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Nicola De Maria: El arte del fresco reinventado

Publicado el: 6 Octubre 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 14 minutos

Nicola De Maria explora desde hace más de cuarenta años los territorios donde la pintura se une con la arquitectura espiritual. Sus instalaciones murales crean espacios de recogimiento laico donde los colores primarios activan nuestra memoria colectiva. Este artista italiano reinventa la tradición del fresco según una lógica contemporánea de arte total.

Escuchadme bien, panda de snobs. Aún existen en este mundo aséptico del arte contemporáneo territorios preservados donde la emoción pura resiste los cálculos mercantiles y las poses conceptuales. Nicola De Maria es un guardián testarudo de esos territorios. Desde hace más de cuarenta años, este hombre nacido en 1954 en Foglianise despliega en los muros de todo el mundo un universo cromático donde la poesía se une a la arquitectura, donde la pintura desborda su marco para invadir el espacio y reinventar nuestra relación con el lugar.

En este mercado del arte en el que las tendencias se suceden con la rapidez de un algoritmo, De Maria mantiene una constancia desconcertante. Su serie Regno dei Fiori [1], iniciada en los años 1980, sigue floreciendo hoy con una obstinación que roza lo sagrado. Estos “reinos de flores” no son meros jardines pintados, sino territorios psíquicos donde el artista despliega una mitología personal hecha de colores primarios, estrellas estilizadas y casas simbólicas.

El recorrido de De Maria comienza con una resistencia. Formado en medicina con una especialización en psiquiatría que nunca ejercerá, eligió la pintura en 1977 en el Turín conceptual de los años setenta, cuando todos proclamaban la muerte de la pintura. Primer acto de rebelión: crear su primer mural en Milán ese mismo año, para luego participar en la Bienal de París. Gesto profético de un hombre que se niega a las fronteras entre disciplinas y soportes.

Su reconocimiento llegó en 1979 con su integración al movimiento de la Transavanguardia teorizado por Achille Bonito Oliva. Junto a Sandro Chia, Francesco Clemente, Enzo Cucchi y Mimmo Paladino, De Maria representa sin embargo una vía singular: donde sus compañeros exploran la figuración irónica o neorrealista, él desarrolla una abstracción lírica que se nutre del inconsciente colectivo. Esta diferencia no es anecdótica. Revela a un artista que, desde el principio, rechaza las etiquetas para abrir su propio camino.

El inconsciente colectivo

La obra de Nicola De Maria revela una comprensión intuitiva de los mecanismos del inconsciente colectivo teorizados por Carl Gustav Jung [2]. Esta dimensión psicoanalítica de su trabajo supera el simple uso decorativo de símbolos universales para alcanzar una verdadera activación de los arquetipos de Jung. Este describía el inconsciente colectivo como “una base compartida por la humanidad, que contiene los arquetipos: modelos universales” que se manifiestan en relatos mitológicos y creaciones artísticas. En De Maria, esta teoría encuentra una aplicación pictórica de rara coherencia.

Sus estrellas no son meros motivos ornamentales, sino manifestaciones del arquetipo del cosmos interior, esa búsqueda de orientación en la inmensidad psíquica que Jung identificaba como fundamental en el ser humano. Las casas que salpican sus lienzos evocan el arquetipo del refugio, del temenos sagrado donde la individuación puede realizarse. En cuanto a las flores omnipresentes, encarnan el arquetipo del renacimiento perpetuo, del ciclo eterno que rige tanto la naturaleza como la psique.

Esta lectura de Jung se enriquece al observar la técnica mural del artista. Sus “Space Paintings” que invaden las paredes de las galerías reproducen el proceso de individuación descrito por Jung: el espectador, inmerso en estos entornos coloridos, vive una experiencia de transformación donde las fronteras entre el yo y el espacio se disuelven temporalmente. Esta disolución no es patológica sino terapéutica, permitiendo que el inconsciente personal dialogue con el inconsciente colectivo.

El uso que hace De Maria de los colores primarios también se inscribe en esta lógica arquetípica. El rojo evoca la energía vital, la libido en el sentido de Jung. El azul convoca al infinito espiritual, la trascendencia. El amarillo irradia la conciencia solar, la claridad del despertar. Estos colores, aplicados en capas gruesas según la técnica del antiguo fresco, no buscan la sofisticación cromática sino el impacto primordial en la psique.

Jung observaba que “los arquetipos aparecen a veces en sus formas más primitivas y más ingenuas (en los sueños), otras veces también en una forma mucho más compleja debido a una elaboración consciente (en los mitos)”. El arte de De Maria navega constantemente entre estos dos polos. Sus dibujos sobre papel conservan la espontaneidad del sueño, mientras que sus instalaciones murales alcanzan la complejidad del mito elaborado.

Esta dimensión psicoanalítica explica por qué las obras de De Maria producen un efecto tan particular en el espectador. No se dirigen solo al ojo sino a esa “memoria de la especie” que Jung situaba en el inconsciente colectivo. Frente a un Regno dei Fiori, no contemplamos una simple abstracción decorativa sino un mandala contemporáneo que activa nuestras estructuras psíquicas más profundas. El propio De Maria lo expresa con acierto cuando se describe como “el que escribe poemas con sus manos bañadas de colores” [3]. Esta fórmula revela la conciencia que tiene el artista de acudir a un lenguaje universal que trasciende la simple técnica pictórica.

La instalación Angeli proteggono il mio lavoro (1986), creada para su primera exposición estadounidense, ilustra perfectamente este enfoque. Al pintar directamente sobre las paredes y el techo del espacio de exposición, De Maria transforma la arquitectura en un vientre materno coloreado donde el espectador experimenta una regresión positiva hacia los arquetipos de protección y renacimiento. Esta obra no se limita a decorar el espacio: lo resacraliza activando nuestra memoria colectiva del lugar protegido.

La arquitectura como territorio espiritual

La segunda dimensión fundamental de la obra de De Maria radica en su relación revolucionaria con la arquitectura y la espacialidad. Este enfoque encuentra sus raíces en la tradición italiana del arte mural, pero la reinventa según una lógica contemporánea que hace eco a las investigaciones arquitectónicas del Renacimiento italiano. Como Brunelleschi revolucionaba en el siglo XV el arte de construir sometiendo la arquitectura “a una regla que determina las proporciones entre las diferentes partes del edificio”, De Maria desarrolla un sistema pictórico que replantea completamente la relación entre la obra y su entorno espacial.

La innovación de De Maria consiste en tratar la arquitectura no como un simple soporte sino como un socio de creación. Sus pinturas murales no se limitan a ocupar la superficie de las paredes: transforman su naturaleza misma. Cuando pinta los muros y techos de una galería, no decora el espacio sino que lo refundamente simbólicamente. Este enfoque recuerda la revolución de Brunelleschi que, según los historiadores del arte, “cultiva particularmente la rigurosidad y la sobriedad de los planos” para “crear un efecto óptico muy armonioso”.

La técnica del fresco que reivindica De Maria establece un vínculo directo con los maestros del Renacimiento italiano, pero según una lógica invertida. Donde los fresquistas del Renacimiento buscaban crear la ilusión de profundidad sobre una superficie plana, De Maria utiliza el color puro para abolir la percepción tradicional del espacio arquitectónico. Sus muros coloridos ya no huyen hacia un punto de fuga, sino que irradian hacia el espectador, creando un efecto de expansión espacial que transforma la arquitectura en un cosmos interior.

Esta revolución espacial encuentra su expresión más lograda en sus instalaciones públicas, especialmente Regno dei fiori: nido cosmico di tutte le anime (2004), creada para las Luci d’Artista de Turín. Al transformar las farolas de la plaza San Carlo en flores luminosas, De Maria realiza un gesto arquitectónico de rara audacia: reinventa la iluminación urbana como un sistema poético que metamorfosea la percepción del espacio público. Esta intervención no se limita a embellecer la plaza: revela su dimensión espiritual oculta.

El enfoque espacial de De Maria coincide con las investigaciones de los arquitectos contemporáneos italianos que, según los analistas, “casan tradición e innovación” desarrollando “un uso audaz de materiales contemporáneos”. Pero donde la arquitectura contemporánea utiliza vidrio y acero, De Maria emplea el color puro como material arquitectónico. Sus pigmentos naturales aplicados según la técnica tradicional del fresco crean superficies que transforman literalmente las propiedades lumínicas y acústicas del espacio.

Esta dimensión arquitectónica explica por qué De Maria prefiere a menudo exponer en lugares históricos más que en white cubes neutros. Necesita el diálogo con una arquitectura preexistente para revelar su propia visión espacial. Sus intervenciones en palacios, iglesias o espacios industriales reconvertidos crean tensiones fecundas entre lo antiguo y lo contemporáneo, lo sagrado y lo profano.

El color se convierte en él en un verdadero lenguaje arquitectónico. Cada tonalidad posee su función espacial específica: los rojos dilatan el espacio y crean una sensación de intimidad cálida, los azules lo elevan hacia el infinito espiritual, los amarillos lo iluminan con una luz interior. Este uso funcional del color recuerda las investigaciones de la arquitectura moderna sobre el efecto psicológico de los materiales, pero lo aplica según una lógica puramente pictórica.

La instalación se convierte en De Maria en un arte total que engloba pintura, arquitectura y poesía. Sus títulos, a menudo largos y poéticos, no describen la obra sino que constituyen una extensión verbal de ésta. “La testa allegra di un angelo bello” o “Universo senza bombe” funcionan como mantras que orientan la percepción espacial del espectador. Estas palabras pintadas o escritas en las paredes crean una dimensión literaria del espacio que recuerda las inscripciones sagradas de las arquitecturas religiosas.

Este enfoque global del espacio revela en De Maria una concepción del arte como transformación del mundo vivido. Sus obras no se limitan a ser contempladas: modifican física y psicológicamente la experiencia que tenemos del lugar. En este sentido, De Maria cumple el sueño de la arquitectura moderna de crear espacios que transforman a sus habitantes, pero por medios puramente artísticos.

La resistencia de lo sensible

En un mercado del arte obsesionado por la novedad y la transgresión, De Maria opone la constancia de una búsqueda que profundiza sin cesar las mismas preguntas fundamentales. Sus “Teste Orfiche” presentadas en la Bienal de Venecia de 1990 [4], lienzos monumentales de más de cinco metros de ancho, revelan una madurez artística que asume plenamente sus obsesiones. Estas obras no buscan ni la provocación ni el efecto de moda sino que ahondan incansablemente en la cuestión de la emoción pura en la pintura.

La crítica estadounidense a veces ha reprochado a De Maria su rechazo de la ironía posmoderna y de la deconstrucción crítica. Esta incomprensión revela más bien la singularidad de su posición: en un mundo artístico dominado por la desconfianza hacia la emoción, mantiene una fe inquebrantable en el poder transformador del arte. Sus obras de los años 2000 y 2010 confirman esta orientación con títulos explícitos como “Universo senza bombe” o “Salvezza possibile con l’arte”.

Esta posición no es nada ingenua. Procede de una lucidez particular sobre los retos contemporáneos del arte. De Maria comprende que la verdadera subversión consiste hoy en rehabilitar valores estéticos que el cinismo ambiente ha descalificado. Su uso de colores primarios y de formas simples no responde a un primitivismo regresivo sino a una estrategia sofisticada de resistencia cultural.

La evolución reciente de su trabajo confirma esta orientación. Sus obras sobre papel multiplican las anotaciones poéticas y las referencias a la música, creando partituras visuales donde cada color corresponde a una nota, cada forma a un ritmo. Esta sinestesia asumida coloca a De Maria en la línea de los grandes coloristas que, desde Kandinsky a Rothko, han buscado hacer de la pintura un arte total.

Sus instalaciones recientes desarrollan también una dimensión ecológica que enriquece su discurso sin traicionarlo. Regno dei fiori musicali. Universo senza bombe (2023) integra elementos sonoros que transforman el espacio de exposición en un entorno sensorial completo. Esta evolución hacia el arte total respeta la lógica profunda de un artista que siempre ha rechazado las fronteras entre las disciplinas.

La longevidad de la carrera de De Maria, sus exposiciones en las mayores instituciones internacionales, su presencia regular en las colecciones públicas testimonian un reconocimiento que supera los fenómenos de moda. Su arte atraviesa generaciones porque se dirige a necesidades antropológicas constantes: la necesidad de belleza, de espiritualidad, de conexión con las fuerzas vitales.

Esta permanencia en un mundo del arte volátil revela la pertinencia profética de De Maria. Hace cuarenta años, su elección de la pintura en la Turín conceptual parecía anacrónica. Hoy, mientras las nuevas generaciones redescubren la necesidad de espiritualidad y conexión con la naturaleza, su obra aparece como visionaria. Sus “reinos de flores” ofrecen refugios psíquicos en un mundo cada vez más deshumanizado.

El arte como oración laica

La obra de Nicola De Maria realiza la hazaña de rehabilitar la dimensión espiritual del arte sin caer en el misticismo de pacotilla. Sus instalaciones crean espacios de recogimiento laico donde la contemplación estética se une a la experiencia meditativa. Esta dimensión espiritual no procede de ningún dogma religioso sino de una confianza fundamental en el poder reparador de la belleza.

Cuando De Maria pinta “Regno dei Fiori”, no representa flores sino que crea las condiciones para una floración psíquica en el espectador. Sus colores puros actúan como mantras visuales que calman la agitación mental y reconectan con los ritmos naturales. Esta función terapéutica del arte se une a las investigaciones contemporáneas sobre arteterapia, pero la logra por medios puramente estéticos.

La repetición obsesiva de los mismos motivos, estrellas, casas y flores, crea un efecto hipnótico que facilita el acceso a estados modificados de conciencia. Esta repetición no es monotonía sino un rumiar creativo que profundiza progresivamente la comprensión. Cada nuevo “Regno dei Fiori” revela aspectos inéditos de este universo poético que parece inagotable.

La inscripción de palabras y frases poéticas en sus lienzos añade una dimensión literaria que enriquece la experiencia estética. Estos textos no describen la imagen sino que crean un contrapunto verbal que guía la meditación. Cuando De Maria escribe “La montagna mi ha nascosto la luna, cosa devo fare?” (La montaña me ha escondido la luna, ¿qué debo hacer?), no plantea una pregunta anecdótica sino formula la inquietud existencial fundamental del hombre frente a la inmensidad cósmica.

Esta dimensión espiritual explica la atracción que ejerce la obra de De Maria sobre públicos muy diversos. Sus instalaciones atraen tanto a aficionados al arte contemporáneo como a buscadores espirituales, a niños como a personas mayores. Esta transversalidad revela la acierto de su intuición: el verdadero arte se dirige a lo universal en cada ser humano.

El arte de De Maria propone una alternativa concreta al nihilismo contemporáneo. Frente a un mundo desencantado, mantiene viva la posibilidad de una experiencia de lo sagrado mediante la belleza. Sus “universos sin bombas” no son utopías ingenuas sino laboratorios de experimentación de modos de ser apaciguados. En sus instalaciones, durante algunos instantes, la violencia del mundo queda suspendida y reemplazada por una armonía frágil pero real.

Esta obra nos recuerda que el arte posee todavía, a pesar de su mercantilización, un poder de transformación espiritual que resiste todas las recuperaciones. Manteniendo viva esta dimensión sagrada del arte, Nicola De Maria realiza un acto de resistencia cultural de considerable alcance. Nos demuestra que aún es posible, en el siglo XXI, crear obras que eleven el alma sin renegar de la inteligencia.

El eterno presente de la creación

Se impone una evidencia: estamos ante un artista mayor cuya obra ganará aún más reconocimiento en las próximas décadas. Su capacidad para mantener viva una tradición pictórica milenaria mientras la adapta a los retos contemporáneos revela un dominio artístico raro. Su rechazo a las facilidades conceptuales y a las provocaciones gratuitas testimonian una exigencia ética que honra el arte contemporáneo.

La obra de Nicola De Maria nos enseña que la verdadera vanguardia consiste a veces en preservar lo que la modernidad amenaza con destruir. Manteniendo vivo el vínculo entre arte y espiritualidad, entre pintura y arquitectura, entre lo individual y lo colectivo, realiza un trabajo de salvaguarda cultural esencial. Sus “reinos de flores” constituyen refugios donde se preservan valores estéticos y espirituales que nuestra época ha abandonado demasiado rápido.

Esta obra nos invita también a repensar nuestros criterios de evaluación del arte contemporáneo. La novedad formal, la transgresión crítica, la deconstrucción irónica no constituyen los únicos criterios de calidad artística. El profundo y paciente trabajo de investigación, la fidelidad a una visión poética, la capacidad de emocionar y elevar poseen una legitimidad igual y quizás superior.

Nicola De Maria nos demuestra que sigue siendo posible, incluso en el contexto desencantado de la posmodernidad, crear un arte que reconcilie al hombre con sus aspiraciones más elevadas. Sus instalaciones nos ofrecen momentos de gracia que compensan la brutalidad de la cotidianidad y alimentan ese “hambre de belleza” que sienten secretamente la mayoría de nuestros contemporáneos.

Frente a sus obras, comprendemos que el verdadero arte no se limita a representar el mundo: lo transforma revelando sus potencialidades ocultas. Los “universos sin bombas” de De Maria no son escapatorias sino prefiguraciones de un mundo posible donde la belleza prevalecería sobre la violencia. En este sentido, este arte cumple su función profética más alta: mantiene la esperanza de un futuro mejor y nos da los medios espirituales para construirlo.

La obra de Nicola De Maria nos recuerda que el arte sigue siendo, a pesar de todas las vicisitudes históricas, una vía privilegiada de acceso a lo sagrado. En un mundo que ha perdido sus referencias espirituales tradicionales, sus instalaciones ofrecen espacios de recogimiento donde cada uno puede reconectar con esa dimensión trascendente que constituye la esencia de la humanidad. Esta función antropológica del arte, que las vanguardias del siglo XX habían creído definitivamente abolida, encuentra en De Maria una actualidad inquietante que nos interroga sobre nuestras propias necesidades espirituales.

Así, mucho más allá de las disputas estéticas de su época, Nicola De Maria habrá logrado esta hazaña de reconciliar el arte contemporáneo con su vocación eterna: revelar la belleza oculta del mundo y ofrecer a los hombres razones para esperar. Esta obra, que ya atraviesa cinco décadas, nos acompañará aún mucho tiempo en nuestra búsqueda común de un arte que sea a la vez contemporáneo e intemporal, sofisticado y accesible, local y universal.


  1. Galería Lelong & Co., “Nicola De Maria – Regno dei Fiori”, catálogo de exposición, París, 1988
  2. Carl Gustav Jung, El Hombre y sus símbolos, Robert Laffont, París, 1964
  3. ABC-Arte, entrevista con Nicola De Maria, Turín, 2018
  4. Laura Cherubini, Flaminio Gualdoni, Lea Vergine (eds.), Bienal de Venecia – Pabellón Italia, catálogo oficial, Venecia, 1990
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Referencia(s)

Nicola DE MARIA (1954)
Nombre: Nicola
Apellido: DE MARIA
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Italia

Edad: 71 años (2025)

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