English | Español

Martes 18 Noviembre

ArtCritic favicon

La sátira ambigua de Alec Monopoly

Publicado el: 19 Octubre 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 12 minutos

Alec Monopoly pinta a un Mr. Monopoly omnipresente en las paredes urbanas y en los lienzos de colección, creando una imaginería pop donde el capital reina como maestro absoluto. Este artista neoyorquino combina plantillas, sprays y recortes de prensa financiera para producir una estética que oscila entre la sátira del capitalismo y la celebración ambigua de la opulencia.

Escuchadme bien, panda de snobs: Alec Monopoly encarna exactamente lo que el mundo del arte contemporáneo finge odiar, mientras es incapaz de desviar la mirada. Este artista urbano neoyorquino, nacido Alec Andon en 1986, ha construido su imperio visual alrededor de un personaje de juego de mesa con bigote y sombrero de copa, transformando a Mr. Monopoly en un icono ubicuo del capitalismo globalizado. Desde 2008, año en que la crisis financiera sacudió Wall Street, Monopoly pinta incansablemente a este tipo con los bolsillos llenos en las paredes de Los Ángeles, Miami, Hong Kong y muchas otras metrópolis. Su trabajo, realizado con plantilla, aerosol y collage de recortes de periódicos financieros, oscila entre la mordaz sátira y la ambigua celebración de la opulencia que dice criticar.

El artista oculta sistemáticamente su rostro tras un pañuelo rojo o con la mano, gesto que recuerda al anonimato reivindicado de un Banksy, pero que en él parece más bien una estrategia de marketing personal. Esta postura de artista fuera de la ley ha perdido credibilidad desde que dejó de trabajar ilegalmente para priorizar los encargos privados y las colaboraciones con marcas de lujo. Monopoly trabaja ahora en edificios abandonados o con permiso de los propietarios, evitando el vandalismo que caracteriza el street art auténtico. Esta transformación gradual de un artista urbano a empresario cultural plantea cuestiones esenciales sobre la autenticidad artística y la apropiación comercial de la subversión.

La comedia humana en versión spray

La obra de Alec Monopoly puede interpretarse como una ilustración contemporánea de los mecanismos descritos por Honoré de Balzac en La Comédie humaine. Así como el escritor francés del siglo XIX diseccionaba las ambiciones, las corrupciones y las estratificaciones sociales a través de una galería de personajes obsesionados con el dinero y el poder, Monopoly despliega una iconografía pop donde el capital reina como maestro absoluto. El personaje de Mr. Monopoly, inicialmente inspirado en el estafador Bernard Madoff durante su arresto en 2008, funciona exactamente como las figuras de Grandet o Nucingen en Balzac: encarna la acumulación compulsiva, la codicia elevada a sistema, el triunfo sin complejo del tener sobre el ser.

En el universo de Balzac, cada personaje está definido por su relación con el dinero. En Monopoly, esta misma lógica estructura toda la producción artística. Sus cuadros presentan sistemáticamente símbolos de riqueza ostentosa: bolsas llenas de billetes verdes, lingotes de oro, coches de lujo, relojes suizos carísimos. El Monopoly Man corre con una bolsa de dinero bajo el brazo, cuenta frenéticamente sus fajos, posa frente a Porsche o Rolls-Royce. Richie Rich, Tío Rico, el Sr. Burns de los Simpson completan esta galería de personajes cuya existencia entera se resume en poseer, atesorar y exhibir.

Lo que hace relevante el paralelo con Balzac es que el escritor no se limitaba a denunciar moralmente el reinado del dinero: mostraba sus engranajes, sus estrategias, las jerarquías complejas. Monopoly realiza una transposición visual similar al situar a sus personajes en entornos urbanos saturados de referencias al consumo masivo. Los fondos integran logos de marcas, recortes de prensa financiera, gráficos bursátiles, reconstruyendo el decorado omnipresente del capitalismo tardío. El artista crea una imaginería donde la ciudad se convierte en el teatro de una competición permanente por la visibilidad y el enriquecimiento, exactamente como el París de Balzac era el campo de batalla de las ambiciones sociales.

La dimensión sociológica del trabajo se profundiza cuando se consideran sus colaboraciones con la industria del lujo. Ha pintado el bolso Birkin Hermès para Khloe Kardashian, decorado el Rolls-Royce de Adrien Brody, diseñado relojes en edición limitada para TAG Heuer y Jacob & Co [1], uno de los cuales se vende por 600.000 dólares. Estas asociaciones podrían parecer contradictorias con una postura crítica hacia el capitalismo, pero revelan una verdad más compleja. Así como Balzac describía los salones aristocráticos desde dentro, Monopoly practica una forma de observación participante. Él no critica el lujo desde una posición externa y moralmente superior; se sumerge en él, se convierte en un actor y documenta desde dentro los mecanismos de distinción y consumo ostentoso.

Cuando Monopoly pinta en directo en un yate durante Art Basel Miami, patrocinado por Samsung, o cuando su Mr. Monopoly aparece en los shorts de boxeo de Jake Paul en una pelea contra Mike Tyson emitida en Netflix, no solo denuncia el espectáculo de la riqueza: participa plenamente y al mismo tiempo lo hace visible como espectáculo. El Monopoly Man se convierte así en el equivalente visual de los personajes de La Maison Nucingen o de César Birotteau, figuras emblemáticas de un mundo donde el valor de un individuo se mide ante todo por su cartera.

El propio artista ha reconocido explícitamente esta transformación, declarando que ahora vive “una vida de performance artística” encarnando al personaje que ha hecho su firma visual. Esta declaración revela una lucidez inusual sobre el proceso de mercantilización que afecta toda práctica artística contemporánea. Monopoly no pretende ser un revolucionario que lucha contra el sistema desde los márgenes; admite haberse convertido en una empresa cultural. Al hacerlo, expone con una honestidad casi brutal lo que la mayoría de los artistas contemporáneos ocultan: el arte se ha convertido en una industria gobernada por las mismas leyes del mercado que cualquier marca de lujo.

En Illusions perdues, Balzac describía cómo el joven poeta Lucien de Rubempré descubría que la literatura parisina no era sino un negocio disfrazado. Monopoly actualiza esta desilusión: el street art se ha convertido en un segmento lucrativo del mercado del arte contemporáneo. El crítico John Wellington Ennis resumió perfectamente esta paradoja en el Huffington Post: “En una época de rescates financieros por miles de millones para bancos que ya poseen el país y donde los magnates denuncian la regulación como antiamericana, la recontextualización de este símbolo infantil de éxito y riqueza casi no necesitaba explicación” [2]. Monopoly no crea obras que denuncian frontalmente la injusticia económica, recicla símbolos familiares para crear un espejo ligeramente deformado de la sociedad de consumo.

Lo que distingue a Monopoly en el panorama del arte urbano contemporáneo es precisamente esta ausencia de pretensión moralista. A diferencia de un Banksy que mantiene una postura de crítica social distanciada, Monopoly abraza abiertamente las contradicciones de su posición. Vende obras muy caras a coleccionistas muy ricos mientras pinta a un personaje que simboliza la rapacidad capitalista. Esta aparente hipocresía es en realidad la clave de lectura de su trabajo: al negarse a ponerse en juez moral, aceptando ser él mismo una pieza del sistema que representa, produce una forma de verdad sociológica más honesta que muchas denuncias virtuosas.

El Pop Art como espejo deformante

La segunda dimensión esencial para comprender el trabajo de Alec Monopoly reside en su inscripción consciente en la herencia del Pop Art estadounidense, particularmente el de Andy Warhol, Keith Haring y Jean-Michel Basquiat. El artista cita explícitamente a estas tres figuras como sus principales influencias [3], y esta filiación estructura profundamente su enfoque estético. El Pop Art de los años 1960 emprendió el difuminar las fronteras entre la alta cultura y la cultura de masas, entre crítica al consumismo y celebración de su estética. Warhol multiplicaba los retratos de estrellas de Hollywood y las latas de sopa Campbell’s con la misma aparente indiferencia, creando una equivalencia inquietante entre todos los objetos de la sociedad de consumo.

Monopoly perpetúa y actualiza esta ambigüedad para la era de las redes sociales y el capitalismo financiero. Sus cuadros adoptan la estética estridente del Pop Art: colores primarios saturados, contornos nítidos, figuras icónicas extraídas de su contexto original, composiciones frontales. Pero donde Warhol trabajaba mediante serigrafía, Monopoly combina la plantilla del graffiti con la pintura en aerosol y el collage de fragmentos de periódicos financieros. Esta hibridación técnica inscribe materialmente en la obra el encuentro entre la calle y la galería, entre la intervención urbana efímera y el objeto de arte destinado a la venta.

La apropiación de personajes preexistentes de la cultura popular constituye otra característica del Pop Art que Monopoly lleva a su paroxismo. Warhol se apropió de la imagen de Marilyn Monroe, Haring creaba sus propios personajes estilizados, Basquiat desviaba logotipos comerciales. Monopoly construye toda su identidad artística alrededor de un personaje de juego de mesa creado por Parker Brothers y hoy propiedad de Hasbro. Mr. Monopoly es una marca registrada, un activo comercial, una propiedad intelectual. Al convertir a este personaje en el emblema de su trabajo, el artista realiza un gesto típico de artista pop: roba un símbolo del capitalismo para voltearlo contra sí mismo, pero esta inversión siempre queda ambigua y reversible.

La diferencia sustancial entre Monopoly y los maestros del Pop Art histórico reside en el contexto cultural de producción. Warhol trabajaba en el momento en que la sociedad de consumo estadounidense alcanzaba su apogeo triunfal. Monopoly, en cambio, surge artísticamente en el preciso momento del colapso financiero de 2008, cuando la crisis de las hipotecas subprime revela la inestabilidad estructural del capitalismo financiero. Su Monopoly Man aparece exactamente cuando Bernard Madoff es detenido por la mayor estafa financiera de la historia. Este contexto dota a su imaginería de una carga crítica potencialmente más aguda que la del Pop Art clásico.

Sin embargo, esta carga crítica se neutraliza de inmediato por el mercado. Las obras de Monopoly se venden entre 10.000 y 50.000 dólares en subastas, con coleccionistas que incluyen a Miley Cyrus, Snoop Dogg y Adrien Brody. Su arte adorna los áticos de Miami y las suites de hoteles de lujo. Sus intervenciones urbanas ya no son actos de vandalismo subversivo, sino eventos patrocinados por marcas que buscan captar la energía del street art. Lo que se suponía que era una crítica al capitalismo financiero se ha convertido en un accesorio de la cultura de la celebridad.

Esta trayectoria plantea una cuestión fundamental sobre la posibilidad misma de una crítica artística del capitalismo dentro del sistema capitalista. El Pop Art ya había demostrado que toda crítica visual termina siendo absorbida y neutralizada por los mecanismos que pretendía denunciar. Monopoly actualiza esta lógica para una época en la que la distinción entre arte, publicidad y contenido para redes sociales se ha desdibujado. Sus obras se fotografían extraordinariamente bien, generan miles de “me gusta” en Instagram, funcionan perfectamente como señales de estatus social. Son exactamente lo que demanda el mercado contemporáneo: visualmente impactantes, culturalmente referenciadas, lo suficientemente transgresoras para parecer audaces pero nunca lo bastante como para incomodar a nadie.

El crítico cultural del sitio Vandalog atacó ferozmente a Monopoly con estas palabras: “Si Donald Trump coleccionara arte, Monopoly sería el artista que coleccionaría. Son demostraciones sin complejos de riqueza, sin otro propósito que la demostración de riqueza. Son los tipos que se presentan en tu reunión de antiguos alumnos llevando un Rolex en cada muñeca, sólo porque quieren decirles a todos que llevan un Rolex en cada muñeca” [4]. Esta crítica feroz apunta algo esencial: el arte de Monopoly no funciona como una denuncia del capitalismo, sino como una celebración del mismo, disfrazada de ironía crítica justa para permitir que sus compradores se sientan culturalmente sofisticados mientras exhiben su riqueza.

Sin embargo, otra vez, hay que reconocer cierta honestidad en este enfoque. Monopoly no pretende ser un revolucionario. No oculta sus colaboraciones comerciales, no disimula sus vínculos con la industria del lujo, no finge operar al margen del sistema. En este sentido, su trabajo constituye un espejo más fiel de nuestra época que muchas posturas pseudo-subversivas: muestra que en la era del capitalismo tardío ya no existe una exterioridad posible, ni una posición crítica verdaderamente autónoma. Todo termina siendo recuperado, mercantilizado, transformado en contenido.

Más allá del juicio moral

Sería tentador concluir que la obra de Alec Monopoly representa exactamente lo más superficial y comprometido con las potencias del dinero que tiene el mundo del arte contemporáneo. Esta lectura no es falsa, pero permanece incompleta. Porque precisamente porque Monopoly no busca ocultar las contradicciones de su práctica, su trabajo adquiere un valor documental y sociológico que supera sus cualidades plásticas intrínsecas. Sus obras funcionan como archivos visuales de una época en la que la distinción entre crítica y celebración del capitalismo se ha borrado, en la que el street art se ha convertido en un segmento del mercado del arte, en la que los artistas se han convertido en marcas dentro de un sistema de intercambios simbióticos perfectamente fluido.

Las críticas más vehementes provienen del ámbito tradicional del arte contemporáneo. El sitio Artnet resumió esta posición con el titular: “El mundo del arte establecido considera a Alec Monopoly como una broma, pero él se ríe hasta el banco”. Monopoly no es reconocido por las instituciones museísticas, no es coleccionado por los grandes museos, ni cuenta con la aprobación crítica de los guardianes del mundo del arte. Pero a él no le importa, porque ha construido un modelo económico que no depende de ese reconocimiento. Sus compradores no son los conservadores de museo: son celebridades, empresarios, traders de Wall Street, exactamente las personas que su Monopoly Man se supone que debe satirizar.

Esta disyuntiva entre éxito comercial y reconocimiento institucional revela algo importante sobre la estructura actual del mundo del arte. Existen ahora varios circuitos paralelos que funcionan según lógicas diferentes. El circuito tradicional pasa por las grandes galerías, las ferias internacionales, las colecciones museísticas y el consagración crítica. El circuito en el que opera Monopoly pasa por las redes sociales, las colaboraciones con marcas, la visibilidad mediática y la compra directa por coleccionistas adinerados que poco se preocupan por la opinión de los críticos.

El legado de Monopoly en la historia del arte está por escribirse, pero probablemente será el de un síntoma más que el de un precursor. Encapsula un momento específico en que el arte urbano se ha mercantilizado completamente, donde la transgresión se ha convertido en una postura comercializable, donde la crítica al capitalismo se ha transformado en una estrategia de branding. Su Mr. Monopoly quedará como el emblema perfecto de una época de crecientes desigualdades económicas y de indiferencia cínica. Este hombre bigotudo que corre con su saco de dinero, reproducido en miles de muros, lienzos y objetos de lujo, constituye el retrato robot de nuestro tiempo: sonriente, rapaz, omnipresente y perfectamente inconsciente de su propia absurdidad.

Balzac escribía en el prólogo de La Comédie humaine que su proyecto era competir con el estado civil haciendo un inventario completo de la sociedad de su época. Monopoly, a su manera claramente más modesta y mucho menos sutil, también hace un inventario: el de un mundo donde todo, absolutamente todo, incluyendo la crítica a la mercantilización, se ha convertido en mercancía. No es un gran arte, ciertamente no un arte que atravesará los siglos como el de los maestros del Pop Art que toma como modelos. Pero es un arte que dice algo verdadero sobre nuestra época, aun si esa verdad no es ni halagadora ni consoladora. El Monopoly Man nos mira con su sonrisa congelada y su ridículo sombrero de copa, y en esa mirada vacía reconocemos nuestra propia complacencia frente a un sistema económico que sabemos injusto pero del que disfrutamos demasiado como para querer cambiarlo realmente. Quizás esta sea, finalmente, la contribución real de Alec Monopoly al arte contemporáneo: haber creado el espejo perfectamente superficial de una sociedad perfectamente superficial.


  1. Lux Magazine, “Hero and Anti-hero: Street artist Alec Monopoly”, lux-mag.com, consultado en octubre de 2025
  2. Artículo Wikipedia, “Alec Monopoly”, consultado en octubre de 2025
  3. Rosy BVM, “Art Review: Alec Monopoly”, 2018, rosybvm.com, consultado en octubre de 2025
  4. Vandalog, “¿Por qué alguien me está enviando correos sobre Alec Monopoly, Mr. Brainwash y Kim Kardashian?”, blog.vandalog.com, consultado en octubre de 2025
Was this helpful?
0/400

Referencia(s)

Alec MONOPOLY (1986)
Nombre: Alec
Apellido: MONOPOLY
Otro(s) nombre(s):

  • Alec Andon

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 39 años (2025)

Sígueme