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Xenia Hausner: La puesta en escena de la verdad

Publicado el: 20 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 7 minutos

Xenia Hausner transforma el lienzo en teatro del alma humana con una paleta explosiva de colores. Sus retratos monumentales de mujeres trascienden la simple representación para crear una realidad aumentada donde cada pincelada revela una nueva capa de emoción.

Escuchadme bien, panda de snobs, es hora de hablar de una artista que sacude nuestras certidumbres con la sutileza de un golpe de puño en un cuadro de Monet. Xenia Hausner, nacida en 1951 en Viena, es mucho más que una simple pintora austriaca, es una fuerza de la naturaleza que transforma el lienzo en teatro del alma humana.

En su universo pictórico, dos temáticas principales se entrelazan como los hilos de un tapiz complejo: primero, la puesta en escena teatral de la condición femenina, y después, la exploración de la ambigüedad entre realidad y ficción. Estos dos ejes nos sumergen en un diálogo fascinante con la filosofía existencialista de Simone de Beauvoir y el concepto de “verdad subjetiva” de Søren Kierkegaard.

Comencemos con su representación de las mujeres. Hausner no pinta simplemente retratos, ella orquesta cuadros vivos donde las mujeres ocupan el espacio con una presencia que haría palidecer a Sarah Bernhardt. Estas mujeres no son simples modelos, son actrices en el gran teatro de la vida. Con colores que harían gritar de envidia a un pavo real en plena exhibición nupcial, piensen en el cian eléctrico que se combina con el rojo carmín en “Kopfschuss” (2000), Hausner crea personajes femeninos que destilan autenticidad aunque evidentemente están escenificados.

Esta dualidad nos remite directamente a Simone de Beauvoir y a su concepto fundamental: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Las protagonistas de Hausner parecen ilustrar perfectamente esta idea. En sus óleos monumentales, que a menudo superan los dos metros, las mujeres no son representadas como objetos pasivos de contemplación, sino como sujetos activos que construyen su propia historia. Tomen “Exiles” (2017), donde las figuras femeninas, atrapadas en un compartimento de tren reconstruido en su taller, no son simples refugiadas: son las arquitectas de su propia historia, incluso en la limitación del exilio.

La manera en que Hausner trata la puesta en escena fotográfica previa a sus pinturas recuerda el concepto de “verdad subjetiva” de Kierkegaard. El filósofo danés sostenía que la verdad más profunda es aquella que se vive subjetivamente, más que la que puede probarse objetivamente. Hausner lleva este concepto a sus límites más extremos. Ella construye literalmente decorados de cartón en su taller, fotografía a sus modelos, y luego transforma estas “verdades objetivas” fotográficas en explosiones subjetivas de color y emoción sobre el lienzo.

Precisamente ahí reside el genio de Hausner: en su capacidad para crear lo que llamo una “verdad aumentada”. No se limita a reproducir la realidad, la deconstruye y luego la reconstruye con una paleta cromática que haría pasar un arcoíris por un estudio en blanco y negro. Los rostros que pinta son como mapas topográficos del alma humana, cada pincelada revela una nueva capa de emoción.

En “Night of the Scorpions” (1994), una de sus primeras obras que presenta arreglos complejos, Hausner se coloca a sí misma entre tres astrólogas, todas nacidas bajo el signo de Escorpio. Esta auto-inclusión no es un simple ejercicio de vanidad, es una declaración filosófica potente sobre la naturaleza de la realidad y la representación. Nos obliga a preguntarnos: ¿dónde termina la puesta en escena y dónde comienza la autenticidad? La respuesta, por supuesto, es que no hay una frontera clara, exactamente como sostenía Kierkegaard en su crítica a la objetividad pura.

La técnica de Hausner es tan brutalmente honesta como un niño de cinco años diciéndote que tu nuevo corte de cabello te hace parecer mayor. Sus pinceladas son audaces, casi violentas en ocasiones, creando superficies que parecen vibrar con energía contenida. Aplica la pintura en capas gruesas, creando una textura que dota a sus obras de una presencia física imposible de ignorar. Es como si esculpiera con color, dando a sus figuras una dimensionalidad que trasciende los límites del lienzo plano.

Su trayectoria es tan interesante como su arte. Antes de convertirse en pintora a tiempo completo en 1992, fue escenógrafa, creando decorados para teatro y ópera en toda Europa. Esta formación teatral se refleja en cada una de sus obras. Sus composiciones no son simples arreglos estáticos; son escenas cuidadosamente coreografiadas donde cada elemento juega un papel importante en la narración visual.

Tomemos “Hotel Shanghai” (2010), donde las telas y las alfombras colgadas entre dos ventanas crean una escenografía compleja que nos recuerda que somos a la vez espectadores y participantes en este teatro pictórico. El título hace referencia a la novela de Vicki Baum, añadiendo una capa adicional de significado literario a una obra ya rica en asociaciones visuales.

Lo que es especialmente notable en el enfoque de Hausner es que mantiene una tensión constante entre lo artificial y lo auténtico. Sus cuadros están manifestamente escenificados, ella no hace ningún esfuerzo por ocultarlo, y sin embargo, transmiten una verdad emocional que golpea como un puñetazo en el plexo solar. Esto es exactamente lo que Kierkegaard quiso decir cuando hablaba de la verdad subjetiva: no es la exactitud factual lo que importa, sino la resonancia emocional y personal de la experiencia.

La serie “Exiles”, creada en respuesta a la crisis de refugiados, ilustra perfectamente este enfoque. En lugar de documentar directamente la situación de los refugiados, Hausner crea una ficción que, paradójicamente, nos acerca más a la verdad emocional de la experiencia. Las personas en el tren no se parecen a los refugiados que vemos en los reportajes de noticias, se nos parecen a ti y a mí. Es precisamente esto lo que hace que la obra sea tan poderosa: nos obliga a ver nuestra propia vulnerabilidad, nuestro propio potencial de exilio.

Este enfoque hace eco del pensamiento de Simone de Beauvoir sobre la importancia de la experiencia vivida en la construcción de la identidad. Las mujeres en los cuadros de Hausner no están definidas por su apariencia o su conformidad con las expectativas sociales, sino por su presencia intensa y su compromiso activo con su entorno. Encarnan lo que Beauvoir llamaba la “trascendencia”, la capacidad de superar las limitaciones impuestas por la sociedad.

En sus obras más recientes, como las presentadas en la exposición “Unintended Beauty” (2022), Hausner continúa explorando las fronteras entre la belleza y el horror. Ella se apropia de la famosa cita de Rilke, “Porque lo hermoso no es sino el comienzo de lo terrible”, y la invierte como un guante: en el arte, sugiere, es el terror el comienzo de la belleza. Esta audaz inversión nos recuerda que el arte más poderoso a menudo nace del enfrentamiento con aquello que nos molesta o nos asusta.

La paleta cromática de Hausner merece una mención especial. Sus colores no son simplemente vivos, son francamente alucinógenos. Un rosa que habría hecho sonrojar a Matisse choca con un azul eléctrico que haría parecer a Klein un minimalista. Estas elecciones cromáticas no son gratuitas; sirven para crear lo que llamo una “hiper-realidad emocional”, donde los sentimientos se amplifican hasta volverse casi tangibles.

Su uso de la fotografía como etapa preparatoria para la pintura es particularmente interesante. A diferencia de muchos artistas que usan la fotografía como una muleta, Hausner la utiliza como un trampolín hacia algo más grande. Ella comienza con una realidad documentada fotográficamente, luego la transforma en algo que trasciende completamente su fuente. Es como si tomara la “verdad” objetiva de la fotografía y la hiciera pasar por el prisma de su subjetividad artística para crear algo nuevo y más verdadero que la realidad misma.

Lo fascinante del trabajo de Hausner es que ella no busca resolver las contradicciones inherentes a su enfoque, las celebra. Sus cuadros son a la vez teatrales y auténticos, construidos y espontáneos, personales y universales. Esta capacidad de mantener opuestos en tensión productiva es lo que da a su trabajo su poder duradero.

La obra de Xenia Hausner nos recuerda que el arte más poderoso no es aquel que simplemente refleja la realidad, sino el que crea su propia realidad, una realidad que, paradójicamente, nos permite comprender mejor nuestro propio mundo. A través de sus elaboradas puestas en escena y explosiones de color, ella nos ofrece no un espejo, sino una ventana a verdades más profundas que las que podríamos encontrar en una simple representación fiel de la realidad.

En un mundo donde somos bombardeados con imágenes que pretenden mostrar la “verdad”, el trabajo de Hausner nos recuerda que la verdad más profunda se encuentra a menudo en lo abiertamente artificial. Sus cuadros no pretenden ser ventanas transparentes a la realidad, son manifiestamente construcciones, ficciones cuidadosamente elaboradas. Y es precisamente por esta razón que logran comunicar verdades que enfoques más “realistas” nunca podrían alcanzar.

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Referencia(s)

Xenia HAUSNER (1951)
Nombre: Xenia
Apellido: HAUSNER
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Austria

Edad: 74 años (2025)

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