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Mamma Andersson: Los espejos turbios de la vida cotidiana

Publicado el: 28 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 7 minutos

En las obras de Mamma Andersson, las escenas domésticas más banales se transforman en un teatro metafísico donde lo ordinario se vuelve extraordinario. Su técnica pictórica única, alternando superficies lisas y texturas rugosas, crea una tensión permanente entre lo familiar y lo extraño.

Escuchadme bien, panda de snobs. Voy a hablaros de Mamma Andersson, nacida en 1962, esta artista sueca que ha hecho de la banalidad diaria su territorio de caza. Podríais decir que pintar interiores domésticos y paisajes nevados es un convencionismo aburrido. Pero estáis equivocados. Andersson es la prueba viva de que la verdadera radicalidad no reside en la provocación gratuita, sino en la capacidad de transformar lo ordinario en extraordinario.

Residente en Estocolmo, esta maga del lienzo realiza una alquimia singular donde las escenas más banales se metamorfosean en un teatro metafísico. Su técnica es un desafío constante a las convenciones pictóricas. Alterna superficies lisas como el cristal con texturas rugosas que parecen arrancadas de la tierra misma. Sus colores, a menudo apagados y melancólicos, evocan las largas noches invernales escandinavas, pero a veces se iluminan con destellos inesperados, como auroras boreales que surgen en la oscuridad.

El concepto de lo inquietante desarrollado por Freud encuentra en su obra una encarnación impresionante. Das Unheimliche, esa sensación perturbadora donde lo familiar se vuelve repentinamente extraño, impregna cada uno de sus lienzos. Tomen “Kitchen Fight”, por ejemplo. A primera vista, ven una cocina común, con sus utensilios y figuritas decorativas de osos. Pero esperen. Miren más detenidamente. Un cadáver yace en el suelo, casi invisible pues se funde con el decorado. Esta yuxtaposición entre lo banal y lo macabro no es un efecto fácil. Es una profunda meditación sobre nuestra capacidad para normalizar el horror, volverlo invisible por la cotidianeidad.

Esta dimensión psicoanalítica se complementa con una reflexión sobre la naturaleza misma de la percepción. Andersson nos muestra que ver no es un acto pasivo, sino una construcción activa donde nuestra psique juega un papel crucial. Sus cuadros son como pruebas de Rorschach pictóricas donde cada espectador proyecta sus propias angustias y deseos. Las manchas negras que aparecen frecuentemente en sus obras, como quemaduras en el lienzo de la realidad, no son simples efectos de estilo. Funcionan como portales hacia nuestro inconsciente colectivo, un concepto caro a Carl Gustav Jung.

En “About a Girl” (2005), nueve mujeres están reunidas alrededor de una mesa. La escena podría ser un almuerzo burgués común, pero Andersson la transforma en algo profundamente inquietante. Los cuerpos vestidos de negro se funden unos con otros, creando una masa orgánica indistinta. Solo tres rostros nos miran, como para recordarnos que somos voyeurs, intrusos en este espacio liminal entre la realidad y el sueño. El telón marrón que cae detrás de ellas no es solo un elemento decorativo, es una frontera porosa entre nuestro mundo y el de los arquetipos junguianos.

La relación que Andersson mantiene con el espacio es particularmente interesante. Ella manipula las perspectivas como un prestidigitador juega con nuestras percepciones. En “Rooms Under the Influence”, crea tres niveles de realidad distintos: un interior doméstico fragmentado, su reflejo invertido y deformado, y un paisaje lejano que parece flotar sobre todo ello. Esta estratificación espacial no es solo un ejercicio formal, es una meditación sobre la naturaleza misma de la realidad y de la representación.

En los paisajes de Andersson, sus bosques nevados, sus lagos negros como la tinta, sus montañas brumosas no son simples representaciones de la naturaleza. Son proyecciones de nuestra topografía interior, mapas de nuestra psique colectiva. En “Cry”, las cascadas que descienden por los lados de un acantilado funcionan como una metáfora poderosa de la emoción humana. La naturaleza, bajo su pincel, se convierte en un espejo de nuestra alma, un espacio donde el interior y el exterior se confunden en una danza perpetua.

El teatro ocupa un lugar central en su vocabulario visual, no como simple referencia formal, sino como metáfora de nuestra condición humana. Sus interiores a menudo parecen decorados de escena, creando un mise en abyme donde el espectador se convierte a la vez en observador y participante. Esta teatralidad evoca el concepto barroco del “theatrum mundi”, donde el mundo entero se percibe como un escenario teatral y todos nosotros como actores involuntarios en un drama cósmico.

La temporalidad en sus obras es tan compleja como su tratamiento del espacio. El tiempo, en los cuadros de Andersson, no es lineal. Se dobla, se repliega, se superpone a sí mismo como en las reflexiones de Henri Bergson sobre la duración. Cada instante contiene potencialmente todos los demás, creando una densidad temporal que da a sus obras su particular profundidad. En “Leftovers”, una mujer está representada en diferentes momentos de su día, creando una coreografía temporal que desafía la cronología convencional.

Los objetos, en el universo de Andersson, nunca son simplemente objetos. Una silla vacía, una cama deshecha, una mesa puesta para el té se convierten en presencias casi animistas, cargadas de un significado que trasciende su simple función utilitaria. En “Dollhouse”, las habitaciones vacías de una casa de muñecas adquieren una dimensión metafísica, como si cada cuarto fuera un receptáculo de memorias y emociones cristalizadas. Estos objetos domésticos funcionan como talismanes, puntos de anclaje en un mundo donde la realidad amenaza constantemente con disolverse.

La luz juega un papel fundamental en su obra. No es la luz deslumbrante del sur de Europa, sino una luminosidad nórdica, más sutil y más ambigua. Crea zonas de claroscuro que recuerdan a los cuadros de Vilhelm Hammershøi, pero con una tensión psicológica más pronunciada. Esta luz particular contribuye a crear esa atmósfera de sueño despierto que caracteriza su obra, donde las sombras parecen tener tanta sustancia como los objetos que las proyectan.

Su influencia cinematográfica es innegable, especialmente la de Ingmar Bergman. Pero donde Bergman exploraba los dramas humanos de manera directa y a menudo brutal, Andersson prefiere un enfoque más indirecto, dejando que las tensiones psicológicas se acumulen bajo la superficie aparentemente tranquila de sus composiciones. Es esta contención, esta tensión contenida, la que da a su trabajo su potencia particular. Ella nos muestra que el horror más profundo no está en la explosión de violencia, sino en la espera, en el silencio que precede a la tormenta.

Su técnica pictórica en sí misma contribuye a esta tensión narrativa. Emplea una variedad de medios y técnicas, pasando del óleo al acrílico, de glacis transparentes a empastes opacos. Las superficies de sus cuadros son como testimonios donde se superponen y entrelazan diferentes capas de realidad. Los accidentes de pintura, las gotas, las zonas raspadas o borradas no son errores sino elementos esenciales de su vocabulario pictórico.

Las referencias a la historia del arte en su obra son sutiles pero omnipresentes. Se pueden ver ecos de Munch en su tratamiento emocional del paisaje, de Hammershøi en sus interiores silenciosos, de Giorgio Morandi en su forma de transformar objetos cotidianos en presencias misteriosas. Pero estas influencias están totalmente digeridas, transformadas por su visión única en algo radicalmente nuevo.

La relación que Andersson mantiene con la narración es particularmente sofisticada. Sus cuadros sugieren historias sin jamás contarlas explícitamente. Funcionan como fragmentos de relatos más amplios cuya totalidad nunca veremos. Esta cualidad fragmentaria, lejos de frustrar al espectador, le invita a convertirse en un participante activo en la construcción del sentido. Cada cuadro es como una puerta entreabierta a un mundo de posibilidades narrativas infinitas.

En su paleta cromática, los grises, los marrones, y los verdes desteñidos que dominan sus composiciones no son elegidos por defecto o por facilidad. Son colores cargados de significado, que llevan en sí toda la melancolía del Norte. Pero también sabe usar el color puro con precisión quirúrgica, un rojo brillante o un amarillo luminoso que a veces perforan la superficie mate de sus cuadros como un grito en el silencio.

En sus obras más recientes, Andersson lleva aún más lejos su exploración de los límites entre realidad y representación. Las fronteras entre los diferentes planos de la imagen se vuelven cada vez más porosas, los espacios se contaminan mutuamente, creando zonas de indeterminación donde nuestra percepción fluctúa. Esta inestabilidad visual no es gratuita, refleja la creciente fragilidad de nuestra relación con lo real en la era digital.

La obra de Andersson nos recuerda que la realidad nunca es tan simple como parece, que bajo la superficie más banal siempre se oculta algo extraño e inexplicable. Mientras nuestro mundo está obsesionado con la transparencia y la claridad, su arte nos ofrece un espacio de misterio y ambigüedad saludable. Ella nos muestra que la verdadera profundidad de la existencia no reside en los grandes dramas, sino en esos momentos cotidianos donde lo real titubea y lo extraño irrumpe en nuestra vida ordinaria.

Su arte es, en definitiva, una forma sutil de resistencia contra la banalización del mundo. Al transformar lo cotidiano en algo extraño y maravilloso, nos recuerda que la realidad siempre es más compleja y misteriosa de lo que queremos admitir. Quizás ahí radique su mayor éxito: hacernos ver el mundo familiar con ojos nuevos, como si lo descubriéramos por primera vez.

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Referencia(s)

Karin Mamma ANDERSSON (1962)
Nombre: Karin Mamma
Apellido: ANDERSSON
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Suecia

Edad: 63 años (2025)

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