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Kim Tae-Ho: Maestro del Ritmo Interior

Publicado el: 16 Septiembre 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 12 minutos

Kim Tae-Ho crea pinturas-arquitecturas donde se superponen más de veinte capas de acrílico, reveladas mediante un minucioso raspado. Sus cuadrículas contemplativas evocan colmenas microscópicas donde cada celda vibra con un color único. Esta técnica meditativa produce testimonios temporales que materializan cuarenta años de investigación sobre el espacio pictórico.

Escuchadme bien, panda de snobs: mientras os perdéis en vuestros laboriosos debates sobre el futuro del arte contemporáneo, Kim Tae-Ho pasó cerca de cuarenta y cinco años de su vida construyendo, capa tras capa, uno de los corpus más auténticamente revolucionarios del arte coreano contemporáneo. Este hombre, nacido en Busan en 1948 y fallecido prematuramente en 2022, no solo participó en el movimiento Dansaekhwa, sino que lo repensó, lo superó, lo impulsó hacia territorios inexplorados donde la pintura se convierte en escultura, donde el tiempo se materializa en estratos coloridos, donde cada gesto repetitivo resuena como una meditación sobre la existencia humana.

La obra de Kim Tae-Ho, especialmente su emblemática serie Rythme Intérieur (Internal Rhythm), sigue siendo una de las realizaciones más logradas de lo que se podría llamar una “arquitectura pictórica”. Esta expresión no es casual: revela la profunda afinidad entre el enfoque del artista coreano y la aproximación espacial del arquitecto japonés Tadao Ando, maestro indiscutible de la manipulación del espacio y la luz en la arquitectura contemporánea.

La geometría sagrada: Cuando el arte se une a la arquitectura

La analogía entre Kim Tae-Ho y Tadao Ando [1] va más allá de la simple coincidencia geográfica o temporal. Estos dos creadores comparten una obsesión común por la transformación de materiales brutos, el hormigón en Ando y la pintura acrílica en Kim, en espacios de contemplación y revelación. En el arquitecto japonés, los muros de hormigón nunca son simples tabiques, sino interfaces que permiten un diálogo sutil entre el interior y el exterior, entre la luz y la sombra. Sus creaciones, desde la Iglesia de la Luz hasta el Templo del Agua, revelan un dominio del espacio que transforma cada recorrido arquitectónico en una experiencia espiritual.

Esta misma filosofía espacial anima la obra de Kim Tae-Ho. Sus cuadrículas meticulosamente construidas no son meros motivos decorativos sino verdaderas arquitecturas en miniatura. Cada celda de la cuadrícula funciona como una cámara autónoma, un espacio íntimo donde los colores se despliegan según su propia lógica interna. El proceso creativo del artista coreano evoca directamente los métodos constructivos de Ando: acumulación paciente de materiales, atención obsesiva a los detalles técnicos, búsqueda de una perfección formal que nunca sacrifica la emoción a la fría geometría.

La influencia de la arquitectura en Kim Tae-Ho no se limita a una simple analogía metafórica. El artista mismo mencionaba su fascinación por las estructuras urbanas, particularmente los cierres metálicos de las tiendas que inspiraron su primera serie Forme en los años 1970. Estos elementos arquitectónicos banales se convierten, bajo su pincel, en exploraciones sofisticadas de la tensión entre revelación y ocultamiento, entre superficie y profundidad. Este enfoque prefigura notablemente la filosofía de Ando, para quien la arquitectura debe crear “zonas de individualidad dentro de la sociedad”, espacios de retiro y meditación en un mundo cada vez más estandarizado.

La técnica de superposición desarrollada por Kim Tae-Ho en su serie Rythme Intérieur puede entenderse como una transposición pictórica de los métodos constructivos de Ando. El arquitecto japonés utiliza el hormigón no como material de relleno sino como sustancia poética, capaz de captar y reflejar la luz con una sensibilidad casi textil. Kim Tae-Ho procede de manera similar con sus capas de acrílico: cada estrato se convierte en un elemento estructural de la obra, contribuyendo a edificar un espacio virtual donde la mirada puede perderse y encontrarse. La luz, en ambos creadores, no es un simple agente de iluminación sino un material escultórico por derecho propio.

Esta parentesco también se expresa en su concepción del tiempo. Ando concibe sus edificios como organismos vivos que evolucionan según las horas y las estaciones, revelando aspectos inesperados según el ángulo de la luz o la posición del observador. Kim Tae-Ho logra un efecto similar con la acumulación temporal de sus gestos: cada capa de pintura lleva consigo la huella del tiempo transcurrido, creando una estratigrafía emocional que el espectador descubre progresivamente. Las “pequeñas habitaciones” de sus rejas evocan los espacios contemplativos de Ando, esos lugares de recogimiento donde la arquitectura se hace discreta para revelar mejor lo esencial.

La obra de Kim Tae-Ho dialoga así con una tradición arquitectónica que supera las fronteras nacionales para interrogar los fundamentos de la experiencia espacial. Como Ando transforma volúmenes geométricos simples en catedrales de luz, el artista coreano metamorfosea gestos repetitivos en arquitecturas íntimas, creando espacios de meditación que sólo existen en el encuentro entre la obra y la mirada que la contempla.

La fenomenología de la materia: La herencia de Heidegger

La dimensión filosófica de la obra de Kim Tae-Ho no puede ser plenamente comprendida sin referencia al pensamiento de Martin Heidegger [2], particularmente a su meditación sobre el ser, el tiempo y el arte. El filósofo alemán, en su ensayo “El origen de la obra de arte”, desarrolla una concepción revolucionaria de la creación artística como “puesta en obra de la verdad”, proceso por el cual el ser se revela en su dimensión más auténtica. Este enfoque ilumina de manera impactante la labor de Kim Tae-Ho, cuya obra constituye una verdadera arqueología de la presencia.

Heidegger distingue entre el objeto manufacturado (Zeug) y la obra de arte (Kunstwerk), subrayando que esta última no se contenta con representar el mundo sino que lo hace acontecer en su verdad. Las pinturas de Kim Tae-Ho ilustran perfectamente esta distinción: lejos de ser simples objetos decorativos, funcionan como reveladores de temporalidad, haciendo visible el propio proceso de su elaboración. Cada raspado con cuchillo revela las capas ocultas, actualizando lo que Heidegger llama el Unverborgenheit, el desvelamiento de lo que estaba oculto.

La noción de Heidegger de Dasein (ser-ahí) encuentra en el arte de Kim Tae-Ho una traducción particularmente elocuente. El Dasein designa esa manera específicamente humana de existir en el tiempo, de estar ya proyectado hacia el futuro mientras lleva en sí el peso del pasado. Las obras de la serie Rythme Intérieur materializan esta temporalidad existencial: cada capa de pintura corresponde a un momento vivido, a una “éxtasis temporal” para retomar el vocabulario de Heidegger, y su superposición crea una estratigrafía del ser que hace sensible la dimensión histórica de toda existencia.

El enfoque técnico de Kim Tae-Ho, esta alternancia minuciosa entre acumulación y sustracción, evoca directamente la dialéctica de Heidegger entre el Anwesenheit (presencia) y el Abwesenheit (ausencia). Cada gesto de raspar hace desaparecer una parte de la materia pictórica mientras revela las capas subyacentes, actualizando esta paradoja fundamental según la cual toda revelación implica simultáneamente una ocultación. Esta dinámica supera la simple técnica para convertirse en una meditación sobre las condiciones de posibilidad de toda aparición.

La repetitividad de los gestos del artista coreano puede entenderse como una forma de Wiederholung de Heidegger, no como una simple repetición mecánica sino una “reprise authentique” que permite a cada momento revelar su singularidad. Kim Tae-Ho nunca reproduce exactamente el mismo gesto: cada capa, cada raspado lleva en sí su propia necesidad, su propia verdad. Este enfoque transforma el acto creativo en un ejercicio de autenticidad existencial, permitiendo al artista escapar de la dictadura del “uno” (das Man) para acceder a una creatividad verdaderamente personal.

La obra de Kim Tae-Ho revela también una comprensión intuitiva de lo que Heidegger denomina la “cuadratura” (Geviert), esa articulación originaria entre la tierra y el cielo, los mortales y los divinos. Sus pinturas nunca son meros objetos estéticos sino condensados cosmológicos donde se articulan diferentes dimensiones de la experiencia. La materialidad de la pintura evoca la tierra, su luminosidad variable según la iluminación recuerda el cielo, el tiempo de su elaboración testimonia la condición mortal del artista y su capacidad para suscitar el asombro abre hacia una dimensión que supera lo humano demasiado humano.

Esta dimensión cosmológica se expresa especialmente en la metáfora de la “colmena” frecuentemente asociada a las obras de Kim Tae-Ho. Cada celda de la retícula funciona como un microcosmos autónomo, pero el conjunto forma un organismo complejo donde circulan fuerzas invisibles. Esta estructura evoca la concepción de Heidegger del mundo como totalidad articulada, donde cada ente encuentra su lugar en una red de significados que lo supera y al mismo tiempo lo constituye.

La influencia de Heidegger sobre Kim Tae-Ho no debe entenderse como aplicación mecánica de un sistema filosófico sino como convergencia espontánea hacia cuestiones fundamentales. El arte coreano del siglo XX, particularmente el movimiento Dansaekhwa, testimonia una sensibilidad filosófica que conecta naturalmente con las preocupaciones de Heidegger: interrogación sobre la esencia del arte, meditación sobre el tiempo y la finitud, búsqueda de una autenticidad creadora en un mundo dominado por la técnica. La obra de Kim Tae-Ho se inscribe en esta confluencia, realizando por medio de la pintura lo que Heidegger intentaba formular conceptualmente: un pensamiento del ser que sea también una poética de la existencia.

La herencia del gesto: Entre tradición e innovación

Kim Tae-Ho desarrolló su singularidad artística en un contexto cultural donde la tradición del gesto repetitivo ocupa un lugar central. El arte coreano, profundamente impregnado de las filosofías budista y confuciana, siempre ha privilegiado el ejercicio de la paciencia y la búsqueda de la perfección mediante la repetición. Este enfoque encuentra en las obras de la serie Rythme Intérieur una actualización notablemente moderna, donde la gestualidad tradicional se encuentra con las preocupaciones estéticas contemporáneas.

La técnica desarrollada por el artista, superposición de más de veinte capas de pintura acrílica seguida de su minucioso raspado, revela una maestría técnica que evoca a los grandes artesanos de la cerámica coreana. Esta parentesco no es fortuito: testimonia una continuidad cultural que atraviesa los siglos, adaptando las sabidurías ancestrales a los desafíos estéticos contemporáneos. Kim Tae-Ho no rompe con la tradición coreana; la reinventa, la impulsa hacia territorios inexplorados donde puede dialogar de igual a igual con el arte internacional.

El proceso creativo de Kim Tae-Ho transforma cada obra en un testimonio temporal donde se superponen los momentos de su creación. Esta estratificación revela una concepción del tiempo que se aleja radicalmente de la temporalidad lineal occidental para unirse a un enfoque cíclico más conforme a las filosofías asiáticas. Cada raspado revela estratos anteriores sin llegar a borrarlos completamente: permanecen presentes, influyendo por su simple existencia en las capas superiores. Esta coexistencia de temporalidades transforma cada pintura en un condensado de historia, en un archivo sensible donde el pasado continúa actuando sobre el presente.

La dimensión meditativa del trabajo de Kim Tae-Ho no puede subestimarse. El propio artista evocaba esta cualidad contemplativa de su proceso creativo, describiendo cómo la repetición de los gestos le conducía a un estado de concentración que superaba la simple aplicación técnica para convertirse en un ejercicio espiritual. Este enfoque inscribe su obra en la línea de las prácticas meditativas asiáticas, donde la repetición rítmica permite acceder a estados de conciencia modificados. Cada pincelada de pintura se convierte así en un gesto de meditación, cada raspado en una forma de oración laica.

Esta dimensión espiritual no pertenece a un misticismo de fachada sino a un enfoque rigurosamente materialista de la creación. Kim Tae-Ho no busca evadir el mundo sensible sino revelar sus potencialidades ocultas. Su técnica de superposición y revelación progresiva evoca los métodos de la alquimia tradicional, donde la transformación de la materia supone una transformación paralela del operador. El artista no permanece exterior a su obra sino que participa en su metamorfosis, aceptando ser modificado por el proceso mismo que pone en movimiento.

Hacia una estética de la revelación

La obra de Kim Tae-Ho se impone hoy como uno de los logros más significativos del arte coreano contemporáneo, no a pesar de su modestia aparente sino gracias a ella. En un mundo artístico a menudo dominado por la exageración y el espectáculo, sus pinturas proponen una vía alternativa: la del profundización paciente, la exploración minuciosa de las potencialidades infinitas contenidas en medios limitados. Este enfoque revela una sabiduría estética que supera ampliamente las cuestiones propias del arte contemporáneo para interrogar las condiciones mismas de la experiencia humana.

La serie Rythme Intérieur constituye así mucho más que un simple corpus de obras: propone una verdadera filosofía de la creación que reconcilia la herencia cultural coreana con las exigencias de la modernidad artística. Kim Tae-Ho supo evitar el doble escollo del tradicionalismo estéril y de la occidentalización superficial para inventar un lenguaje plástico auténticamente personal, enraizado en su cultura de origen y al mismo tiempo abierto a las influencias exteriores. Esta síntesis notable lo convierte en uno de los representantes más logrados de lo que se podría llamar una “mondialisation créatrice”, donde el intercambio intercultural enriquece las particularidades locales en lugar de nivelarlas.

La influencia de Kim Tae-Ho en las generaciones de artistas que le han sucedido testimonia la pertinencia de su enfoque. Su concepción del arte como ejercicio de paciencia y revelación progresiva continúa inspirando a creadores preocupados por recuperar una temporalidad creativa auténtica en un mundo dominado por la aceleración perpetua. Esta influencia no se limita a las fronteras coreanas, sino que brilla internacionalmente, contribuyendo a redefinir los términos del diálogo entre tradición y modernidad en el arte contemporáneo.

La desaparición prematura de Kim Tae-Ho en 2022 priva al mundo artístico de una voz singular justo cuando sus investigaciones comenzaban a obtener el reconocimiento internacional que merecían desde hacía tiempo. Sus últimas obras daban testimonio de una libertad creciente en el uso del color y de una complejidad en sus estructuras compositivas que dejaban entrever desarrollos prometedores. Esta interrupción brusca convierte su corpus en un testamento estético, en un conjunto cerrado que invita a una meditación sobre el final y lo inacabado en el arte.

La obra de Kim Tae-Ho nos recuerda que el verdadero arte no se mide por su capacidad de seducción inmediata, sino por su potencia de revelación progresiva. Sus pinturas demandan tiempo, paciencia, una atención sostenida que se opone radicalmente a los modos de consumo artístico contemporáneos. Esta exigencia constituye también su fuerza: proponen una experiencia estética que resiste el desgaste del tiempo, que se revela cada vez más rica a medida que se profundiza en ella. En esto, Kim Tae-Ho se une a la línea de los grandes creadores que supieron transformar las limitaciones aparentes de sus medios en fuentes de invención inagotable.

El arte de Kim Tae-Ho nos enseña finalmente que la verdadera innovación artística no procede de la ruptura espectacular, sino del profundo y paciente aprovechamiento de las posibilidades ofrecidas por medios simples. Sus rejillas meticulosas, sus superposiciones de color, sus raspaduras reveladoras son tantas invitaciones a redescubrir la riqueza infinita contenida en los gestos más elementales de la creación. Esta lección de humildad creativa resuena con una agudeza particular en nuestra época de sobreproducción artística, recordándonos que la autenticidad no se decreta sino que se conquista mediante el ejercicio repetido de una exigencia sin compromiso.

Kim Tae-Ho nos ha legado una obra que funciona como un espejo de nuestras propias posibilidades creativas. Sus pinturas no se limitan a ofrecernos un espectáculo estético: nos invitan a descubrir en nosotros mismos aquella paciencia, aquella atención, aquella capacidad de profundización que constituyen los verdaderos fundamentos de toda creación auténtica. Esta dimensión pedagógica, en el sentido más noble del término, asegura a su obra una perdurabilidad que supera ampliamente las fluctuaciones del mercado del arte o las modas críticas pasajeras. Kim Tae-Ho entra así en esa categoría rara de creadores cuya influencia sigue creciendo después de su desaparición, enriqueciendo nuestra comprensión de lo que el arte puede y debe ser en un mundo en perpetua transformación.


  1. Tadao Ando, ganador del premio Pritzker de arquitectura en 1995, arquitecto japonés contemporáneo reconocido por sus construcciones en hormigón y su dominio de la luz natural en el espacio arquitectónico.
  2. Martin Heidegger, El origen de la obra de arte (1935-36), en Caminos que no llevan a ninguna parte, ediciones Gallimard, 1962.
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Referencia(s)

KIM Tae-Ho (1948-2022)
Nombre: Tae-Ho
Apellido: KIM
Otro(s) nombre(s):

  • 김태호 (Coreano)

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Corea del Sur

Edad: 74 años (2022)

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