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JonOne: La caída de un rebelde del arte urbano

Publicado el: 27 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

JonOne, figura única y artista prometedor del graffiti neoyorquino de los años 80, ilustra perfectamente la comercialización del arte urbano. Sus obras, antaño expresiones de una auténtica rebeldía, se han transformado en decoraciones murales calibradas para interiores de diseño en barrios elegantes.

Escuchadme bien, panda de snobs: John Perello, llamado JonOne, nacido en 1963 en Nueva York, encarna perfectamente esta deriva artística contemporánea donde la autenticidad creativa se diluye en las aguas turbias del marketing y el conformismo burgués. Este recorrido, que comienza en las calles crudas de Harlem para acabar en los salones atenuados de París, ilustra magistralmente la trayectoria de un artista que ha renunciado gradualmente a su alma rebelde para convertirse en un simple decorador de interiores para la alta sociedad.

La historia de JonOne comienza como un verdadero cuento urbano americano: un joven del gueto de Harlem que encuentra su salvación en el arte callejero, creando el colectivo 156 All Starz en 1984. En aquella época, su práctica artística encarnaba una verdadera resistencia cultural, recordando el concepto de “resistencia por el arte” desarrollado por Theodore Adorno en su “Teoría estética”. Para Adorno, el arte verdadero debe mantener una posición antagónica frente a la sociedad mercantil, rechazando cualquier forma de recuperación por parte del sistema. El joven JonOne parecía entonces perfectamente alineado con esta visión, usando los vagones del metro de Nueva York como sus lienzos móviles, transformando esos símbolos del capitalismo urbano en manifiestos visuales de protesta.

Este período inicial de su carrera también evoca las reflexiones de Walter Benjamin sobre el arte en la era de su reproductibilidad técnica. Los grafitis de JonOne en el metro neoyorquino representaban la esencia misma de lo que Benjamin llamaba el arte aurático: obras únicas, ancladas en un contexto específico, portadoras de una autenticidad imposible de reproducir. La ironía es que JonOne finalmente abrazó exactamente aquello contra lo que Benjamin nos advertía: la transformación del arte en un producto de consumo reproducible infinitamente.

Su traslado a París en 1987 marca el inicio de su metamorfosis, o debería decir, de su capitulación artística. Con una ironía deliciosa, el destino eligió como guía parisino de JonOne a nada menos que Philippe Lehman, alias Bando, un joven privilegiado de la dinastía bancaria Lehman Brothers, destinada a una resonante bancarrota mundial en 2008, que se entretenía haciendo de rebelde etiquetando las paredes sórdidas del barrio de Stalingrad en París. Este encuentro entre el auténtico niño de los guetos y el heredero en busca de emociones fuertes ilustra perfectamente el inexorable deslizamiento de JonOne hacia un arte domesticado para las élites adineradas. En la capital francesa, JonOne comienza por tanto su lenta bajada hacia lo que yo llamaría “la institucionalización cómoda”. Adiós a la rabia creativa de las calles de Harlem, hola a las inauguraciones mundanas y a las colaboraciones comerciales lucrativas. Esta transformación no es ajena a la crítica formulada por Guy Debord en “La Sociedad del Espectáculo”: el artista se convierte él mismo en un espectáculo, en un producto empaquetado para el consumo masivo burgués.

Lo que resulta especialmente llamativo en la evolución de JonOne es la forma en que ha ido sistemáticamente edulcorando su arte para hacerlo más digerible para un público adinerado pero artísticamente conservador. Sus lienzos, antaño expresiones de una rebelión auténtica, se han transformado en decoraciones murales calibradas para los interiores de diseño de los barrios elegantes. Esta estandarización de su estilo es especialmente visible en sus colaboraciones con marcas de lujo como Guerlain, Air France o Hennessy. Cada nueva obra parece ser una variación previsible de una fórmula probada: explosiones de colores previsibles, composiciones pseudoespontáneas cuidadosamente calculadas para agradar sin molestar.

El artista que antes pintaba con urgencia y clandestinidad en los trenes de Nueva York ahora produce obras en serie, como una fábrica de recuerdos para coleccionistas adinerados. Esta industrialización de su práctica artística representa la antítesis misma de lo que era el graffiti original: un arte de resistencia, de lo efímero, de la autenticidad pura. Los precios astronómicos alcanzados por sus lienzos, algunos superando los 100 000 euros, sólo subrayan la absurdidad de esta transformación. El artista callejero se ha convertido en un artesano del lujo, produciendo objetos decorativos para una élite que nunca ha puesto un pie en el metro.

La trayectoria de JonOne ilustra perfectamente lo que el filósofo Herbert Marcuse llamaba la “desublimación represiva”: un proceso por el cual la sociedad capitalista neutraliza el potencial subversivo del arte integrándolo en sus mecanismos de consumo. Los grafitis de JonOne, antaño signos de rebelión contra el orden establecido, se han convertido en mercancías de lujo, símbolos de estatus social para una burguesía en busca de emociones artísticas seguras.

Esta domesticación de su arte es particularmente visible en sus colaboraciones comerciales recientes. Ya sea personalizando botellas de coñac para Hennessy o diseñando colecciones para Lacoste, JonOne parece haber abandonado completamente toda pretensión de crítica social que caracterizaba sus inicios. Su arte se ha convertido en un simple ejercicio de estilo, una firma visual reconocible y por tanto comercializable, vaciada de toda sustancia política o social.

La estandarización de su estilo se ha vuelto tan flagrante que resulta casi paródica. Sus lienzos recientes parecen salidos de una cadena de producción: las mismas explosiones de colores, las mismas composiciones “espontáneas” meticulosamente orquestadas, la misma energía falsa. Esta repetición sistemática traiciona no sólo una flagrante falta de renovación artística sino también una forma de cinismo comercial: ¿por qué cambiar una fórmula que vende?

La ironía suprema quizás resida en el hecho de que sus obras, que ahora se venden a precios de oro en galerías que necesitan artistas que generen ingresos, se han convertido en la antítesis misma de lo que era el graffiti: un arte accesible, democrático, subversivo. Los coleccionistas que se arrebatan sus cuadros por varias decenas de miles de euros compran en realidad una versión esterilizada y comercialmente aceptable de la cultura del arte urbano, una rebelión de apariencia que no amenaza en nada su comodidad burguesa.

Lo que resulta particularmente lamentable en esta evolución es la manera en que JonOne parece haber abandonado completamente la dimensión política y social que daba fuerza a sus inicios. Sus obras actuales ya no son más que ejercicios formales, variaciones estéticas sin profundidad ni mensaje. El artista que antes usaba el arte como medio de resistencia y expresión de una realidad social difícil produce hoy obras perfectamente calibradas para la decoración interior de las clases privilegiadas.

Esta transformación no es simplemente una evolución artística natural, sino que representa una verdadera traición a los principios fundamentales del graffiti y el arte urbano. El graffiti, en su esencia, es un arte de la transgresión, de la reivindicación del espacio público, de la contestación social. Al ajustarse a las expectativas del mercado del arte y producir obras destinadas a interiores privados de los más adinerados, JonOne no sólo ha traicionado sus orígenes sino que también ha contribuido a la recuperación comercial de una forma de expresión auténticamente subversiva.

El reconocimiento institucional que disfruta actualmente, coronado con la Legión de Honor en 2015, no es tanto una consagración como un símbolo de esta domesticación. El establishment artístico, al reconocerlo, no celebra tanto su talento como su capacidad para transformar una expresión artística contestataria en un producto de lujo comercializable. Este reconocimiento oficial es el último clavo en el ataúd de su credibilidad artística original.

Lo más inquietante de esta evolución es quizás la manera en que JonOne parece haber interiorizado y aceptado esta transformación. En sus entrevistas recientes, habla de sus colaboraciones comerciales con un entusiasmo que refleja una pérdida total de perspectiva crítica. El artista que pintaba antes para expresar la rabia y frustración de una juventud marginada hoy celebra su capacidad para producir objetos de lujo para los privilegiados.

Esta deriva artística de JonOne es sintomática de un fenómeno más amplio: la apropiación sistemática de las formas de expresión contestatarias por el sistema mercantil. Su trayectoria ilustra perfectamente cómo el capitalismo logra neutralizar el potencial subversivo del arte al convertirlo en una mercancía de lujo. Lo que originalmente fue un grito de rebelión se ha convertido en un simple accesorio decorativo, un elemento de distinción social para una élite en busca de un toque de “street credibility” sin peligro.

El legado artístico de JonOne podría ser el de un artista que prefirió la comodidad del reconocimiento institucional a la autenticidad de su enfoque inicial. Sus obras actuales, a pesar de su éxito comercial entre los decoradores de interiores, no son más que la sombra de lo que podrían haber sido: testimonios auténticos de una época y de una realidad social, en lugar de productos decorativos calibrados para el mercado.

Esta capitulación artística resulta especialmente decepcionante. JonOne tenía el potencial para convertirse en una voz auténtica y poderosa en el mundo del arte contemporáneo, capaz de transmitir un mensaje social fuerte mientras desarrollaba un lenguaje artístico único. En lugar de eso, eligió el camino fácil, produciendo obras que, aunque técnicamente dominadas, carecen terriblemente de sustancia y autenticidad.

La verdadera tragedia en esta historia no es tanto la transformación de JonOne en artista comercial, después de todo, cada uno es libre de sus elecciones, sino más bien lo que esta transformación representa para el arte urbano en su conjunto. Su camino se ha convertido en un modelo para toda una generación de artistas que ven en su éxito comercial un ejemplo a seguir, contribuyendo así a la dilución progresiva de la fuerza contestataria del arte urbano y a su pérdida total de sentido.

Hoy en día, JonOne no es más que una marca, una firma que garantiza un cierto tipo de producto artístico estandarizado. Sus obras, a pesar de su aparente exuberancia, se han vuelto previsibles y sin alma, perfectamente adaptadas a las expectativas de un mercado que privilegia el aspecto decorativo sobre la relevancia artística. Es la historia de un artista que, al buscar el reconocimiento, terminó perdiendo su alma creativa.

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Referencia(s)

JONONE (1963)
Nombre:
Apellido: JONONE
Otro(s) nombre(s):

  • John Andrew Perello
  • Jon156

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 62 años (2025)

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