Escuchadme bien, panda de snobs. Acabo de pasar horas contemplando los retratos de Mao Yan, y tengo que deciros algo: quizás todos estemos equivocados sobre la pintura contemporánea china. ¿Creéis conocer el arte chino con vuestros clichés sobre la caligrafía y la tinta? Dejadme hablaros de este artista que transforma el óleo en niebla y el gris en filosofía.
En su taller de Nanjing, lejos de los focos de Beijing y del caos del mercado del arte, Mao Yan crea retratos que están a la vez presentes y ausentes, como fantasmas atrapados entre dos mundos. Sus lienzos me recuerdan a esos momentos en los que despiertas de un sueño y durante unos segundos no sabes si sigues dormido o ya estás despierto. Eso es exactamente lo que hace Mao Yan, pinta ese instante preciso en que la realidad y la ilusión se confunden.
Tomemos un momento para hablar de Marcel Proust y su obra maestra “En busca del tiempo perdido”. Como Proust, que se sumerge en los meandros de la memoria a través de siete volúmenes de una densidad alucinante, Mao Yan explora las profundidades de la percepción a través de sus retratos espectrales. No es casualidad que el artista cite a Proust como una influencia mayor. En sus retratos de Thomas, su modelo europeo al que pinta desde hace más de una década, Mao Yan captura lo que Proust llamaba las “intermitencias del corazón”, esos momentos en que el presente y el pasado se telescopan, donde la identidad se vuelve fluida como humo.
Los retratos de Thomas no son simples representaciones de un hombre. Son exploraciones del tiempo mismo, como la magdalena de Proust que desencadena una avalancha de recuerdos. Cada capa de pintura gris que Mao Yan aplica meticulosamente es como una capa de memoria, creando una profundidad que va mucho más allá de la superficie del lienzo. Es un proceso que puede llevar años, así como Proust tardó años en construir su obra monumental.
La conexión con Proust va aún más lejos. Los dos artistas comparten una obsesión por la forma en que nuestra percepción del mundo está en constante flujo. Cuando Proust escribe sobre cómo el rostro de Albertine cambia según el ángulo y la luz, hace exactamente lo que hace Mao Yan con sus retratos, donde los rasgos parecen disolverse y reformarse según nuestro punto de vista. Es una exploración de la naturaleza misma de la percepción y la memoria.
Pero eso no es todo. Hablemos ahora de Werner Heisenberg y su principio de incertidumbre. Saben, ese principio fundamental de la mecánica cuántica que nos dice que nunca podemos conocer simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula con precisión absoluta. Cuanto más intentamos definir uno, más borroso se vuelve el otro. Los retratos de Mao Yan funcionan exactamente de la misma manera.
Cuanto más intentas fijar la mirada en los rasgos faciales de sus retratos, más parecen escaparse. Es como si Mao Yan hubiera traducido el principio de incertidumbre de Heisenberg en términos pictóricos. Sus figuras existen en un estado de superposición cuántica, a la vez presentes y ausentes, definidas e indefinidas. Esto es especialmente visible en su serie “Thomas”, donde el sujeto parece simultáneamente materializarse y disolverse en una niebla de grises.
Esta incertidumbre no es un defecto ni una limitación, es precisamente el tema. Así como Heisenberg nos mostró que la incertidumbre es una propiedad fundamental del universo, Mao Yan nos muestra que también es una propiedad fundamental de la identidad humana. Sus retratos no están borrosos por falta de técnica, están borrosos porque es la única forma honesta de representar la realidad de la existencia humana.
Miren cómo utiliza la luz en sus obras. Los rostros emergen de la oscuridad como partículas cuánticas que aparecen espontáneamente del vacío. Los contornos están deliberadamente indefinidos, como si el acto mismo de observar perturbara su estado. Esto es exactamente lo que Heisenberg descubrió: el observador inevitablemente afecta lo que observa. En el caso de Mao Yan, cada mirada que lanzamos a sus retratos los cambia sutilmente.
Y luego está esa cuestión del tiempo. En la mecánica cuántica, el tiempo no es la flecha lineal que imaginamos en nuestra experiencia diaria. De igual modo, en los retratos de Mao Yan, el tiempo parece doblarse y torcerse. Un solo retrato puede contener años de trabajo, capas y capas de pintura aplicadas pacientemente, creando una especie de testimonio visual temporal que desafía nuestra comprensión lineal del tiempo.
Lo que me interesa particularmente es la forma en que Mao Yan utiliza el gris. No es sólo un color para él, es todo un espectro de posibilidades, como los diferentes estados cuánticos de una partícula. Sus grises contienen multitudes: a veces cálidos y casi respirables, a veces fríos y distantes como el espacio interestelar. Es como si cada tono de gris fuera un universo paralelo posible, otra versión de la realidad que podría existir.
El propio artista habla de querer que “cada rincón de la pintura esté lleno de expresión”. Eso es exactamente lo que hace el campo cuántico, llena cada punto del espacio de potencialidad. En los retratos de Mao Yan, cada centímetro cuadrado del lienzo vibra de posibilidades, incluso las zonas aparentemente vacías. Eso es lo que Heisenberg llamaría las fluctuaciones del vacío, la idea de que incluso el vacío nunca está realmente vacío, sino siempre lleno de energía potencial.
Hablemos de su técnica. La forma en que Mao Yan construye sus retratos, capa tras capa, recuerda cómo los físicos construyen sus modelos cuánticos. Cada capa de pintura es como una función de onda, que contribuye a la probabilidad final de dónde y cómo aparecerá el sujeto. El resultado final no es una imagen fija, sino una constelación de posibilidades.
Su reciente exploración de la abstracción no es una ruptura con su trabajo anterior, es una extensión natural de este enfoque cuántico. En sus obras abstractas, lleva aún más lejos la idea de incertidumbre y potencialidad. Las formas geométricas flotan como partículas en el vacío, sus posiciones y relaciones están constantemente en flujo.
Pero no se equivoquen, no es arte conceptual frío y calculador. Hay una profunda humanidad en el trabajo de Mao Yan, al igual que hay una belleza profunda en las ecuaciones de la mecánica cuántica. Estos retratos son meditaciones sobre la naturaleza fundamental de la existencia humana, sobre cómo existimos simultáneamente en múltiples estados, sobre cómo nuestra identidad está siempre en flujo.
Por eso el trabajo de Mao Yan es tan importante ahora. En una época en la que estamos obsesionados con las certezas, en la que queremos definir y categorizar todo, nos recuerda que la incertidumbre no sólo es inevitable, sino que es esencial. Como Heisenberg mostró para el mundo físico, Mao Yan muestra para el mundo humano que la indeterminación es una propiedad fundamental de la realidad.
Sus retratos son ventanas hacia una verdad más profunda: que todos somos, de alguna manera, seres cuánticos, existiendo en múltiples estados simultáneamente, nuestras identidades tan escurridizas como partículas subatómicas. Y es precisamente esta escurridiza naturaleza la que nos hace humanos.
El genio de Mao Yan está en mostrarnos esta verdad no a través de fórmulas matemáticas o teorías abstractas, sino a través de la materialidad sensual de la pintura. Sus retratos son experiencias de pensamiento hechas visibles, meditaciones sobre la incertidumbre hechas tangibles. Nos invitan a aceptar la ambigüedad fundamental de la existencia, no como una limitación, sino como una fuente de belleza y misterio.
Así que la próxima vez que mires un retrato de Mao Yan, no trates de “entenderlo” o “definirlo”. Déjate llevar por su incertidumbre cuántica. Deja que tu percepción fluctúe entre los diferentes estados posibles, como una partícula que baila entre las probabilidades. Porque ahí reside la verdadera magia de su arte, no en lo que define, sino en lo que deja indefinido.
En un mundo obsesionado con la precisión y la certeza, Mao Yan nos ofrece algo más valioso: una ventana hacia lo indeterminado, una celebración de lo incierto. Sus retratos no son sólo obras de arte, son lecciones de física cuántica para el alma.
Y si piensas que exagero la comparación entre el arte y la física cuántica, mira de nuevo esos retratos. Mira cómo parecen cambiar según tu punto de vista, cómo se niegan a fijarse en una única interpretación, cómo existen en un estado de posibilidades perpetuas. ¿No es exactamente eso lo que Heisenberg nos enseñó sobre la naturaleza fundamental de la realidad?
Mao Yan no es sólo un pintor, es un físico de lo visible, un explorador de las fronteras difusas entre el ser y el no ser. Y sus retratos no son sólo imágenes, son experiencias visuales de pensamiento que nos invitan a cuestionar todo lo que creemos saber sobre la realidad, la identidad y la percepción.
En un mundo cada vez más polarizado, donde todo debe ser blanco o negro, Mao Yan nos recuerda la belleza y la verdad del gris, no como un compromiso o una indecisión, sino como un estado de posibilidades infinitas. Y, al fin y al cabo, ¿no es eso de lo que debería hablar el arte?
















