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Kapoor: El hechicero del espacio y del vacío

Publicado el: 21 Diciembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 7 minutos

Anish Kapoor se alza como un coloso con pies de acero inoxidable. Este mago del espacio nos obliga a confrontar nuestra propia percepción de la realidad, creando obras que trascienden la simple representación para convertirse en experiencias transformadoras.

Escuchadme bien, panda de snobs, es hora de hablar de Anish Kapoor (nacido en 1954), ese artista que nos hace oscilar entre el éxtasis y la exasperación desde hace casi medio siglo. Permitidme deciros por qué este mago del espacio, este manipulador de percepciones, merece que nos detengamos en él, aunque algunos de vosotros sigáis prefiriendo contemplar vuestros retratos familiares del Luis XVI convencidos de que el arte se detuvo con Boucher.

Anish Kapoor se alza como un coloso con pies de acero inoxidable, y peso mis palabras. No es casualidad que este hijo de un padre indio y una madre judía iraquí haya llegado a la cima del arte mundial. Pero detengámonos un momento en lo que realmente hace su singularidad, más allá de las cifras vertiginosas del mercado del arte y de los subastadores sudorosos.

La primera característica que define la obra de Kapoor es su relación obsesiva con el vacío y el espacio. Y cuando digo obsesiva, no hablo del tipo de fijación que tienen algunos coleccionistas con su última compra de 50.000 euros que ni siquiera han comprendido. No, hablo de una búsqueda filosófica profunda que remite a los conceptos de Martin Heidegger sobre el ser y la nada. Tomen “Cloud Gate” (2006) en Chicago, apodada “The Bean” por aquellos que necesitan llevar todo a su nivel de comprensión culinaria. Esta obra monumental de 100 toneladas de acero pulido no es solo un lugar para selfies para influencers hambrientos de likes. Es una meditación sobre el vacío que contiene todo, una reflexión, en sentido literal y figurado, sobre nuestro lugar en el espacio urbano. Maurice Merleau-Ponty probablemente habría tenido una crisis de epifanía ante esta obra que encarna perfectamente su fenomenología de la percepción.

Cuando Kapoor crea estas superficies reflectantes que deforman y engullen el espacio, no solo juega con nuestros sentidos como un ilusionista de domingo. Nos obliga a enfrentar nuestra propia percepción de la realidad, a cuestionar lo que creemos saber del mundo que nos rodea. Aquí, la experiencia es visceral, física, imposible de reducir a un jpeg en Instagram.

La segunda característica de su trabajo es su uso revolucionario del color como materia. Y ahí, queridos amigos, entramos en un territorio que haría temblar a Yves Klein en su tumba. Kapoor no se limita a aplicar color sobre una superficie como un pintor aficionado que sigue tutoriales en YouTube. No, convierte el color en una entidad física, una presencia casi mística. Sus obras monocromas, en particular aquellas que usan ese rojo profundo que se ha vuelto su firma, no son simples ejercicios de estilo. Son manifestaciones de lo que Gaston Bachelard llamaba la “materia-duración”, una fusión entre la sustancia y el tiempo.

Tomen “Svayambh” (2007), esa masa de cera roja que se mueve lentamente a través de los espacios de exhibición como un leviatán sanguinolento. Esta obra no es solo una actuación técnica impresionante, aunque indudablemente lo sea. Es una meditación sobre el tiempo, la transformación, la violencia inherente a toda creación. El color aquí no es un simple atributo estético, es la obra misma, su carne, su sangre, su razón de ser. Es lo que Gilles Deleuze habría llamado un “bloque de sensaciones”, una experiencia que trasciende la simple representación para convertirse en una realidad autónoma.

Y no me hagan empezar con su uso del Vantablack, ese material que absorbe el 99,965% de la luz visible. Cuando Kapoor obtuvo los derechos exclusivos para su uso artístico, algunos gritaron escándalo, a la privatización del color. Pero estas críticas pasan por alto lo esencial: no es la posesión lo que importa, sino lo que se hace con ella. Y lo que Kapoor hace con ella es crear abismos visuales que desafían nuestra misma comprensión de lo que significa ver. Es como si Kasimir Malevich hubiera tenido acceso a la tecnología del siglo XXI, su “Cuadro negro sobre fondo blanco” parece casi tímido en comparación.

El impacto de Kapoor en el arte contemporáneo es comparable al de Richard Serra para la escultura monumental o de James Turrell para el arte de la luz. Pero donde Serra impone y Turrell ilumina, Kapoor trasciende. Sus instalaciones no se colocan simplemente en el espacio, lo transforman, lo deforman, lo reinventan. Esto es lo que Peter Sloterdijk llamaría una “esferología” artística, una exploración de los espacios en los que existimos y de las burbujas que creamos a nuestro alrededor.

Kapoor crea experiencias que resisten la reproducción digital. En un mundo donde todo es instantáneamente compartible, “likeable”, consumible, sus obras exigen una presencia física, una confrontación directa. Nos recuerdan que el arte no es solo una imagen en una pantalla, sino una experiencia que compromete todo nuestro ser. Esto es lo que Roland Barthes habría llamado el “punctum” de la obra, ese detalle que nos perfora, nos traspasa, nos transforma.

Tomemos “Memory” (2008) en el Guggenheim. Esta instalación monumental de acero corten, que parece emerger y hundirse simultáneamente en las paredes del museo, no es solo una proeza técnica. Es una meditación sobre la memoria misma, sobre cómo nuestros recuerdos ocupan el espacio mental, se deforman, se transforman. Es un Jacques Derrida en tres dimensiones, una deconstrucción física de nuestras certezas sobre el espacio y la percepción.

¿Y qué decir de sus obras más recientes, como “Descension” (2014), ese torbellino de agua negra que parece aspirar el suelo mismo del museo? Es un Georges Bataille en acción, una representación física de lo informe, de esa fuerza que desafía nuestros intentos de categorización y ordenación del mundo. Es el arte que no se conforma con representar el caos, sino que lo crea, lo controla, lo transforma en experiencia estética.

Kapoor también crea obras que funcionan simultáneamente en varios niveles. En el nivel inmediato, visceral, son espectaculares, seductoras, imposibles de ignorar. Pero cuanto más se profundiza, más se descubren capas de significado, resonancias con la historia del arte, la filosofía, la ciencia. Esto es lo que Theodor Adorno habría llamado el carácter enigmático del arte, esa capacidad de ser simultáneamente evidente e impenetrable.

Su uso de materiales refleja esa complejidad. El acero pulido no es solo un material de alta tecnología, es un medio para cuestionar la naturaleza misma de la representación, como hacía Velázquez en “Las Meninas”, pero con las herramientas del siglo XXI. La cera roja no es solo un medio escultórico, es una metáfora de la transformación, de la mutabilidad, de la violencia inherente a toda creación. Esto es lo que Joseph Beuys podría haber hecho si hubiera tenido acceso a las últimas tecnologías.

Pero no se equivoquen, Kapoor no es un simple heredero de esas tradiciones. Las reinventa, las transforma, las empuja a sus límites. Cuando crea una instalación más que monumental e inmersiva como “Leviathan” (2011) en el Grand Palais de París, no solo llena el espacio, lo reinventa. Esto es lo que Michel Foucault habría llamado una heterotopía, un espacio que existe tanto dentro como fuera de la realidad cotidiana.

Su trabajo con la arquitectura, especialmente en proyectos como la torre Orbit en Londres, oficialmente denominada ArcelorMittal Orbit, para los Juegos Olímpicos de Londres 2012, muestra su comprensión de lo que Rem Koolhaas llama la “bigness”, esa escala en que la arquitectura se convierte en otra cosa, algo que trasciende la simple función o la estética. Es arte que no teme su ambición, que no se disculpa por querer ser monumental.

Y puede que ahí resida la verdadera importancia de Kapoor: en su capacidad para crear un arte que no pide permiso para existir. Un arte que se impone no por la fuerza bruta, sino por su capacidad para transformar nuestra percepción del mundo. Eso es lo que Guy Debord habría llamado un desvío del espectáculo, pero un desvío que no niega el placer estético, sino que lo abraza y lo trasciende.

Entonces sí, se puede criticar a Kapoor por su monopolio del Vantablack, por el lado espectacular de algunas de sus obras, por su presencia dominante en el mercado del arte. Pero eso sería pasar por alto lo esencial: él es uno de los pocos artistas contemporáneos que logra crear obras que cambian fundamentalmente nuestra forma de ver el mundo. ¿Y no es ese el papel del arte?

Kapoor nos recuerda la importancia de la experiencia directa, física, del arte. Sus obras son manifiestos para un arte que no se conforma con ser visto, sino que debe ser vivido, sentido, experimentado. Anish Kapoor no es simplemente un artista que crea objetos extraordinarios, aunque lo haga con una maestría incomparable. Es un filósofo que utiliza el espacio, la materia y la luz como otros usan las palabras. Sus obras son preguntas planteadas a nuestra percepción, desafíos lanzados a nuestra comprensión del mundo, invitaciones a ver de otra manera.

Y si algunos insisten en ver en su trabajo sólo espejos deformantes y manchas de color, allá ellos. Como decía Marcel Duchamp, son los que miran los que hacen los cuadros. En el caso de Kapoor, son aquellos que realmente se atreven a mirar los que descubren universos enteros en sus obras. El resto puede siempre volver a contemplar sus retratos familiares pretendiendo que el arte no ha evolucionado en tres siglos.

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Referencia(s)

Anish KAPOOR (1954)
Nombre: Anish
Apellido: KAPOOR
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • India

Edad: 71 años (2025)

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