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Wang Guangyi: El saboteador de iconos

Publicado el: 3 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 7 minutos

Wang Guangyi transforma las imágenes de propaganda de la Revolución Cultural en una crítica mordaz del consumismo occidental. Sus obras revelan cómo dos sistemas aparentemente opuestos, el comunismo chino y el capitalismo, utilizan los mismos mecanismos de control social.

Escuchadme bien, panda de snobs! Hay algo maravillosamente subversivo en Wang Guangyi, nacido en 1957 en Harbin. Este artista chino, que vivió la Revolución Cultural en carne propia antes de convertirse en uno de los nombres más grandes del arte contemporáneo chino, juega con nuestras certezas como un gato con una bola de lana. Pero cuidado, no es un juego inocente, es una disección quirúrgica de nuestras ilusiones colectivas.

Tomemos su serie “Great Criticism”, su obra más famosa. Aquí hay un artista que tiene la audacia de tomar las imágenes de propaganda de la Revolución Cultural, esos carteles que lavaron el cerebro de millones de chinos, y hacerlas copular con los logos de las marcas de lujo occidentales. ¿El resultado? Una orgía visual donde Rolex, Cartier y Coca-Cola bailan un vals perverso con los obreros, campesinos y soldados de la era maoísta. Es brillante, provocativo, y duele a los ojos de aquellos que piensan que el arte debe ser tan pulido como su cuenta bancaria.

Wang no está aquí para agradarnos. Está aquí para mostrarnos cómo dos sistemas aparentemente antagónicos, el comunismo chino y el capitalismo occidental, en realidad son dos caras de la misma moneda. Dos sistemas de control, dos máquinas para fabricar deseo y obediencia. Es Walter Benjamin encontrándose con Andy Warhol en un karaoke de Pekín, y el resultado es tan fascinante como incómodo.

Miren cómo trata a los héroes de la propaganda comunista en sus cuadros. Estas figuras monumentales, antes símbolos de la revolución proletaria, se convierten en maniquíes involuntarios de un desfile de moda distópico. Los puños levantados que antes blandían el Pequeño Libro Rojo ahora apuntan a logotipos de marcas de lujo. Es una transformación que habría hecho gritar a Mao y sonreír a Guy Debord. Wang entiende que la sociedad del espectáculo no tiene fronteras ideológicas.

Pero no se equivoquen: Wang no es un simple provocador que recicla imágenes por el placer de escandalizar. Su trabajo está arraigado en una profunda reflexión sobre la naturaleza del poder y la manipulación de las masas. Cuando superpone el logo de BMW a un cartel de propaganda, no solo crea un contraste visual impactante. Nos muestra cómo los mecanismos de seducción y control social se han adaptado a la era del capitalismo global.

Wang mantiene una ambigüedad productiva. Sus obras no son ni una celebración del capitalismo triunfante, ni una nostalgia de la era maoísta. Ocupan ese espacio incómodo entre ambos, como un kōan zen visual que se niega a darnos una respuesta sencilla. Es precisamente eso lo que hace que su trabajo sea tan relevante en nuestra época, donde las certezas ideológicas se desmoronan como castillos de naipes.

Tomemos un momento para hablar de su serie “Materialist”, donde transforma las figuras de propaganda en esculturas monumentales. Estas obras son una hazaña conceptual que habría hecho jubilar a Theodor Adorno. Wang toma los íconos bidimensionales del realismo socialista y les da una presencia física imponente, creando así una tensión palpable entre la ideología y la materialidad. Estas esculturas no representan tanto a individuos como la encarnación física de una fe en la ideología, una fe que, según Wang, es la fuente principal de la fuerza del pueblo.

Lo fascinante es la manera en que Wang manipula los códigos visuales con una precisión de relojero suizo. Los números que aparecen en sus lienzos no son elementos decorativos arbitrarios, hacen referencia a las licencias requeridas durante la Revolución Cultural para producir y distribuir imágenes. Cada detalle en su obra está cargado de significado, como una bomba de tiempo conceptual esperando explotar en la conciencia del espectador.

El rojo que domina sus lienzos no es el rojo alegre de los anuncios de Coca-Cola, sino el rojo sangre de la revolución, el rojo del Pequeño Libro de Mao, el rojo que ha coloreado la historia de la China moderna. Cuando Wang usa este rojo como fondo para sus composiciones, crea una estratificación visual donde las diferentes capas de la historia china se superponen y se contaminan mutuamente.

Los críticos que acusan a Wang de haber vendido su alma al mercado del arte pasan completamente por alto el tema. Su éxito comercial no es una traición a sus principios artísticos, es la prueba viviente de la pertinencia de su crítica. El hecho de que sus obras se vendan por millones en las salas de subastas es solo el último acto de una performance conceptual que empezó hace décadas.

La ironía máxima es que los coleccionistas que se arrancan sus lienzos por sumas astronómicas se convierten involuntariamente en los actores de una crítica del sistema que ellos mismos representan. Es como si Marx vendiera acciones de su propia imagen, una contradicción que sin duda divertiría mucho a Wang.

Pero lo que hace al artista realmente único es su capacidad para trascender el simple comentario social y alcanzar algo más profundo, más universal. Sus obras no solo hablan de China o del capitalismo, hablan de la condición humana en la era de la reproducción mecánica de la ideología. Walter Benjamin habría reconocido en el trabajo de Wang esa “pérdida del aura” que teorizaba, pero llevada a su paroxismo en un mundo donde los íconos políticos y comerciales se han vuelto intercambiables.

La manera en que Wang trata las figuras humanas en sus obras merece una atención especial. Sus personajes no son individuos, sino arquetipos: el obrero, el campesino, el soldado. Son representados con la misma rigidez gráfica que los logotipos comerciales que él les opone. Esta deshumanización no es accidental, es una crítica mordaz a la forma en que los sistemas ideológicos, sean políticos o comerciales, reducen a los seres humanos a símbolos, a unidades intercambiables en su gran máquina de propaganda.

El genio de Wang reside en su capacidad para usar las armas visuales de sus adversarios en su contra. Toma las técnicas de la propaganda: la repetición, la monumentalidad, la simplificación, y las invierte como un guante para exponer su vacuidad. Es un acto de judo conceptual que transforma la fuerza de estos sistemas en su propia debilidad.

El artista entendió algo esencial: en nuestro mundo contemporáneo, la propaganda no ha desaparecido, simplemente se ha transformado. Los eslóganes revolucionarios han sido sustituidos por eslóganes publicitarios, los héroes del proletariado por influenciadores de Instagram, pero los mecanismos de control social siguen siendo fundamentalmente los mismos. Es esta inquietante continuidad lo que Wang expone en su obra, con una precisión que hiela la sangre.

Su decisión de detener la serie “Great Criticism” en 2007, cuando sintió que su éxito internacional podría comprometer el mensaje original de las obras, revela una integridad artística poco común. En un mundo donde demasiados artistas están dispuestos a reproducir indefinidamente su fórmula exitosa, Wang eligió preservar el significado de su trabajo en lugar de explotar su popularidad.

Hoy, mientras asistimos a una nueva guerra fría cultural y económica entre China y Occidente, la obra de Wang resuena con una actualidad impactante. Sus cuadros no son reliquias de una época pasada, sino profecías visuales que anticipaban las tensiones de nuestro presente. Él había comprendido, mucho antes que muchos otros, que la verdadera batalla no se jugaría entre el comunismo y el capitalismo, sino entre diferentes versiones del mismo sistema de control y manipulación de las masas.

Wang Guangyi no es tanto un artista político como un filósofo que utiliza el arte como medio. Su obra es una meditación visual sobre el poder, la ideología y la manipulación de las masas que hace eco a las reflexiones de pensadores como Michel Foucault o Jean Baudrillard. Pero, a diferencia de estos teóricos, Wang no se limita a analizar estos mecanismos, sino que los escenifica en un teatro visual donde el espectador es a la vez testigo y participante.

La próxima vez que veáis un anuncio de un producto de lujo o una campaña de propaganda política, pensad en Wang Guangyi. Él nos ha dado las herramientas conceptuales para entender cómo funcionan estas imágenes, cómo nos manipulan, y quizá, cómo resistirlas. Es un legado que vale mucho más que todos los millones que sus obras pueden generar en subastas.

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Referencia(s)

WANG Guangyi (1957)
Nombre: Guangyi
Apellido: WANG
Otro(s) nombre(s):

  • 王广义 (Chino simplificado)

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • China

Edad: 68 años (2025)

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