras monumentales, algunas que superan los tres metros de ancho, se entiende por qué. No son simples cuadros, son portales dimensionales hacia un mundo donde la sinestesia reina como soberana absoluta.
Tomemos “The Woven Warped Garden of Ponder” (2021), vendido por 2 millones de dólares en Christie’s. Este lienzo no es una simple composición abstracta, es una experiencia sensorial total que nos sumerge en un baño de sensaciones cromáticas. Los azules profundos se mezclan con destellos de rojo y naranja en una danza cósmica que hace que las obras de Turner parezcan postales tranquilas. Pero cuidado, no caigáis en la trampa fácil de verla solo como una heredera del expresionismo abstracto. Eso sería reducir a Serge Gainsbourg a un simple cantante francés.
Lo que aquí se juega es mucho más profundo e inscribe directamente en la línea de la fenomenología de Maurice Merleau-Ponty. Este filósofo francés nos explicó que la percepción no es una simple recepción pasiva del mundo, sino una interacción constante entre nuestro cuerpo y el entorno. Fadojutimi encarna perfectamente esta teoría en su práctica artística. Cada pincelada, cada salpicadura de color es una manifestación directa de esta interacción visceral con el mundo que la rodea. Cuando pinta, no representa simplemente lo que ve, sino que traduce en colores y formas la experiencia misma de la percepción.
En “How to Protect a Smile” (2022), expuesto en la Hepworth Wakefield, utiliza pinturas fotosensibles que cambian de color con el tiempo. Esta obra monumental no es solo una proeza técnica, es una metáfora viva de nuestra propia existencia, en constante mutación, nunca realmente fija. Las capas de pintura se superponen como tantas capas de conciencia, creando una presencia visual que nos recuerda que nuestra identidad nunca está congelada, sino siempre en devenir.
Y es ahí donde la magia funciona realmente. Porque Fadojutimi no es una simple pintora que aplica colores en un lienzo. No, ella es una exploradora de lo inefable, ese concepto tan querido para Vladimir Jankélévitch. Para este filósofo, lo inefable no es lo que no puede ser dicho, sino lo que requiere una cantidad infinita de palabras para expresarse. Los lienzos de Fadojutimi son precisamente eso: intentos de decir lo indecible, de pintar lo impregnable.
Tome su uso del color. Para ella, no es simplemente una herramienta estética, es un lenguaje en sí mismo, una forma de comunicar emociones que escapan del vocabulario convencional. Ha desarrollado lo que ella llama una “sinestesia emocional”, cada emoción se traduce en un color específico. El verde no es solo verde, es la manifestación visual de un estado de ser particular. Este enfoque recuerda extrañamente las teorías de Wassily Kandinsky sobre la correspondencia entre colores y sonidos, pero Fadojutimi lleva el concepto aún más lejos.
En su estudio, rodeada de sus plantas, de sus juguetes de la infancia y de sus pantallas que transmiten continuamente animes japoneses, ella crea un entorno total que nutre su creación. No es simplemente un espacio de trabajo, es un ecosistema creativo donde cada elemento contribuye a la alquimia final. Las noches que pasa pintando no son simples sesiones de trabajo, son rituales de transformación donde la artista se convierte en médium, canalizando fuerzas creativas que superan la simple voluntad individual.
Y hablemos de ello, de esa influencia de la cultura japonesa en su trabajo. A diferencia de muchos artistas occidentales que se contentan con un japonismo superficial, Fadojutimi ha desarrollado una verdadera comprensión de la estética nipona. Su amor por el anime no es una simple afición pasajera, es una influencia fundamental que ha moldeado su visión artística desde la infancia. En sus obras se encuentra esa misma capacidad de crear mundos paralelos que son tanto familiares como extraños, esa misma atención a las transiciones sutiles, esa misma celebración de lo efímero.
La cuestión de la identidad atraviesa toda su obra como un hilo rojo incandescente. Como británica de origen nigeriano, podría haberse fácilmente dejado caer en los clichés del arte “poscolonial”. Pero no, ella trasciende esas categorías fáciles para crear algo mucho más universal. Sus lienzos no hablan tanto de identidad cultural como de identidad humana en su sentido más amplio. Exploran ese momento preciso en el que nos miramos en el espejo y ya no sabemos muy bien quiénes somos.
“Una Existencia Permeable” (2022) es quizás la obra que mejor ilustra esa búsqueda. Las capas de pintura se entrelazan como estados de conciencia diferentes, creando un espacio pictórico que es a la vez profundamente personal y extrañamente universal. Las formas emergen y se disuelven como recuerdos medio olvidados, creando una cartografía emocional que habla a cada uno de nosotros.
Pero lo que hace que su trabajo sea realmente revolucionario es que crea obras que son a la vez intelectualmente estimulantes y visceralmente poderosas. En una época en la que muchos artistas contemporáneos se pierden ya sea en un conceptualismo árido o en un expresionismo fácil, Fadojutimi consigue el tour de force de crear un arte que involucra tanto la mente como los sentidos.
Su proceso creativo es en sí mismo una performance. Ella literalmente baila con sus lienzos, tomando a veces impulso para aplicar la pintura, creando movimientos que recuerdan más a una coreografía que a una sesión tradicional de pintura. Esa fisicalidad se encuentra en las obras terminadas, donde cada gesto queda capturado como un momento congelado en el tiempo, una huella de esa danza nocturna con la creación.
Y ni siquiera hablemos de su uso del espacio. Sus grandes lienzos no son simplemente grandes para impresionar a los coleccionistas, su tamaño es intrínseco a su significado. Crean entornos inmersivos que nos obligan a repensar nuestra relación con el espacio pictórico. No son ventanas a otro mundo, como en la tradición de la pintura occidental, sino portales que nos invitan a entrar físicamente en el espacio de la pintura.
“La Emperatriz de las Plantas” (2022), con sus ocho metros de largo, no es tanto un cuadro como un entorno total, una instalación que nos envuelve en su universo cromático. Los colores vibran y laten como seres vivos, creando una experiencia que está tan cerca de la realidad virtual como de la pintura tradicional.
Pero quizás lo más impresionante de su trabajo es su capacidad para mantenerse auténtica a pesar de un éxito comercial fulminante. Mientras tantos artistas se corrompen por el mercado, produciendo infinitas variaciones de sus mayores éxitos, Fadojutimi sigue experimentando, tomando riesgos, empujando los límites de lo que la pintura puede ser.
Su paso por Gagosian en 2022 podría haber marcado el inicio de una comercialización excesiva de su trabajo. En cambio, ella ha utilizado los recursos de la galería para crear obras aún más ambiciosas, aún más radicales. Es raro, muy raro, ver a una artista usar el sistema a su favor sin dejarse absorber por él.
Y quizá ahí reside la verdadera importancia de Jadé Fadojutimi en el panorama artístico contemporáneo. Ella nos muestra que todavía es posible crear un arte auténtico y personal mientras se navega por las turbias aguas del mercado del arte contemporáneo. Sus obras son pruebas vivientes de que la pintura no está muerta, que continúa evolucionando y reinventándose. Su trabajo también nos recuerda el poder único de la pintura: su capacidad para crear experiencias que involucran todo nuestro ser, no solo nuestros ojos. Sus lienzos no son objetos para contemplar pasivamente, son invitaciones a la experiencia, portales hacia otros estados de conciencia.
Así que sí, puedes seguir viendo en sus lienzos simples explosiones de colores abstractos, puedes seguir reduciendo su éxito a una burbuja especulativa del mercado del arte. Pero perderías lo esencial. Lo que Fadojutimi nos ofrece es mucho más que una experiencia estética, es una invitación a repensar nuestra relación con el mundo sensible, a explorar esas zonas de nuestra experiencia que escapan al lenguaje verbal.
Dentro de cincuenta años, cuando los historiadores del arte miren hacia atrás, verán en Jadé Fadojutimi no solo a una artista que tuvo éxito joven, sino a alguien que cambió fundamentalmente nuestra comprensión de lo que la pintura puede ser en el siglo XXI. Y si no me crees, ve a ver sus obras por ti mismo. Pero cuidado: quizá no salgas indemne de ese encuentro con lo inescrutable.
















