Escuchadme bien, panda de snobs, aquí hay un pintor que aún sabe lo que significa sostener un pincel sin temblar ante las modas intelectuales del momento. Sandro Chia, nacido en Florencia en 1946, sigue siendo una de las figuras más singulares de esta Transvanguardia que, en los años 1980, se atrevió a poner la pintura figurativa en el centro del debate artístico contemporáneo. Lejos de las poses conceptuales que dominaban entonces la escena italiana, Chia eligió reivindicar la carne de la pintura, la sensualidad del color y la audacia narrativa de un arte que se niega a plegarse a los dictados de la moda. Su trayectoria, de Florencia a Roma y luego a Nueva York, dibuja el recorrido de un artista que nunca ha dejado de cuestionar los límites entre tradición y modernidad, entre mito y realidad contemporánea.
En Chia, cada lienzo se convierte en un laboratorio donde se transforman las referencias del arte occidental. Sus protagonistas musculosos y heroicos, bañados en luces crepusculares o atravesados por colores fauvistas, parecen salir de un sueño colectivo donde la Antigüedad convive con el presente. En “El héroe del laberinto”, el artista no se limita a convocar la figura del Minotauro; la reinventa en un lenguaje pictórico que toma tanto de Picasso como de los maestros del Renacimiento. Esta capacidad para metabolizar las imágenes, como él mismo dice, constituye la esencia misma de su genio creador. Chia no copia, digiere, transforma y restituye una visión personal del gran teatro del arte occidental.
El universo de Sandro Chia encuentra sus raíces más profundas en la tradición literaria italiana, y más particularmente en esa fascinación por la metamorfosis que atraviesa toda la cultura peninsular desde Ovidio. El artista toscano mantiene con la literatura de su país una relación compleja y fecunda, que supera la simple ilustración para alcanzar una verdadera comunión estética. Sus Pinocchio, figuras recurrentes de su repertorio iconográfico, no son simples guiños a la obra maestra de Collodi, sino interrogantes profundos sobre la naturaleza misma del arte y de la creación.
El Pinocchio de Chia encarna esa “metamorfosis enigmática” de la que hablan los especialistas en literatura italiana [1]. Como el muñeco de madera del cuento toscano, los personajes de Chia oscilan entre varios estados del ser, entre el estatus de objeto artístico y el de criatura viva. Esta dimensión metamórfica, que convierte el cuento de Collodi en “un monumento de la literatura italiana” al mismo nivel que la Divina Comedia [1], encuentra en Chia una resonancia particular. Sus figuras masculinas con cuerpos escultóricos y rostros juveniles parecen perpetuamente en devenir, atrapadas en un proceso de transformación que nunca alcanza su término definitivo.
El artista florentino comparte con Carlo Collodi esta visión del arte como espacio de metamorfosis permanente. Así como Pinocho debe aprender a convertirse en humano a través de una serie de pruebas iniciáticas, los protagonistas de Chia atraviesan paisajes simbólicos que evocan tanto las campiñas toscanas como los territorios del inconsciente. Esta dimensión de itinerario iniciático, fundamental en la literatura italiana desde Dante, se encuentra en las series recientes del artista, especialmente en sus “Wayfarers” que recorren espacios indeterminados acompañados de animales totémicos.
La relación de Chia con la literatura italiana no se limita a estas referencias explícitas. Se expresa en su misma concepción de la pintura como narración visual. Sus lienzos cuentan historias, no de manera ilustrativa, sino a través de un lenguaje pictórico que privilegia la sugerencia y la evocación. Este enfoque narrativo recuerda las grandes frescos del Renacimiento italiano, pero también la tradición de la novela río que, de Manzoni a Calvino, ha marcado la literatura peninsular. En Chia, cada obra puede leerse como un capítulo de un vasto relato colectivo donde se mezclan mitología clásica, historia del arte y experiencia contemporánea.
La dimensión literaria de la obra de Chia trasluce igualmente en su tratamiento de la alegoría. Como los grandes escritores italianos, él sabe dar a sus figuras un alcance simbólico que supera su apariencia inmediata. Sus héroes anónimos se convierten en arquetipos universales, figuras de la humanidad en busca de sentido. Esta universalidad, que hace la grandeza de las obras maestras literarias italianas, confiere a las pinturas de Chia una profundidad que las distingue de las producciones neoexpresionistas contemporáneas.
El arte de Sandro Chia revela también una dimensión psicoanalítica interesante que merece ser examinada con atención. Sus lienzos funcionan como espacios de proyección donde el inconsciente colectivo encuentra una expresión plástica impactante. Los cuerpos masculinos que pueblan sus composiciones, de una musculatura exacerbada y a menudo representados en movimiento suspendido, evocan esas figuras del sueño analizadas por el psicoanálisis freudiano. En Chia, el cuerpo se convierte en el lugar privilegiado donde se expresan las pulsiones y los deseos reprimidos de nuestra civilización occidental.
Este enfoque psicoanalítico de la creación artística encuentra su fuente en la comprensión que Chia ha desarrollado de los mecanismos del inconsciente. Sus personajes parecen salir directamente de esos sueños despiertos que Freud describía en “La interpretación de los sueños”. Evolucionan en paisajes oníricos donde la lógica habitual del espacio y del tiempo se encuentra suspendida. Los colores ácidos y las deformaciones anatómicas no corresponden a un simple expresionismo estilístico, sino a una voluntad de dar forma a los contenidos latentes de la psique.
El artista italiano manifiesta una intuición notable de los mecanismos de sublimación descritos por la teoría psicoanalítica. Sus héroes mitológicos y sus figuras alegóricas constituyen tantas formaciones de compromiso entre las exigencias del ello y las restricciones del superyó cultural. Esta tensión permanente entre pulsión y civilización, entre deseo y prohibición, encuentra en la pintura de Chia una resolución temporal que permite que la energía libidinal se exprese bajo una forma socialmente aceptable.
Los animales que acompañan a menudo a los protagonistas de Chia no son simples accesorios decorativos, sino figuraciones de lo que Jung llamaba la sombra, esa parte arcaica e instintiva de la personalidad humana. Perros, caballos y aves multicolores: tantos tótems que remiten a las capas más primitivas de nuestro psíquico. Esta animalidad asumida permite al artista explorar los territorios prohibidos de la civilización occidental, esas zonas de sombra que el psicoanálisis ha contribuido a iluminar.
La repetición obsesiva de ciertas figuras en la obra de Chia evoca los mecanismos de la compulsión de repetición identificados por Freud. Sus “Wayfarers” que atraviesan incansablemente los mismos paisajes fantaseados parecen atrapados en una temporalidad cíclica que recuerda a la del inconsciente, donde pasado y presente se entrelazan en un eterno retorno. Esta dimensión temporal particular confiere a las obras de Chia una cualidad hipnótica que actúa directamente sobre el inconsciente del espectador.
El uso recurrente del motivo del espejo y del reflejo en las obras del artista, especialmente en “Looking At” (2017), revela una fascinación por los procesos de construcción identitaria analizados por Lacan en su teoría de la etapa del espejo. La dualidad de la figura masculina que contempla su propio reflejo evoca esta fase crucial del desarrollo psíquico donde el sujeto toma conciencia de su unidad corporal. En Chia, esta reflexividad se convierte en un motivo pictórico recurrente que cuestiona las modalidades de la representación artística misma.
La paleta cromática de Chia, compuesta de colores saturados y contrastados, revela también una dimensión psicoanalítica significativa. Estos tonos ácidos y estas armonías disonantes evocan los mecanismos de defensa que el artista opone a la angustia existencial. El color se convierte en él en un medio para exorcizar los demonios interiores, para dar una forma tangible a los fantasmas y obsesiones que habitan la imaginación contemporánea.
Este enfoque psicoanalítico de la creación permite a Chia superar los límites del simple formalismo para alcanzar una verdad humana más profunda. Sus obras funcionan como reveladores de nuestra condición moderna, marcada por la fragmentación identitaria y la pérdida de los referentes tradicionales. En este sentido, el arte de Chia forma parte de esa empresa de “curación a través del arte” que propugnaban ciertos corrientes del psicoanálisis aplicado.
La evolución reciente del trabajo de Chia confirma esta dimensión terapéutica de su arte. Sus “Wayfarers” de los años 2010-2020 manifiestan una nueva serenidad, como si el artista hubiera encontrado un equilibrio entre las fuerzas contradictorias que atraviesan su imaginación. Esta pacificación progresiva del universo de Chia da testimonio de un proceso de maduración psicológica que encuentra en la creación pictórica su modo de expresión privilegiado.
La técnica pictórica de Chia misma revela aspectos psicoanalíticamente significativos. Su manera de aplicar el color por capas sucesivas, dejando traslucir los estados anteriores del lienzo, evoca los procesos de sedimentación memorial descritos por el psicoanálisis. Cada obra se convierte así en una arqueología de la creación artística, donde las distintas capas temporales coexisten en un testimonio visual complejo.
Sandro Chia ocupa hoy una posición singular en el panorama artístico contemporáneo. En una época en la que muchos artistas se contentan con surfear las olas mediáticas, él continúa abriendo su propio camino con una constancia admirable. Lejos de ceder a los cantos de sirena del mercado o a modas efímeras, Chia persiste en su búsqueda de un arte total que conjuga emoción, intelecto y espiritualidad. El artista italiano encarna esa figura rara del pintor completo, capaz de dominar tanto los grandes formatos como las obras sobre papel, la escultura como la cerámica. Esta polivalencia técnica le permite explorar todas las dimensiones de su imaginario creador sin dejarse encerrar en una categoría restrictiva. Sus series recientes son testimonio de una madurez artística que no excluye ni la experimentación ni la sorpresa.
La dimensión internacional de la carrera de Chia, que lo ha llevado de Florencia a Nueva York pasando por Roma, le confiere una legitimidad particular para encarnar este arte “glocal” (neologismo formado por la contracción de las palabras “global” y “local”) que combina una dimensión mundial con un arraigo territorial que caracteriza nuestra época. Sus referencias al arte italiano se nutren de influencias americanas y europeas para crear un lenguaje pictórico verdaderamente cosmopolita. Esta síntesis cultural lo convierte en uno de los representantes más convincentes de esa generación de artistas que han sabido superar las divisiones nacionales sin renegar de sus raíces.
El regreso de Chia a su dominio vitícola de Montalcino no constituye una retirada del mundo artístico, sino una nueva manera de concebir la creación. Esta reconciliación con la tierra toscana, este redescubrimiento de los ritmos naturales, se refleja en la nueva serenidad de sus obras recientes. El artista parece haber encontrado ese equilibrio entre contemplación y acción, entre tradición e innovación, que caracteriza a los grandes maestros de la pintura.
La influencia de Chia sobre las jóvenes generaciones de artistas sigue siendo considerable, aunque ejerza de manera subterránea. Su lección esencial reside en esta capacidad para asumir plenamente la herencia del pasado al tiempo que habla el lenguaje del presente. En una época marcada por la aceleración tecnológica y la virtualización de los intercambios, Chia recuerda que el arte auténtico nace del encuentro carnal entre el artista, sus materiales y su imaginario.
Su reciente declaración según la cual “hay que recurrir al arte para satisfacer una necesidad vital urgente” [2] resume perfectamente su concepción de la creación artística. Para él, pintar no es una profesión sino una necesidad existencial, un medio para dar sentido al caos del mundo contemporáneo. Esta urgencia creadora confiere a sus obras una intensidad particular que las distingue de las producciones puramente decorativas o comerciales.
El arte de Sandro Chia nos recuerda que la pintura sigue siendo un lenguaje insustituible para expresar las verdades más profundas de la condición humana. En una época en que la imagen prolifera en todas sus formas, él mantiene viva esta tradición pictórica que hace de cada lienzo un espejo del alma y un fragmento de eternidad. Su obra da testimonio de esta vitalidad del arte italiano que, de generación en generación, continúa enriqueciendo el patrimonio artístico universal.
- Valentina Frulio, “Pinocchio, una metamorfosis enigmática”, conferencia en la Dante Alighieri de París, 2023.
- Cita de Sandro Chia, catálogo de la exposición “Le trait et la matière”, Galleria d’Arte Maggiore, París, del 6 de enero al 28 de febrero de 2025.
















